La lluvia golpeaba con fuerza el asfalto, formando charcos a su alrededor, mientras Adriana y Derek se sumergían en una burbuja de deseos reprimidos. Cada segundo que pasaba bajo el torrente de agua parecía más real, más urgente. Sin palabras, sin más que las miradas que se cruzaban entre ellos, los dos sabían que algo había cambiado irremediablemente. Derek, con la intensidad de su abrazo, la acercó más a su cuerpo, la necesidad de sentirla cercana a él superando cualquier barrera. No hubo dudas, ni miedo, solo el deseo apremiante de no separarse nunca.
Adriana, aunque atrapada en su propio miedo y confusión, no pudo negar lo que sentía. Los sentimientos que había intentado esconder durante tanto tiempo ahora explotaban con fuerza dentro de ella. En ese beso, algo se rompió, y no hubo vuelta atrás. Los labios de Derek se movían con firmeza, pero con ternura, como si quisiera borrar toda la distancia que había existido entre ellos.
La lluvia los empapaba, pero eso no les importaba. Era el momento perfecto, el instante de entrega total que ninguno de los dos había planeado, pero que necesitaban más de lo que estaban dispuestos a admitir.
La lluvia golpeaba con fuerza el asfalto, formando charcos a su alrededor, mientras Adriana y Derek se sumergían en una burbuja de deseos reprimidos. Cada segundo que pasaba bajo el torrente de agua parecía más real, más urgente. Sin palabras, sin más que las miradas que se cruzaban entre ellos, los dos sabían que algo había cambiado irremediablemente. Derek, con la intensidad de su abrazo, la acercó más a su cuerpo, la necesidad de sentirla cercana a él superando cualquier barrera. No hubo dudas, ni miedo, solo el deseo apremiante de no separarse nunca.
Adriana, aunque atrapada en su propio miedo y confusión, no pudo negar lo que sentía. Los sentimientos que había intentado esconder durante tanto tiempo ahora explotaban con fuerza dentro de ella. En ese beso, algo se rompió, y no hubo vuelta atrás. Los labios de Derek se movían con firmeza, pero con ternura, como si quisiera borrar toda la distancia que había existido entre ellos.
La lluvia los empapaba, pero eso no les importaba. Era el momento perfecto, el instante de entrega total que ninguno de los dos había planeado, pero que necesitaban más de lo que estaban dispuestos a admitir.
En un impulso, Derek levantó suavemente a Adriana, llevándola contra la pared de un pequeño rincón en el jardín. La empujó suavemente, pegándola más a su cuerpo, como si necesitara estar aún más cerca. Adriana no pudo resistir más. Sus manos se deslizaron por su camisa mojada, el deseo compartido encendiendo un fuego dentro de ella que no podía apagar.
Con un giro rápido, Derek la besó de nuevo, pero esta vez no fue solo pasión. Fue un beso cargado de necesidad, de conexión, de un amor que solo podía manifestarse en ese momento de vulnerabilidad. Adriana, cegada por la emoción, correspondió con la misma intensidad. Ya no había barreras, ni secretos entre ellos.
De alguna manera, como si el mundo a su alrededor hubiera desaparecido, Adriana se entregó a ese instante. El deseo se transformó en algo más, algo profundo, algo que solo podría vivir en ese abrazo. Derek, sin apartarse, la despojó de su vestido mojado con un impulso. Sin mediar palabras, la alcanzó, sintiendo su piel cálida, su aliento acelerado en su cuello.
Adriana, a pesar de su confusión y su miedo, lo siguió en cada paso. Su primer encuentro sexual, ese que había estado evitando tanto tiempo, sucedió en ese momento, bajo la lluvia torrencial, con la tormenta como único testigo. El cuerpo de Adriana se entregó por completo, su mente finalmente en paz, pero al mismo tiempo, temblando ante lo que representaba. El amor que sentía por Derek le dio la fuerza para dar ese paso, pero también la incertidumbre de que todo podía derrumbarse en el mismo instante.
Mientras tanto, la noche avanzaba y la lluvia no cesaba. Ambos se tomaron un tiempo, abrazados en su pequeño refugio, sin importar que sus ropas estuvieran empapadas, que el viento y el frío pudieran hacer que se arrepintieran. Nada importaba más que estar juntos.
Sin embargo, como un peso que se levantaba en su corazón, Adriana sabía que el momento de regresar a su vida cotidiana estaba cerca. No podía quedarse allí con Derek, no podía arriesgarlo todo por un amor que su padre nunca aceptaría.
Horas después, Adriana regresó a casa, temblorosa, desordenada, con el corazón aún latiendo con fuerza. Sabía que su promesa de estar con Derek había dejado una huella profunda en su alma. A pesar de la euforia, la felicidad de ese momento, un nudo de angustia se formaba en su estómago. ¿Qué haría ahora? ¿Cómo enfrentaría las consecuencias de ese beso, de esa entrega?
Al llegar a casa, se apresuró a entrar, con la esperanza de que su padre no la hubiera escuchado. La casa estaba oscura, todos dormían, pero el reloj marcaba la hora tardía y la incertidumbre aumentaba. Había fallado en su intento de no ser vista. Pero algo más la esperaba.
Al abrir la puerta de su habitación, Adriana notó la presencia de su prometido, Ricardo, sentado en la oscuridad del pasillo. Su rostro estaba pálido, tenso, sus ojos centelleaban con una mezcla de ira y desconfianza.
—¿Dónde has estado, Adriana? —su voz era fría, cortante. No le dio tiempo para responder. —¿Por qué llegas tan tarde?
Adriana, con el corazón acelerado, intentó controlar su respiración. No podía contarle la verdad. Sabía lo que pasaría si lo hacía. El compromiso ya estaba sellado, su destino ya estaba marcado, pero ese beso con Derek había alterado su percepción de todo. Lo que había hecho con Derek no solo la había transformado, sino que también la había colocado en una encrucijada entre su familia y sus deseos más profundos.