El Precio de mi Secreto

Capítulo 17: Revelaciones y Conflictos

Adriana llegó a casa esa noche con una mezcla de emociones. El beso de Derek aún ardía en sus labios, pero el peso de su secreto, la realidad de su familia, la seguía acosando. Había disfrutado cada instante a su lado, pero sabía que no podría ocultar su relación por mucho tiempo.

Cuando entró en la casa, la oscuridad la envolvió. Su madre ya estaba en la cama, pero su padre se quedó despierto, sentado en el sofá, con la mirada fija en la televisión. Adriana sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—¿Dónde has estado? —preguntó su padre, sin apartar la vista de la pantalla. Su voz era fría, y Adriana pudo notar que el ambiente estaba cargado de tensión.

Ella se detuvo en la entrada, buscando las palabras adecuadas. No podía decirle que había estado en una cena elegante con Derek y sus amigos, donde Rachel había arrojado sombras sobre su felicidad. No, eso no era lo que quería.

—Fui a estudiar con unas compañeras —mintió, sintiendo la culpa asomarse.

—¿Con las que tienen dinero para gastar en cenas elegantes? —replicó su padre, por fin mirándola, su expresión era de desdén—. Ya veo que tienes amigos que no son como nosotros.

Adriana sintió el ardor de la indignación. No solo estaba cuestionando su honestidad, sino también a sus amigas. Pero sabía que era mejor no discutir, al menos no ahora.

—Lo siento, papá. Solo estaba ocupada —dijo, tratando de mantener la calma.

Su padre se levantó, y su figura imponente llenó la habitación. —¿Y no te has dado cuenta de que las cosas son diferentes para ti? Esta familia necesita que te enfoques en tus estudios y en un futuro que asegure nuestra posición.

Adriana se sintió atrapada entre la ira y la tristeza. ¿Por qué no podía entender que su felicidad no estaba ligada al dinero? Se armó de valor y respondió:

—Lo entiendo, papá, pero no todo en la vida se basa en dinero y posición social.

Él la miró, los ojos oscuros llenos de una mezcla de sorpresa y desdén. —¿De verdad crees eso? El mundo no funciona así, Adriana. Necesitas un hombre que te cuide y te dé la vida que mereces, no uno de esos... —hizo una pausa, buscando las palabras—... amigos de la universidad.

Las palabras de su padre golpearon con fuerza en su pecho. Sabía que la relación con Derek era diferente, que era real, pero no podía compartirlo sin que su padre lo desechara.

—Papá, no es solo un amigo. —El desafío en su voz la sorprendió a sí misma, pero estaba cansada de esconderse—. Estoy saliendo con alguien.

El silencio se hizo denso entre ellos. Su padre frunció el ceño, incapaz de procesar lo que había escuchado. —¿Y desde cuándo?

Adriana tragó saliva. Sabía que debía ser honesta, pero su mente giraba tratando de encontrar la forma de explicarlo sin que estallara. —Desde hace un tiempo. Su nombre es Derek.

—¿Derek? —Su padre repitió, como si estuviera saboreando el nombre, buscando la respuesta en su tono. —¿De qué familia proviene? ¿Cuánto dinero tiene? ¿Qué estudios ha hecho?

—Es... —Adriana se detuvo, sintiendo que cada palabra la empujaba más cerca del borde. No podía decirle que no sabía la respuesta a esas preguntas, porque no tenía cómo calcular el valor de Derek. En su mente, él era mucho más que su posición económica.

—No importa —dijo su padre, levantando una mano en un gesto de desdén—. Si no viene de una buena familia, no puede ser el tipo de hombre con el que debes salir. Necesitas a alguien que comparta nuestras creencias, alguien con un futuro asegurado.

Adriana sintió que se rompía algo dentro de ella. Sabía que su padre nunca lo entendería.

—No estoy buscando un matrimonio arreglado, papá. Quiero estar con alguien que me quiera por lo que soy.

El rostro de su padre se endureció. —Te estás poniendo en una situación peligrosa. Si lo dejas entrar en tu vida, solo te hará daño.

Adriana se sintió herida, pero no estaba dispuesta a rendirse. —No es así, papá. Lo que siento por Derek es real. No todo se basa en el dinero y la posición social.

Su padre dio un paso atrás, como si ella lo hubiera golpeado. El tono de su voz se volvió más severo. —Asegúrate de tener esto en cuenta: la familia es lo más importante. Cuando te cases, asegúrate de que el hombre que elijas sea alguien que comparta nuestros valores.

Adriana sabía que no podía continuar con esa conversación. Su padre estaba decidido a controlar su vida, a elegir su destino sin considerar sus sentimientos.

Esa noche, se metió en la cama, el corazón pesado. Era imposible no pensar en lo que pasaría si revelaba la verdad sobre su situación a Derek. La idea de perderlo era insoportable, pero también lo era mantener el secreto.

—¿Cómo puedo hacer que lo entienda? —susurró al vacío, sintiéndose más sola que nunca.

Las horas pasaron, pero el sueño no llegaba. Su mente estaba llena de imágenes de Derek, de su risa, de sus momentos juntos, y de la creciente ansiedad sobre cómo iba a enfrentar la verdad.

El teléfono vibró en la mesita de noche, y su corazón dio un vuelco al ver el nombre en la pantalla. Era un mensaje de Derek:

“¿Todo bien? Te extrañé hoy.”

Adriana sintió una oleada de calidez. Era su refugio, su escape, y lo que más deseaba era contarle la verdad, pero temía que su mundo se desmoronara.

“Lo estoy intentando,” respondió finalmente, “pero tengo que hablar contigo.”

La incertidumbre la envolvió como una manta pesada. Sabía que lo que estaba por venir podría cambiarlo todo, pero no podía vivir con el peso del secreto por más tiempo.

Así que esa mañana, con la determinación renovada, se preparó para enfrentarse a la verdad. Lo que su padre no entendía era que el amor no se mide en riquezas, sino en el valor de lo que se siente en el corazón.




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