El lunes por la mañana, el laboratorio estaba iluminado por la fría luz blanca de los monitores y el zumbido constante de las máquinas en funcionamiento. Rebecca entró con paso relajado, ajustándose la bata mientras lanzaba un bostezo contenido.
Apenas cruzó la puerta, su mirada se fijó en Bruce, quien estaba de pie frente a una de las pantallas principales, inmerso en una videollamada. Su postura era formal, con los brazos cruzados y una expresión seria, pero serena.
En la pantalla, la imagen de la doctora superior del proyecto se mostraba nítida. Una mujer de mirada afilada y porte impecable, cuya autoridad se hacía evidente en cada palabra.
—Agradezco su comprensión —dijo Bruce con tono firme—. Nos aseguraremos de enviar un informe detallado con un seguimiento diario de los avances.
La doctora asintió, entrelazando las manos sobre su escritorio.
—Eso espero, señor Carter. Este proyecto es demasiado importante para dejar cabos sueltos —su tono, aunque superior, llevaba un matiz comprensivo—. Confío en que sabrás manejarlo con la misma precisión de siempre.
Bruce no hizo ningún gesto innecesario, simplemente inclinó levemente la cabeza.
—Así será.
—Bien. Nos mantenemos en contacto.
La videollamada terminó con un leve parpadeo en la pantalla. Bruce soltó un suspiro y se pasó una mano por el cabello antes de girarse.
Fue entonces cuando notó a Rebecca, apoyada contra la mesa más cercana, observándolo con una ceja alzada y una media sonrisa.
—¿Así que tenemos informes diarios ahora? —preguntó con fingido dramatismo—. Vaya manera de empezar la semana.
Bruce bufó y negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír levemente.
—Solo haz tu trabajo, Becca.
Ella le dedicó una pequeña reverencia exagerada.
—Sí, señor.
Bruce rodó los ojos y caminó hacia su estación de trabajo, mientras Rebecca, aún sonriendo, se acercaba para comenzar el día.
Rebecca dejó caer una carpeta sobre su escritorio y se estiró con un suspiro, lista para comenzar tras las preparaciones matutinas. Sin embargo, al girarse hacia Bruce, notó algo que la hizo fruncir el ceño. Él estaba concentrado en su pantalla, con los ojos fijos en una serie de ecuaciones mientras escribía notas en su libreta con rapidez.
Curiosa, se acercó, apoyó una mano en el respaldo de su silla y hojeó los papeles que tenía esparcidos sobre la mesa. Reconoció de inmediato los cálculos y su estómago se tensó.
—Espera un momento… —dijo, tomando una de las hojas—. ¿Por qué estás haciendo de nuevo los cálculos sobre el suero?
Bruce no respondió de inmediato. Soltó el bolígrafo y desvió la mirada hacia ella, sin apartar del todo la mano del teclado.
—¿Por qué estás empezando desde cero? —insistió Rebecca, ahora con un tono más serio.
Él presionó los labios en una fina línea, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado. Pero antes de que pudiera responder, Rebecca fijó la vista en la pantalla de su ordenador y un pensamiento la golpeó de inmediato.
—Espera… —su voz bajó de volumen, pero sonaba aún más firme—. ¿Por eso estuviste días sin salir?
Bruce se tensó ligeramente.
—Becca…
—¿Querías hacer meses de investigación en unos días? —continuó, sin dejarle terminar—. ¿Y encima solo?
Su tono no era de reproche, sino de genuina incredulidad. Bruce desvió la mirada y pasó una mano por su nuca, incómodo.
—Había algo que no cuadraba en los datos preliminares —dijo al fin, con un suspiro—. Pequeñas inconsistencias que podrían arruinarlo todo más adelante. Necesitaba revisarlo antes de que siguiéramos avanzando.
Rebecca lo miró con una mezcla de frustración y preocupación.
—¿Y no se te ocurrió mencionármelo?
Bruce soltó una leve risa sin humor.
—No quería preocuparte innecesariamente.
Ella cruzó los brazos y lo miró fijamente.
—Bruce… somos un equipo. No tienes que hacer esto solo.
Él la observó en silencio por un momento antes de bajar la mirada de nuevo a la pantalla.
—Lo sé.
Pero en su voz había algo que le hizo pensar que, en el fondo, aún no lo creía del todo.
—Está bien que quieras asegurarte de que todo salga perfecto, pero no eres un robot, Bruce. No puedes hacerlo todo tú solo.
Bruce la miró fijamente. La determinación en sus ojos era inquebrantable, pero en el fondo de su mirada había algo más… algo que Rebecca no pudo identificar del todo.
Finalmente, él esbozó una leve sonrisa de lado.
—¿Entonces vas a ayudarme o solo estás aquí para darme un sermón?
Rebecca resopló, rodando los ojos.
—Voy a ayudarte, idiota. Pero cuando terminemos, me debes una cena.
Bruce dejó escapar una leve risa y asintió.