El aire frío de la noche envolvía a Adriana y Derek mientras caminaban por la acera lejos del restaurante. Las luces de la ciudad parecían más brillantes, pero el peso del encuentro con Rachel seguía presente en el ambiente. Aunque las palabras de Derek eran reconfortantes, el eco de la risa de Rachel y los comentarios que había hecho seguían resonando en la mente de Adriana.
Derek la sujetaba con fuerza de la mano, como si con eso intentara transmitirle seguridad, pero Adriana sentía que había una barrera invisible entre ambos, algo que no podía controlar.
—¿Quieres caminar un poco? —preguntó Derek, rompiendo el silencio.
Adriana asintió sin hablar, necesitaba tiempo para procesar todo. Había sido una noche larga, llena de desafíos inesperados. Desde que llegó a esa universidad, había sabido que no encajaba del todo, pero estar en ese restaurante con Derek y sus amigos, y luego la aparición de Rachel, había hecho que esas diferencias fueran aún más evidentes.
Caminaban en silencio, sus pasos sincronizados, pero sus pensamientos estaban en mundos diferentes. Adriana miraba el suelo, pensando en cómo Rachel había hablado de París, los viajes, las fiestas... Era un mundo que Adriana no conocía, y no estaba segura si alguna vez lo haría.
—Sé que lo que pasó fue incómodo —dijo Derek de repente—, pero quiero que sepas que Rachel es cosa del pasado. Lo que me importa es lo que tengo contigo.
Adriana suspiró, deteniéndose bajo la luz de un poste. Las sombras alargadas de los árboles cubrían parte de su rostro, y ella se preguntaba si Derek podría notar la confusión en sus ojos.
—No es solo Rachel —confesó, sin poder mirarlo directamente a los ojos—. Es... todo. Tu mundo, tus amigos... a veces siento que no pertenezco.
Derek se detuvo frente a ella, levantando su mano suavemente para obligarla a mirarlo. Había una sinceridad en su mirada que la hizo temblar, pero no de miedo, sino de vulnerabilidad.
—Adriana, eso no es cierto. —Su voz era firme, pero suave—. No me importa de dónde vienes, o lo que tengas o no tengas. Me importas tú, lo que somos cuando estamos juntos.
Adriana sintió un nudo en la garganta. Las palabras de Derek eran todo lo que necesitaba escuchar, pero eso no borraba la realidad de sus diferencias.
—¿Y si nunca encajo? —preguntó en un susurro.
Derek la miró, sorprendido. Le tomó el rostro con ambas manos, obligándola a concentrarse solo en él. Sus ojos verdes, iluminados por la tenue luz de la calle, estaban llenos de determinación.
—Tú ya encajas. Tal vez no en el mundo que conocías antes, pero en el mío... en el nuestro. —Se inclinó y rozó su frente con la de ella, como si quisiera transmitirle cada palabra directamente a su corazón.— Eres todo lo que quiero, Adriana. Lo demás no importa.
Adriana cerró los ojos por un momento, dejando que la calidez de Derek la envolviera. Pero incluso así, el temor de que algún día todo se desmoronara seguía ahí, enterrado profundamente.
Siguieron caminando hasta que llegaron a un pequeño parque vacío, donde las luces de las farolas iluminaban los bancos solitarios. Derek la guió hasta uno de ellos y ambos se sentaron. La ciudad, siempre ruidosa y llena de vida, parecía un eco distante en ese rincón de paz.
—Rachel y yo salimos durante un tiempo, pero no éramos lo que yo creía —Derek comenzó a hablar después de un largo silencio, como si necesitara compartir su verdad—. Todo con ella era... superficial. No había conexión real, no como la que tengo contigo. Cuando ella y yo terminamos, supe que lo que buscaba no era alguien como ella.
Adriana lo miró en silencio, dejando que sus palabras calaran hondo. Aún así, la sombra de la duda no desaparecía.
—¿Y qué es lo que buscas? —preguntó, temiendo la respuesta.
Derek sonrió, y su mano se deslizó por la mejilla de Adriana antes de sostener su barbilla suavemente.
—Te busco a ti. Busco a alguien real, alguien que me desafíe y me haga querer ser mejor. Eso es lo que eres para mí, Adriana.
El corazón de Adriana latía con fuerza, y por un momento, todo lo que la preocupaba desapareció. Derek la miraba con una intensidad que le hacía sentir como si fuera la única persona en el mundo. Se inclinó hacia ella lentamente, y Adriana, insegura pero deseándolo, no retrocedió.
Los labios de Derek rozaron los suyos, suaves al principio, pero luego más seguros. Era un beso que no solo prometía amor, sino también un futuro lleno de promesas. Cuando se separaron, Adriana se dio cuenta de que, por mucho que intentara negarlo, estaba completamente enamorada de él.
Sin embargo, el miedo seguía ahí, oculto tras la euforia del momento. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentar la realidad de su situación: su padre, su familia, y el gran secreto que aún no le había revelado a Derek.
—Derek... —comenzó, con el deseo de contarle la verdad, pero antes de que pudiera continuar, él la interrumpió.
—No tienes que decir nada ahora —dijo, acariciando su rostro—. Solo quiero que estés aquí conmigo. El resto podemos enfrentarlo después.
Adriana asintió, aunque sabía que el "después" llegaría más rápido de lo que ambos esperaban.
Se quedaron un rato más en el parque, disfrutando del silencio, de la calma. Pero cuando volvieron a levantarse para regresar, Adriana no pudo evitar mirar hacia el horizonte, hacia el futuro incierto que les esperaba.