Adriana se observó en el espejo, sintiendo una mezcla de nervios y emoción. El vestido que Derek le había pedido que usara era más caro de lo que había imaginado en toda su vida. El satén se deslizaba por su piel como una caricia suave, pero no podía evitar sentirse como una intrusa en esa vida de lujos. El reflejo en el espejo mostraba a una chica que parecía encajar en el ambiente de elegancia, pero por dentro, sabía que todo era una ilusión.
“Solo por una noche, Adriana”, se dijo a sí misma. Esta cena era importante para Derek, y él quería que estuviera allí a su lado. No podía fallarle, no cuando él había hecho tanto por ella últimamente, a pesar de todo lo que ocultaba.
Cuando llegó al restaurante, Derek ya la esperaba en la entrada. Su esmoquin negro, perfectamente ajustado, lo hacía ver incluso más imponente de lo habitual. Cuando la vio, su sonrisa se amplió, pero había un destello en sus ojos que Adriana no supo interpretar del todo.
—Estás hermosa —murmuró mientras le ofrecía su brazo. Adriana lo aceptó, sintiendo una descarga de nervios recorrer su cuerpo.
—Gracias —respondió ella, algo tímida, mientras cruzaban la puerta del restaurante.
El lugar era impresionante. Techos altos, candelabros colgantes y mesas cubiertas de manteles blancos impecables. Todo gritaba lujo y exclusividad. Adriana tragó saliva, tratando de no dejar que la inseguridad la consumiera. Recordaba lo que su madre le había dicho la noche anterior sobre el dinero y las oportunidades, pero estar aquí la hacía sentir más que nunca como si no perteneciera.
—Estás bien, ¿verdad? —susurró Derek al notar la tensión en su rostro.
—Sí, solo... este lugar es increíble —dijo ella, fingiendo una confianza que no sentía.
Derek le dedicó una sonrisa tranquilizadora y le dio un suave apretón en el brazo antes de guiarlos hacia la mesa donde ya estaban sentados algunos de sus amigos. La risa elegante y las conversaciones en voz baja la hicieron sentir aún más fuera de lugar.
Al llegar, todos los ojos se posaron en ellos. Las sonrisas de cortesía que le ofrecieron sus amigos no le quitaron la sensación de estar siendo observada de una forma demasiado crítica.
—¡Derek! —exclamó una chica rubia de rizos perfectos, levantándose para darle un abrazo. Adriana reconoció a Camille, una de las chicas más influyentes de la universidad. Tenía la apariencia y el porte de alguien que había nacido en cuna de oro y nunca había conocido la lucha.
—Y tú debes ser Adriana —dijo Camille, dirigiéndole una sonrisa que parecía amable, pero había algo en su tono que la hacía sonar más condescendiente que amigable.
—Sí, mucho gusto —respondió Adriana, tratando de mantener la compostura.
Los amigos de Derek eran exactamente lo que ella había imaginado: ricos, sofisticados y llenos de opiniones que daban por sentadas. Había chicas como Camille, perfectamente arregladas, y chicos que parecían haber salido de una revista de moda. Todos hablaban con una confianza y ligereza que la hacían sentir aún más pequeña. Pero intentó ignorar esa sensación y centrarse en Derek, que no dejaba de mirarla con admiración.
—Cuéntanos, Adriana —intervino Marcus, uno de los mejores amigos de Derek, mientras tomaba un sorbo de su vino—, ¿de qué familia vienes? Derek no ha mencionado mucho sobre ti, y nos tienes intrigados.
El corazón de Adriana dio un vuelco. Esa era exactamente la pregunta que había temido durante toda la noche. Había intentado prepararse para ese momento, pero ahora que estaba frente a ellos, con sus ojos curiosos esperando una respuesta, se sentía completamente vulnerable.
—Bueno, mi familia es... bastante normal, diría yo —respondió ella, esquivando la pregunta de la mejor manera posible. No quería mentir, pero tampoco podía revelar la verdad.
Camille arqueó una ceja, claramente insatisfecha con la respuesta.
—Normal puede significar muchas cosas —comentó, mientras jugueteaba con su copa de vino—. Yo diría que normal no es algo que encaje mucho en nuestro círculo, ¿verdad?
Adriana sintió el golpe de las palabras, pero antes de que pudiera responder, Derek intervino, salvándola.
—La familia de Adriana tiene lo que realmente importa —dijo él, mirándola con una sonrisa tranquilizadora—. Valores, cariño, y una hija increíblemente inteligente que llegó aquí por sus propios méritos. No todas las familias pueden decir lo mismo.
El tono protector de Derek sorprendió a Adriana, y por un momento, sintió que podía respirar de nuevo. Los otros en la mesa se miraron entre sí, aparentemente satisfechos con la respuesta de Derek, aunque el aire entre Camille y Adriana se mantuvo tenso.
La cena continuó entre conversaciones superficiales sobre vacaciones en Europa, las últimas tendencias de moda y las inversiones que los padres de algunos estaban haciendo. Adriana se limitaba a escuchar, sintiéndose cada vez más como una espectadora en lugar de una participante.
A pesar de sus esfuerzos por encajar, no podía dejar de sentirse una extraña en ese mundo. Y lo peor de todo es que sabía que ese era el mundo de Derek. Por mucho que él intentara protegerla, no podía evitar preguntarse cómo encajaría ella a largo plazo.
Cuando llegó el momento del postre, la tensión pareció relajarse un poco. Derek mantuvo su mano sobre la de Adriana casi todo el tiempo, un gesto sutil pero lleno de apoyo. A pesar de los comentarios y las miradas, ella sentía que, al menos con él, estaba a salvo.
Finalmente, la cena llegó a su fin, y todos comenzaron a levantarse para despedirse. Camille se acercó una vez más a Adriana, esta vez con una sonrisa aún más afilada.
—Fue un placer conocerte, Adriana. Espero que nos veamos más seguido. Será interesante ver cómo te adaptas a nuestro pequeño grupo.