Cuando finalmente se unieron, fue como si el universo entero se alineara. El amor que compartían se sintió en cada caricia, en cada susurro, en cada latido de sus corazones. Derek la sostuvo con ternura, protegiéndola, amándola con todo lo que tenía. Era su primera vez, y aunque no lo había planeado, supo en ese momento que no había nadie más con quien quisiera estar.
A lo largo de la noche, Derek sintió que se fundían en uno solo. El miedo de perderla seguía ahí, pero en ese momento, lo dejó a un lado. Solo importaba el presente, solo importaba Adriana y el amor que compartían. Sus cuerpos se movían al unísono, y cada beso era una declaración de amor más fuerte que las palabras.
Finalmente, cuando ambos se quedaron en silencio, acurrucados el uno en los brazos del otro, Derek no pudo evitar pensar en lo que vendría después. Sabía que esa noche cambiaría todo, pero no estaba preparado para perderla. El secreto que Adriana ocultaba seguía acechándolo, y temía que pudiera romper lo que habían construido.
Sin embargo, mientras la observaba dormir, con su respiración tranquila y su rostro sereno, Derek tomó una decisión. No importaba lo que sucediera, lucharía por ella. Haría lo que fuera necesario para mantenerla en su vida.
Esa noche había sido un punto de inflexión, no solo para su relación, sino para él mismo. Derek ya no era el mismo chico despreocupado, ahora estaba dispuesto a luchar por lo que realmente importaba.
Adriana lo había cambiado, y aunque aún no sabía cómo enfrentaría lo que venía, estaba seguro de una cosa: haría todo lo posible para no perderla.
Adriana no podía apartar de su mente lo que había sucedido la noche anterior. Se despertó temprano, antes de que el sol siquiera asomara por la ventana de la habitación de Derek. Él aún dormía profundamente, su respiración tranquila contrastaba con la tormenta de emociones que ella sentía dentro. Su primera vez había sido tan mágica y dolorosa a la vez. Había entregado su corazón y cuerpo a Derek, sabiendo que su futuro estaba más incierto que nunca.
Se levantó con cuidado, tratando de no hacer ruido para no despertarlo. Sabía que si lo miraba una vez más, no podría resistir quedarse a su lado. Pero su realidad era otra. Tenía que volver a casa antes de que su padre se diera cuenta de que había desaparecido durante la noche.
Con manos temblorosas, escribió una pequeña nota que dejó en la mesa del comedor:
"Gracias por todo, Derek. Esta noche siempre vivirá en mi corazón. Perdóname por irme así, pero sabes que no tengo otra opción. Te amo, Adriana."
Al salir, cerró la puerta suavemente tras de sí, dejando atrás el lugar donde había vivido una de las noches más importantes de su vida. Pero el peso de lo que venía aplastaba cada paso que daba hacia su casa. Sabía que el compromiso con el pretendiente elegido por su padre estaba a la vuelta de la esquina, y no sabía cómo enfrentarlo. Lo peor de todo es que no se lo había contado a Derek. Cada vez que pensaba en decírselo, sentía que su corazón se rompía en mil pedazos.
Cuando llegó a su casa, entró en silencio, como una sombra deslizándose por los pasillos. El miedo a ser descubierta era palpable. La resaca de la noche anterior no ayudaba, su cabeza palpitaba y el estómago le daba vueltas. Fue directo a su habitación, donde se dejó caer en la cama, exhalando el aliento que había contenido desde que salió del departamento de Derek. Sentía un vacío enorme, como si el peso de las decisiones que había tomado la estuviera aplastando.
Horas más tarde, mientras intentaba dormir un poco más, escuchó pasos fuertes en la planta baja. Su padre estaba de vuelta. La tensión en su cuerpo se activó de inmediato. Adriana se levantó y se arregló rápidamente para no levantar sospechas.
Cuando bajó, su madre la esperaba en la cocina, con una expresión preocupada.
—Adriana, tenemos que hablar —dijo su madre con suavidad, como si supiera que algo andaba mal. Siempre había sido su refugio, la única que la entendía y trataba de protegerla del control de su padre.
Adriana se sentó frente a ella, incapaz de ocultar su malestar. El dolor de lo que había pasado la noche anterior y el miedo a lo que estaba por venir la hacían temblar.
—Sé que algo no anda bien, hija. Has estado distante, distraída —continuó su madre, tomando su mano con ternura—. Tu padre ya está cerrando el trato con el prometido. La boda será en un mes.
Las palabras de su madre golpearon a Adriana como un martillo. Un mes. Tenía tan poco tiempo, y no tenía idea de qué hacer. Su madre la miró con compasión, pero también con resignación. Sabía que en su familia no había espacio para los sueños de amor, solo para los arreglos y convenios familiares.
—Mamá, no puedo hacerlo —murmuró Adriana, con los ojos llenos de lágrimas—. Yo... estoy enamorada de alguien más.
Su madre suspiró, bajando la mirada. Sabía que su hija estaba atrapada, igual que ella lo había estado durante tantos años.
—Cariño, no sé qué decirte. Quiero que seas feliz, pero tu padre no te dejará escapar de esto. Debes tener cuidado con lo que haces... Él no es un hombre fácil.
El miedo se intensificó en el pecho de Adriana. Su padre había demostrado que estaba dispuesto a todo para que ella cumpliera con su deber familiar, y la idea de enfrentarse a él era aterradora. Pero no podía seguir así. Amaba a Derek con todo su ser, y no podía imaginar su vida sin él.
Derek. Pensar en él hacía que todo fuera más doloroso. Sabía que no podía contárselo, no todavía. Él no entendería, y no quería que él se viera envuelto en el caos que era su familia. Pero cada día que pasaba sin decirle la verdad era una agonía. Sabía que estaba perdiendo tiempo, que el reloj estaba corriendo, y pronto llegaría el momento en que tendría que tomar una decisión que cambiaría sus vidas para siempre.