La mesa ya estaba llena de amigos de Derek. Todos giraron la cabeza hacia ellos cuando llegaron. Ojos curiosos la escaneaban de arriba a abajo, evaluándola, juzgándola. Entre ellos, reconoció a Camille, una de las chicas más influyentes de la universidad, sentada al lado de Marcus, uno de los mejores amigos de Derek.
—Derek, al fin llegas —dijo Camille, levantándose para saludarlo con un abrazo demasiado entusiasta. Cuando sus ojos se posaron en Adriana, una sonrisa calculadora apareció en sus labios.— Y veo que trajiste compañía.
—Ella es Adriana —dijo Derek, deslizando una mano protectora sobre la espalda de Adriana—. Mi novia.
Camille alzó las cejas, claramente sorprendida.
—¿Tu novia? Oh, qué interesante. No sabía que habías encontrado a alguien tan... discreto. —Aunque la palabra parecía inocente, el tono en su voz era venenoso. Camille no la estaba elogiando, la estaba menospreciando.
Adriana se mantuvo firme, sonriendo con educación, pero su corazón latía con fuerza.
—Un placer conocerte —dijo, con la mejor sonrisa que pudo ofrecer.
El resto de la mesa saludó a Derek con entusiasmo, pero Adriana sintió la distancia, como si cada palabra que se pronunciaba estuviera cargada de un juicio silencioso hacia ella.
Durante los primeros minutos de la cena, las conversaciones fluyeron con la habitual superficialidad. Risas sobre las últimas vacaciones en lugares exóticos, comentarios sobre la última colección de moda, y chismes sobre quién había roto con quién. Adriana escuchaba, pero no podía evitar sentir que estaba siendo observada en todo momento.
Entonces, una figura femenina entró al restaurante y la atmósfera cambió en un instante. Derek se tensó a su lado, y Adriana lo notó inmediatamente. Los ojos de todos en la mesa se posaron en la nueva llegada: alta, esbelta, con un vestido negro que parecía hecho a medida para su cuerpo perfecto.
—¡Mira quién ha llegado! —exclamó Marcus con una sonrisa traviesa—. No sabía que habías invitado a Rachel, Derek.
El estómago de Adriana se hundió. Rachel. Había oído ese nombre antes, mencionado casualmente por Derek en una conversación, como algo del pasado. Pero no sabía que estaría aquí, en esta cena.
Rachel caminó con la confianza de alguien que sabía que todos los ojos estaban puestos en ella. Cuando llegó a la mesa, su sonrisa era brillante, pero sus ojos se dirigieron directamente a Derek, ignorando por completo a Adriana.
—Derek, cariño —dijo Rachel con una voz suave y seductora—, es un placer verte de nuevo. Hace tanto tiempo...
El silencio en la mesa era palpable. Adriana sintió como si todo el mundo se hubiera congelado, esperando ver cómo reaccionaría Derek.
—Rachel, qué sorpresa verte aquí —respondió Derek, su tono educado pero tenso. Adriana notó cómo apretaba ligeramente su mano debajo de la mesa, como si estuviera intentando contenerse.
—Oh, no es una sorpresa —dijo Rachel, deslizándose en una silla vacía junto a él—. De hecho, Marcus me invitó. Pensé que sería divertido ver algunas caras conocidas... y algunas nuevas.
Finalmente, los ojos de Rachel se posaron en Adriana, evaluándola con un brillo malicioso.
—Y tú debes ser Adriana. He oído hablar de ti —dijo, aunque era evidente que no lo decía en el buen sentido—. Qué linda eres.
—Gracias —murmuró Adriana, sintiendo que las palabras no tenían el peso suficiente para defenderse de la agresividad pasiva de Rachel.
El resto de la cena fue un juego sutil de poder entre Rachel y Adriana. Rachel no dejaba de mencionar anécdotas del pasado que compartió con Derek: los viajes que hicieron juntos, las fiestas a las que asistieron, los amigos que tenían en común. Todo con un tono casual que pretendía ocultar sus verdaderas intenciones, pero Adriana lo veía claro.
Derek, por su parte, estaba incómodo. Trataba de dirigir la conversación hacia temas más neutros, pero Rachel encontraba una manera de traer el pasado de vuelta a la mesa. Cada vez que lo hacía, miraba de reojo a Adriana, como si le estuviera recordando que ella, en algún momento, fue parte del mundo exclusivo de Derek, y que siempre lo sería, mientras que Adriana seguía siendo una extraña.
—Derek, ¿recuerdas esa vez en París, cuando nos perdimos en los jardines de Versalles? —preguntó Rachel con una risa ligera.
Adriana sintió un nudo formarse en su garganta. Era como si cada palabra de Rachel fuera un recordatorio de lo lejos que estaban sus mundos. Ella nunca había salido del país, y mucho menos había paseado por París con alguien como Derek.
Finalmente, cuando el postre llegó, Derek pareció haber tenido suficiente. Se inclinó hacia Adriana, ignorando completamente a Rachel, y le susurró al oído:
—¿Te gustaría salir de aquí?
Adriana asintió rápidamente. La tensión de la noche la había agotado, y lo único que deseaba era alejarse de ese ambiente tóxico.
—¿Ya se van? —preguntó Rachel con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Qué lástima, la noche apenas comienza.
—Tenemos otros planes —dijo Derek, levantándose de su silla y ayudando a Adriana a levantarse también.
Antes de que pudieran irse, Rachel se levantó también y se inclinó hacia Derek, susurrándole algo al oído. Adriana no pudo escuchar lo que dijo, pero vio cómo Derek fruncía el ceño, claramente molesto.
—Adiós, Rachel —fue todo lo que dijo antes de guiar a Adriana fuera del restaurante.
Cuando estuvieron fuera, el aire fresco de la noche fue un alivio para Adriana.
—¿Estás bien? —preguntó Derek, su tono lleno de preocupación.