La mañana en la ciudad estaba tranquila, con el sol ascendiendo lentamente entre los edificios y tiñendo el cielo de tonos dorados y azulados. El aire aún conservaba un leve frescor matutino, pero los primeros rayos de sol empezaban a calentar las calles y las fachadas de cristal.
La terraza de la cafetería estaba animada, con varias mesas ocupadas por clientes que charlaban entre bocados y sorbos de café humeante. Un par de camareros se movían con soltura entre las mesas, llevando bandejas con desayunos recién preparados. Se escuchaba el tintineo de cubiertos contra los platos, el murmullo de conversaciones distendidas y el suave fondo musical que se filtraba desde el interior del local.
Bruce y Rebecca estaban sentados en una mesa junto a la barandilla, desde donde podían ver la avenida despertando poco a poco. Coches y peatones iban y venían con la calma propia de la mañana, muy diferente al bullicio que reinaría unas horas después.
El aroma a café recién hecho, pan tostado y masa dulce recién horneada flotaba en el aire, mezclándose con la brisa ligera que movía levemente el cabello de Rebecca. Ella se entretenía observando a Bruce, quien devoraba su desayuno con un apetito voraz, sin prestar demasiada atención al entorno. Rebecca, por su parte, revolvía su café con una sonrisa divertida, disfrutando tanto de la comida como del momento de tranquilidad compartida.
—Si Peter pregunta, dile que esas tortitas las cociné yo con mucho amor —comentó con fingida seriedad, tomando un sorbo de su bebida.
Bruce dejó escapar una pequeña risa, sin dejar de comer.
—Claro, claro… aunque no sé si podrá creérselo —respondió entre bocados.
Rebecca puso los ojos en blanco y le dio un leve empujón en el brazo, sin poder evitar reírse también.
Bruce se dejó caer contra el respaldo de la silla con un suspiro profundo, cerrando los ojos mientras el sol acariciaba su rostro. El calor era reconfortante, como si, por primera vez en mucho tiempo, pudiera detenerse y simplemente estar presente. El aroma del café, el sonido lejano de la ciudad despertando, el murmullo de las conversaciones a su alrededor… todo se sentía inusualmente apacible. Su cuerpo, agotado por días sin descanso, parecía aflojarse poco a poco, liberando una tensión que ni siquiera había notado que llevaba encima.
—Hacía mucho que no disfrutaba de esta tranquilidad —murmuró, sin abrir los ojos.
Rebecca sonrió y tomó un sorbo de su café.
—A mí me gusta pasar el sábado fuera de casa, desconectada de todo —dijo con naturalidad—. Si quieres, puedes pasar el día conmigo. Así también desconectas un poco.
Bruce entreabrió los ojos, pero su expresión cambió de inmediato. Durante un instante, su mente lo llevó de vuelta a aquella noche. La mujer de mirada fría, el arma presionando su cabeza, las palabras que aún resonaban en su mente… Una sombra cruzó su rostro, pero cuando volvió a mirar a Rebecca, todo se disipó.
Ella estaba ahí. Después de todo lo que había pasado, después de las cosas que él mismo había dicho, lo había ayudado, se había quedado con él, sin rencores. Esa sensación de calma que le transmitía era algo que no sabía que necesitaba, pero que, en ese momento, le resultaba casi indispensable.
Tal vez le debía al menos eso.
Y más aún después de lo que la hizo pasar mientras trabajaban juntos.
Suspiró y asintió.
—Está bien… ¿Qué tienes en mente? —preguntó con una leve sonrisa.
Rebecca sonrió con malicia mientras llevaba la taza a sus labios y negó con la cabeza.
—Hoy mando yo. No estamos en tu laboratorio, así que te toca hacerme caso.
Bruce la miró con desconfianza, entrecerrando los ojos, pero al final alzó las manos en señal de rendición.
—Está bien, hoy tienes el control —dijo, divertido.
Rebecca rió satisfecha, observándolo con un brillo travieso en la mirada.
—Por cierto, ¿qué talla de zapatos usas?
Bruce frunció el ceño, claramente desconfiando de sus intenciones, pero antes de que pudiera preguntar para qué lo quería saber, Rebecca ya estaba sacando su teléfono.
Más tarde, él la esperaba sentado en un banco del parque, con los brazos cruzados y la curiosidad latente. No tuvo que esperar mucho. Rebecca regresó con sus patines ya puestos y una bolsa en la mano. Se deslizó con facilidad sobre el pavimento hasta quedar frente a él, sonriendo con autosuficiencia.
Bruce la miró sin decir una palabra, su expresión era una mezcla de sorpresa e incredulidad.
—¿De verdad? —preguntó finalmente.
Rebecca se sentó a su lado y sacó un par de patines de la bolsa, ofreciéndoselos con una sonrisa.
—Si no sabes y te da miedo, no te soltaré las manos —le dijo con un tono burlón.
Bruce alzó una ceja, suspiró resignado y comenzó a colocárselos.
Bruce terminó de ajustarse los patines y suspiró profundamente antes de incorporarse, apoyando ambas manos en el banco para no perder el equilibrio de inmediato. En cuanto intentó dar su primer paso, sus piernas temblaron y estuvo a punto de caer hacia adelante, pero Rebecca reaccionó rápido, sujetándolo con firmeza por las muñecas y ayudándolo a mantenerse en pie.