Los días siguientes a la fiesta pasaron con una extraña mezcla de normalidad y tensión para Adriana. Cada vez que veía a Derek en la universidad, una corriente eléctrica recorría su cuerpo, pero el miedo seguía siendo un peso que la mantenía contenida. Sabía que su padre no tardaría en presionarla aún más, y la noche que se escapó para estar con Derek solo había aumentado su ansiedad. Aun así, sus pensamientos volvían una y otra vez a esa noche, a la forma en que él la había mirado, como si solo existieran ellos dos en el mundo.
El lunes, las cosas cambiaron de rumbo.
Después de faltar un par de clases para evitar que Derek la viera con el labio hinchado, Adriana finalmente se sintió obligada a regresar. Sabía que la ausencia prolongada solo levantaría sospechas entre sus amigos y, peor aún, en Derek. Intentó cubrir su herida lo mejor que pudo, aplicando maquillaje y disimulando con su cabello. Aun así, el temor de que alguien lo notara la hacía sentir más expuesta de lo habitual.
Al llegar a la universidad, sus ojos buscaron instintivamente a Derek. Él no estaba allí, pero la sensación de su mirada sobre ella seguía latente. Una parte de ella anhelaba verlo, pero otra temía su reacción si notaba su herida. Derek siempre había sido protector, y después de lo que sucedió entre ellos, sabía que sería difícil ocultarle la verdad.
Cuando llegó la clase de la tarde, lo vio sentado en su lugar habitual, con esa postura despreocupada que lo caracterizaba. Su corazón dio un vuelco, pero intentó ignorarlo, tomando asiento rápidamente. Durante toda la clase, sintió su mirada sobre ella, pero evitó cruzar miradas. Se enfocó en las palabras del profesor, aunque cada vez que Derek se movía o hacía algún sonido, no podía evitar sentir su presencia de manera abrumadora.
Después de la clase, mientras recogía sus cosas, Derek se acercó con una sonrisa juguetona.
—Adriana, ¿te estás escondiendo de mí? —preguntó con un tono suave, pero con un destello de preocupación en sus ojos.
Ella lo miró, tratando de mantener la calma.
—No, solo... he estado ocupada —respondió, su voz tensa. Intentó apartar la mirada, pero Derek, con su determinación habitual, no la dejó escapar tan fácilmente.
—¿Ocupada? O más bien, evitándome —respondió con una leve sonrisa, aunque su tono era serio.
Adriana trató de ignorar la sensación de que Derek podía ver a través de ella. Sabía que si bajaba la guardia, él descubriría todo. Pero en ese momento, una de sus amigas, Lucía, se acercó corriendo con una expresión de urgencia.
—Adri, ¿puedo hablar contigo un momento? —preguntó Lucía, lanzando una rápida mirada a Derek.
—Claro —respondió Adriana, aprovechando la interrupción para alejarse de Derek. Aunque él observó a ambas con una mirada inquisitiva, dejó que se fueran.
Lucía la llevó hasta un rincón del campus donde nadie pudiera escucharlas.
—¿Qué está pasando contigo y Derek? —preguntó Lucía, mirándola con curiosidad—. La otra noche los vi en la fiesta. Te vi escapar... y ahora él parece más interesado que nunca en ti.
Adriana sintió que el color subía a sus mejillas. Sabía que Lucía no tenía malas intenciones, pero las preguntas empezaban a incomodarla.
—No está pasando nada —mintió, aunque su voz no sonó convincente ni para ella misma.
—Vamos, Adriana. Lo he visto, está loco por ti. Y... tú también lo estás por él, ¿verdad? —insistió Lucía, sonriendo de manera traviesa.
Adriana negó rápidamente con la cabeza, pero la sonrisa cómplice de Lucía la hizo sentir expuesta.
—Tú sabes que no puedo... —comenzó a decir, pero su voz se apagó cuando pensó en su padre. "No puedo", se repitió en su mente, y la carga del secreto que ocultaba parecía volverse más pesada cada vez.
Sin embargo, justo en ese momento, un mensaje llegó a su teléfono. Era de su madre.
"Adriana, necesitamos hablar. Tu padre ya está haciendo planes para conocerte con un joven de una familia cercana. No tardes."
El corazón de Adriana se detuvo. El temido momento finalmente había llegado. Sintió que el aire le faltaba y su estómago se revolvía. Su mente comenzó a girar en mil direcciones, buscando desesperadamente una salida.
Lucía notó su repentina palidez.
—¿Todo bien? —preguntó preocupada.
—Sí, tengo que irme —respondió Adriana rápidamente, sin ofrecer más explicaciones.
Corrió hacia la salida del campus, con el mensaje de su madre quemando en su bolsillo. No podía enfrentar esa realidad. No cuando su corazón estaba comenzando a enamorarse de Derek, y ahora más que nunca, se sentía atrapada entre dos mundos que parecían irreconciliables. Sabía que no podía decirle nada a Derek sobre el matrimonio que su padre estaba preparando, no podía arriesgarse a que todo se complicara aún más.
Corrió hasta llegar al parque cercano, donde solía refugiarse cuando necesitaba pensar. Se dejó caer en un banco, tratando de calmar su respiración acelerada. Sabía que no podía seguir ocultando la verdad de su padre, pero tampoco podía confesarle a Derek lo que realmente estaba pasando.
Y mientras estaba allí, hundida en sus pensamientos, el teléfono volvió a sonar. Esta vez, era Derek.
No contestó.
Sabía que Derek no se rendiría fácilmente. Lo conocía lo suficiente para saber que él la buscaría hasta obtener respuestas. Pero, por ahora, no estaba preparada para enfrentar lo que se avecinaba.
Se sentó en el banco, mirando el cielo que comenzaba a oscurecerse con la llegada de la noche. Una tormenta se acercaba, tanto literal como figurativamente. El amor y el deber tiraban de ella en direcciones opuestas, y pronto tendría que tomar una decisión que cambiaría su vida para siempre.