Después de varios días de ausencia, Adriana finalmente regresó a la universidad. Su rostro, aunque aún ligeramente marcado por el golpe, ya no tenía el mismo hinchazón. Había utilizado maquillaje para disimular las heridas, pero el dolor interno seguía latente. Las cosas con Derek habían quedado en una especie de limbo, y ella había decidido mantener su distancia, al menos por un tiempo. No quería arriesgarse más de lo necesario, ni exponerlo a la ira de su padre.
Mientras caminaba por los pasillos, notó cómo algunos de sus compañeros la observaban con curiosidad. Quizá habían notado su ausencia, o tal vez ya corrían rumores sobre por qué no había asistido a clases durante tres días. Adriana intentó ignorarlos y centrarse en llegar a su aula, buscando la paz que solo los libros y las lecciones le proporcionaban.
Sin embargo, cuando giró la esquina hacia el aula principal, algo la detuvo en seco.
Allí, en un rincón discreto del pasillo, vio a Derek y a su mejor amiga, Valeria, en una situación que no pudo malinterpretar. Derek estaba inclinado hacia Valeria, sus rostros demasiado cerca el uno del otro. Ella reía, coqueteando, y él no parecía rechazar la cercanía.
El corazón de Adriana dio un vuelco. Una ola de emociones la golpeó de lleno: celos, confusión, rabia. No podía creer lo que estaba viendo. Después de todo lo que había pasado, después de lo mucho que Derek le había insistido en que no la dejaría sola, ahora lo veía ahí, tan cómodo con otra chica, y no con cualquier chica, sino con su mejor amiga.
Sintió cómo las lágrimas comenzaban a arder en sus ojos, pero en vez de dejarlas salir, apretó los puños. No quería ser la chica débil que siempre callaba, la que aguantaba todo sin decir una palabra. No esta vez.
—¡Derek! —gritó con furia, interrumpiendo la escena.
Valeria se separó rápidamente de él, sobresaltada, y Derek giró la cabeza hacia ella, sorprendido por su presencia. No había esperado verla tan pronto, y mucho menos con esa mirada de rabia.
—Adriana… —comenzó a decir, pero ella no le dio tiempo a explicarse.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —sus palabras salieron llenas de dolor. La furia la dominaba, y no podía detenerse—. ¡No puedo creer que después de todo lo que ha pasado te encuentre así, con Valeria!
Valeria también intentó intervenir, alzando las manos en señal de calma.
—Adriana, no es lo que parece. Solo estábamos hablando.
Pero las palabras de Valeria no hicieron más que encender más la rabia de Adriana. Ella confiaba en su mejor amiga, y verla con Derek, tan cerca, en un momento donde todo en su vida estaba patas arriba, le parecía una traición.
—¿Hablando? ¿Así es como hablas con él? —Adriana se cruzó de brazos, mirándolos con desdén—. Pensé que al menos tú, Valeria, podrías ser honesta conmigo.
Derek dio un paso hacia Adriana, con los brazos extendidos en un intento de calmarla.
—Adriana, por favor, escucha. No pasó nada. Estábamos hablando de ti. He estado preocupado, no has aparecido en días, y le estaba preguntando a Valeria si sabía algo de ti.
Adriana rió con amargura. Esa explicación, aunque sonaba lógica, no le quitaba la imagen de Valeria riendo y coqueteando con él.
—¿Preocupado? —lo miró con los ojos llenos de lágrimas que intentaba contener—. Claro, preocupado. ¡Tan preocupado que decidiste estar aquí con ella en lugar de venir a buscarme como dijiste que lo harías!
Derek estaba completamente desconcertado. No entendía cómo las cosas habían escalado tan rápido.
—Lo hice, te busqué. ¡Sabes que te busqué! Y cuando no me dejaste ayudarte, me di por vencido. Pero nunca quise hacerte daño —su voz estaba cargada de frustración y culpa—. Te prometo que no hay nada entre Valeria y yo.
Pero Adriana no pudo soportar más. No quería escuchar excusas ni justificaciones. Las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas, y antes de que Derek o Valeria pudieran decir algo más, giró sobre sus talones y salió corriendo del pasillo.
Sus pasos resonaban con fuerza contra el suelo, el dolor en su pecho se hacía más grande con cada paso que daba. Sentía que todo a su alrededor se desmoronaba: su familia, sus amigos, y ahora Derek. La única persona en quien había empezado a confiar, parecía estar traicionándola.
Corrió hasta llegar a uno de los patios más alejados de la universidad, donde se sentó en un banco, ocultando su rostro entre las manos, dejando que las lágrimas fluyeran sin control. Se sentía completamente rota, y no sabía cómo iba a enfrentarse a todo lo que venía.
Las imágenes de Derek y Valeria seguían repitiéndose en su cabeza. Sabía que estaba exagerando, que tal vez había malinterpretado la situación, pero no podía evitar sentir que, con todo lo que ya tenía en su vida, aquello era la gota que colmaba el vaso. Le dolía confiar y luego sentir que todo se derrumbaba.
El tiempo pasó lentamente mientras Adriana seguía llorando en el banco, hasta que escuchó unos pasos acercarse. No quería hablar con nadie, pero cuando levantó la vista, vio a Valeria. Su amiga la miraba con culpa, y con los ojos también llenos de lágrimas.
—Adriana… —Valeria habló con la voz rota—. No quería que te sintieras así. Derek te ama. Solo estaba preocupado, no había malas intenciones. Por favor, créeme.
Adriana suspiró, limpiando sus lágrimas rápidamente. Sabía que Valeria no era capaz de traicionarla de esa forma, pero en ese momento había sido demasiado para manejar.
—Lo sé, Valeria —respondió con voz entrecortada—. Es solo que… todo en mi vida está mal ahora. No sé en quién confiar. No sé qué hacer.