El Precio de mi Secreto

Capítulo 27: La Huida al Amanecer

Los primeros rayos del amanecer comenzaban a asomarse tímidamente por la ventana del apartamento de Derek. Adriana abrió los ojos con lentitud, sus pensamientos eran un torbellino confuso, y lo primero que sintió fue un dolor agudo en su cabeza. Sabía de inmediato que era su primera resaca. Los eventos de la noche anterior parecían borrosos, pero ciertos momentos, como el beso apasionado y la forma en que Derek la había cuidado, se sentían tan nítidos como si acabaran de ocurrir.

Giró la cabeza lentamente, y allí estaba él, Derek, dormido a su lado en el sofá. Parecía tan relajado, tan tranquilo, con el cabello despeinado y una expresión de paz en su rostro que la hizo sonreír. Pero esa sonrisa pronto se desvaneció cuando la realidad la golpeó: debía volver a casa antes de que su padre despertara.

Adriana se incorporó con cuidado, tratando de no hacer ruido mientras se levantaba del sofá. Cada paso la mareaba un poco más, pero sabía que debía apurarse. No podía quedarse ni un segundo más. Su mente se llenaba de pensamientos de lo que su padre haría si descubría que no había dormido en casa. Las consecuencias podrían ser devastadoras.

Con determinación, se dirigió a la cocina de Derek. Encontró los ingredientes básicos: huevos, pan, algo de queso. Con movimientos rápidos, preparó un sencillo desayuno. Mientras cocinaba, no podía dejar de pensar en lo sucedido la noche anterior. Derek había sido tan gentil, tan cariñoso… El simple hecho de recordar sus palabras antes de que el sueño la venciera hizo que su corazón latiera más rápido. "Siempre te cuidaré".

Tal vez realmente lo haría —pensó en voz baja, aunque el miedo a confiar plenamente en alguien seguía rondando en su mente.

Cuando terminó de cocinar, colocó el plato sobre la mesa con una servilleta a un lado. Luego sacó un pequeño pedazo de papel de su bolso y una pluma. Después de dudar por unos segundos, comenzó a escribir:

"Derek, Gracias por cuidarme anoche. No sé qué hubiera hecho sin ti. Eres más de lo que jamás imaginé. Nos vemos en clase. Adriana."

Firmó la nota con una flor dibujada en la esquina, algo sencillo pero que esperaba que él entendiera. Lo dejó sobre el plato con el desayuno, y antes de girarse para irse, lo miró una última vez. Derek seguía durmiendo profundamente, respirando con calma. Un sentimiento cálido llenó su pecho, pero sabía que debía irse.

Con pasos rápidos, salió del apartamento sin hacer ruido, cerrando la puerta suavemente detrás de ella. El aire fresco de la mañana golpeó su rostro cuando salió a la calle, despejando un poco el mareo que aún sentía por la resaca. Caminó a paso ligero, con el corazón acelerado, tratando de llegar a su casa antes de que su padre notara su ausencia.

Mientras caminaba, su mente volvió a la noche anterior. La discoteca, las luces, la forma en que Derek la había mirado... Todo había sido tan intenso, como un sueño. Y sin embargo, la realidad estaba ahí, acechándola. Sabía que no podía seguir escapando por mucho más tiempo. Su padre era un hombre difícil, machista y controlador, y si descubría que había salido de casa sin permiso, el castigo sería mucho más que gritos.

Finalmente llegó a su casa. El sol comenzaba a iluminar las calles, y las primeras señales de actividad se hacían notar en el vecindario. Subió las escaleras con cuidado, abriendo la puerta con sigilo, rogando en silencio que nadie estuviera despierto.

Cuando entró, el silencio en la casa era palpable. Su madre seguía dormida, y su padre, afortunadamente, también. Soltó un suspiro de alivio, pero su cuerpo todavía estaba tenso. Tenía que darse prisa.

Entró a su cuarto y, con movimientos apresurados, se cambió de ropa. Se puso algo más cómodo y menos llamativo que el vestido rojo que había usado la noche anterior. Se lavó el rostro, esperando que el agua fría le ayudara a despejarse un poco más. El dolor de cabeza seguía ahí, pero tenía cosas más importantes de las que preocuparse.

Justo cuando estaba por echarse en la cama y descansar por unos minutos, escuchó el crujido de las tablas del suelo. Su padre estaba despierto.

El corazón de Adriana se detuvo por un segundo. Se quedó inmóvil, intentando no hacer ruido, escuchando los pasos que se acercaban. Pero, para su alivio, su padre solo pasó frente a su puerta y se dirigió al baño. Soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo.

"Lo logré", pensó, sintiendo cómo la tensión en su cuerpo se disolvía. Sin embargo, la resaca golpeó con fuerza. Su cabeza palpitaba con dolor, y la sensación de náuseas aumentaba. Aun así, no tenía tiempo de descansar mucho. Si se quedaba dormida demasiado, su padre o su madre podrían venir a despertarla, y sería más sospechoso.

Se acostó en su cama por unos minutos, con la esperanza de que el dolor de cabeza cediera. El mareo no la dejaba en paz, y sentía que el cuarto giraba lentamente. "Así es como se siente una resaca", pensó para sí misma. Definitivamente, no quería volver a beber de esa manera, pero algo en esa noche había sido liberador. Había escapado, había sentido el cariño de Derek de una manera más intensa de lo que había imaginado, y había disfrutado de una libertad que normalmente no le era permitida.

Pero, al mismo tiempo, sabía que su vida estaba lejos de ser sencilla. La presión de su familia, las expectativas de su padre, la amenaza constante de un matrimonio arreglado… Todo pesaba sobre sus hombros como una carga invisible.

Después de descansar unos minutos más, se levantó con esfuerzo. Sabía que no podía quedarse en cama mucho tiempo, no si quería mantener su coartada intacta. Se arregló el cabello y fue a la cocina, donde su madre ya estaba preparando el desayuno.




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