Las semanas transcurrieron en un extraño equilibrio para Adriana. Cada día, su relación con Derek se hacía más profunda, más significativa, y con cada momento compartido, su amor florecía como una planta que crecía entre las grietas de un muro. Pero, al mismo tiempo, en casa, las cosas comenzaban a cambiar de forma inquietante.
Su padre, siempre tradicional y controlador, había comenzado a insinuar con más frecuencia que estaba buscando un "futuro adecuado" para ella. Al principio, Adriana no prestó demasiada atención a los comentarios sutiles sobre hombres de "buenas familias" y sobre cómo el "matrimonio era una garantía para el bienestar". Pero pronto, esos comentarios dejaron de ser sugerencias vagas y se convirtieron en algo mucho más tangible.
Una tarde, al llegar a casa, su madre la estaba esperando en la sala, una sonrisa nerviosa en el rostro.
—Cariño, ¿cómo estuvo la universidad? —preguntó, pero su tono no era el usual. Adriana supo de inmediato que algo no andaba bien.
—Normal, mamá, como siempre —respondió, quitándose el abrigo y colgándolo en el perchero. Pero la tensión en la habitación era palpable.
—Tu padre ha estado hablando con algunas personas... —comenzó su madre, con una cautela evidente en su voz—. Y bueno, creemos que sería bueno que conocieras a alguien. Un joven de una familia muy respetada, con un futuro brillante.
El estómago de Adriana se hundió. Todo su cuerpo se tensó ante la idea. Sabía perfectamente lo que esto significaba. Su padre estaba buscando un pretendiente para ella.
—¿Un joven? —repitió, tratando de mantener la compostura—. ¿A qué te refieres, mamá?
Su madre se movió incómoda en su silla, evitando mirarla a los ojos.
—Es solo una idea, querida. Tu padre piensa que sería bueno que consideraras tu futuro. Este joven... es de una buena familia, con negocios importantes. Se llama Alejandro Montemayor. Viene de una larga tradición de empresarios y... —La voz de su madre se desvaneció, como si supiera que lo que estaba diciendo no iba a ser bien recibido.
Adriana sintió que la habitación se cerraba a su alrededor. El solo hecho de escuchar el nombre de otro hombre la ponía en alerta. No podía imaginar estar con alguien que no fuera Derek, alguien impuesto por su padre.
—Mamá, yo... no estoy interesada en conocer a nadie —dijo finalmente, intentando mantener la calma.
Su madre frunció el ceño, pero antes de que pudiera replicar, la puerta de la casa se abrió de golpe y su padre entró. Traía una sonrisa en el rostro que a Adriana le resultaba inquietante.
—Adriana —dijo su padre con un tono jovial que rara vez usaba—, justo a tiempo. Quiero que conozcas a alguien este fin de semana. He hablado con los Montemayor, y han accedido a que Alejandro te invite a cenar. Es una oportunidad excelente para nuestra familia.
Adriana sintió un frío recorrerle la espalda. La cena con los Montemayor no era una invitación, era una obligación. Sus ojos se encontraron con los de su madre, buscando un apoyo que no llegó. Ambas sabían que oponerse a su padre era inútil.
—No puedo. —Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerse—. Ya tengo planes.
El rostro de su padre se oscureció. La leve sonrisa desapareció, sustituida por una mirada severa. —¿Planes? ¿Qué clase de planes pueden ser más importantes que esto?
Adriana sintió cómo su corazón latía más rápido, pero se mantuvo firme. No iba a dejar que su padre la obligara a algo que no quería. —Tengo una vida, papá. No puedes controlarla como si yo fuera una propiedad.
El silencio que siguió fue brutal. Su padre dio un paso hacia ella, su mirada dura, sus manos apretadas en puños.
—Eres mi hija, y es mi deber asegurarme de que tengas el futuro que mereces. Alejandro Montemayor es el tipo de hombre con el que deberías estar.
Adriana lo miró, furiosa. Sabía que la batalla estaba perdida antes de empezar, pero no podía rendirse sin luchar.
—Yo ya estoy con alguien —dijo finalmente, con más coraje del que pensaba que tenía—. Estoy saliendo con Derek.
El rostro de su padre se tensó aún más, su mandíbula apretada en una mezcla de sorpresa e ira. —¿Derek? ¿Ese chico que no tiene nada? ¿El que no viene de una buena familia?
—No es lo que tú piensas —intentó explicarse Adriana—. Derek es... diferente. Me quiere por lo que soy, no por lo que tengo o no tengo.
Su padre la miró como si hubiera dicho la cosa más absurda del mundo. —El amor no paga las cuentas ni asegura un futuro. Estás siendo ingenua.
Adriana sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, pero no iba a permitir que su padre la viera débil.
—No voy a conocer a Alejandro —declaró finalmente, cruzándose de brazos, dispuesta a enfrentarse a las consecuencias—. Yo decido con quién quiero estar.
Su padre la miró con una mezcla de rabia y decepción. —Veremos cuánto dura esa rebeldía cuando te des cuenta de lo que estás perdiendo. —Y sin decir más, salió de la habitación, dejando un silencio incómodo entre madre e hija.
Los días se volvieron más pesados para Adriana. El aire en casa estaba cargado de tensión, pero cuando estaba con Derek, todo se desvanecía. Cada vez que lo veía, su corazón latía con más fuerza, como si las preocupaciones sobre su padre, su futuro matrimonio arreglado y las expectativas que se cernían sobre ella desaparecieran. Sin embargo, una parte de su mente siempre estaba atrapada en ese dilema: ¿cómo podría mantenerlo en secreto por mucho tiempo?
Adriana decidió no decirle nada a Derek. Sabía que la realidad de su familia y las expectativas de su padre solo complicarían más las cosas. No quería que Derek se sintiera presionado ni que pensara que ella lo estaba utilizando como una simple vía de escape. Necesitaba que su amor floreciera sin la sombra de su padre sobre ellos, al menos por ahora.