El Precio de mi Secreto

Capitulo 32: Entre el amor y el peligro

Derek se levantó al día siguiente con el cuerpo adolorido y el rostro hinchado por los golpes de la noche anterior. Miró su reflejo en el espejo, sus ojos oscuros reflejaban no solo el dolor físico, sino la creciente preocupación que lo carcomía. Sabía que esos hombres no habían llegado a su apartamento por casualidad, y todo apuntaba a una sola persona: el prometido de Adriana.

Cada vez que pensaba en ella, algo profundo se encendía en su interior. No era solo amor; era una necesidad casi primitiva de protegerla. Derek nunca había sentido algo igual por nadie. La idea de que Adriana estuviera atrapada en una relación con alguien capaz de llegar tan lejos lo llenaba de furia. No importaba lo que le costara, no iba a dejarla sola.

Mientras tanto, en casa de Adriana, la situación era aún peor. Ricardo la había llamado temprano esa mañana, exigiendo que hablara con él. El tono en su voz no dejaba lugar a dudas: estaba furioso.

"¿Qué creías que hacías, Adriana? ¿Crees que puedes salirte con la tuya?" —dijo Ricardo, acercándose a ella con pasos firmes.

Adriana, tratando de mantener la calma, lo enfrentó con valentía.

"No sé de qué hablas."

Pero Ricardo no iba a dejar que se librara tan fácilmente. Sacó su teléfono y le mostró una foto de ella y Derek juntos bajo la lluvia, abrazados, besándose. Adriana sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies.

"¿Qué creías que hacías, Adriana? ¿Crees que puedes engañarme así?" —Ricardo rugió mientras lanzaba el teléfono sobre la mesa, la imagen de su beso con Derek iluminaba la pantalla.

Adriana tragó saliva, sus manos temblaban, pero intentó mantener la compostura.

"Eso no significa nada. Fue solo un momento de confusión..." —mintió, aunque su corazón dolía con cada palabra.

Ricardo se acercó, su rostro estaba a solo centímetros del de ella. La intimidación en sus ojos era inconfundible.

"Escucha bien, Adriana. Yo no comparto lo que es mío. Si vuelves a acercarte a ese imbécil, no solo se lo haré pagar... también tú lo lamentarás."

Adriana retrocedió, aterrada por el veneno en su voz, pero no pudo dejar de replicar, aunque su tono era suave.

"No puedes obligarme a casarme contigo."

Ricardo rió, una carcajada oscura y cínica.

"¿Ah, no? Mira, Adriana, esto no es solo sobre lo que tú quieras o no. Esta boda no es negociable. La fecha se adelantará, y te guste o no, serás mi esposa en menos de una semana. Si intentas huir o desafiarme, Derek pagará las consecuencias. No lo dudes."

Adriana sintió que el aire la abandonaba. Estaba atrapada, y el miedo por Derek era más fuerte que su propio terror.

Esa tarde, Derek estaba sentado en su apartamento, el dolor físico era mínimo comparado con la preocupación por Adriana. No había sabido nada de ella desde su encuentro en la lluvia. Sus llamadas y mensajes habían quedado sin respuesta, lo que solo aumentaba su inquietud.

Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Cuando abrió, se encontró con Marina, una de las amigas cercanas de Adriana. Sus ojos estaban llenos de urgencia.

"Derek, tengo que hablar contigo."

"¿Qué pasa? ¿Adriana está bien?" —preguntó de inmediato.

Marina suspiró, cruzándose de brazos.

"No estoy segura, pero creo que está en problemas. Su padre está cada vez más estricto, y ese tipo, Ricardo, me da escalofríos. Escuché algo sobre adelantar la boda y..."

Derek no la dejó terminar. Su corazón latía con fuerza.

"¿Sabes dónde puedo verla?"

Marina negó con la cabeza, pero le dio una advertencia.

"Tienes que tener cuidado, Derek. Ricardo no es alguien con quien quieras meterte."

Derek frunció el ceño, su mandíbula se tensó.

"No me importa lo peligroso que sea. Adriana me importa, y no voy a dejarla enfrentarse sola a este infierno."

Esa noche, Adriana estaba sentada en su habitación, mirando por la ventana mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Sabía que su tiempo con Derek se estaba acabando, y el peso de las amenazas de Ricardo la mantenía despierta.

De repente, una pequeña piedra golpeó el cristal de su ventana. Se asomó, sorprendida al ver a Derek abajo, mirándola con preocupación.

"¡Baja!" —susurró él, gesticulando con las manos.

Adriana dudó, pero el impulso de verlo fue más fuerte. Se escabulló de su casa con cuidado y corrió hacia él.

"Derek, ¿qué haces aquí? Es peligroso..." —murmuró, abrazándose a sí misma.

"No me importa. ¿Qué está pasando, Adriana? Llevas días ignorándome y... Dios, estás pálida. Dime la verdad."

Adriana lo miró, el dolor reflejado en sus ojos. Quería contárselo todo, pero el miedo la detuvo.

"No puedo, Derek. Solo... aléjate de mí, por favor. No quiero que te hagan daño."

Derek la tomó por los hombros con suavidad, obligándola a mirarlo a los ojos.

"¿Quién quiere hacerme daño? ¿Es Ricardo? ¿Te está obligando a algo?"

Adriana no pudo contener más las lágrimas y asintió, aunque no dijo una palabra. Derek, furioso pero decidido, la atrajo hacia él, abrazándola con fuerza.

"No voy a dejar que te hagan daño, Adriana. No voy a permitir que te quiten tu libertad. Tú no eres un trofeo para nadie."

Adriana se acurrucó en su pecho, sintiendo un leve alivio en medio de su tormento. Pero el miedo seguía ahí, latente.

Ambos sabían que las cosas no iban a ser fáciles, pero en ese momento, Derek tomó una decisión: haría todo lo posible por protegerla, incluso si eso significaba enfrentarse al mundo entero.




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