El aroma a café recién hecho flotaba en el aire de la cafetería mientras Rebecca removía distraídamente el contenido de su taza. Frente a ella, Mia la observaba con una sonrisa divertida, apoyando la barbilla en una mano mientras escuchaba atentamente el relato de su amiga.
—Así que… pasaste el fin de semana con él —dijo Mia con tono travieso, alzando las cejas de manera significativa—. Lo llevaste a su casa, velaste por su sueño reparador, cenaste con él… Dios, Rebecca, esto suena como el inicio de una hermosa historia de amor.
Rebecca soltó un suspiro y desvió la mirada hacia la ventana, tratando de ignorar el rubor que amenazaba con subirle a las mejillas.
—No empieces con eso —dijo, reprimiendo una sonrisa que Mia, por supuesto, no dejó pasar.
—¿Yo? —preguntó su amiga con fingida inocencia—. Solo analizo los hechos.
Rebecca negó con la cabeza, divertida, y decidió cambiar de tema.
—Mañana voy a comenzar un nuevo proyecto con él —comentó casualmente, dando un sorbo a su café—. Me dijo que lleva años intentando avanzar en algo y necesita a alguien con experiencia en reparación de máquinas, así que me pidió ayuda.
Mia entrecerró los ojos, su sonrisa tornándose aún más maliciosa.
—¿Un nuevo proyecto, eh? ¿En su casa?
Rebecca rodó los ojos.
—No es lo que estás pensando.
—¿Segura? —canturreó Mia, apoyándose en la mesa con evidente entusiasmo—. Porque si fuera yo, no estaría tan segura.
Rebecca resopló y miró hacia otro lado, fingiendo desinterés, pero no pudo evitar que la idea se quedara en su mente. Mia siguió hablando, lanzando insinuaciones con su característico humor romántico, mientras Rebecca, a pesar de sí misma, comenzaba a considerar la posibilidad. ¿Y si Mia tenía razón? ¿Y si aquello no era solo un simple proyecto?
Pasó el resto de la tarde con esa idea rondándole la cabeza, dudando si realmente lo único que harían al día siguiente sería reparar algo… o si, sin darse cuenta, ya estaban construyendo algo más.
Rebecca intentó concentrarse en su café, pero la mirada traviesa de Mia no la dejaba en paz. Finalmente, suspiró y decidió enfrentarla.
—Mia, te juro que es un proyecto real. Algo que ha estado intentando hacer desde hace años. No es una excusa barata para… no sé, lo que sea que estés insinuando.
Mia entrecerró los ojos con una sonrisa juguetona.
—Claro, claro. Y dime, ¿él te invitó a su casa para esto?
—Sí.
—¿A su casa?
—Sí, Mia, a su casa —repitió Rebecca, cruzándose de brazos con exasperación.
—¿Y no crees que es una excusa perfecta para pasar más tiempo contigo?
Rebecca abrió la boca para responder, pero se detuvo un momento. ¿Podría ser eso cierto? Se quedó callada unos segundos, removiendo su café distraídamente. Mia se inclinó sobre la mesa con una expresión de triunfo.
—Ajá. Sabía que en el fondo te lo habías preguntado.
Rebecca suspiró, apoyando la frente en una mano.
—Es solo que… no tiene sentido. No hemos trabajado juntos tanto tiempo como para que él… ya sabes, quiera algo más.
Mia se echó a reír.
—¡Oh, por favor! El tiempo no tiene nada que ver. Si hay química, hay química. ¿O acaso no la hay?
Rebecca se mordió el labio. No podía negar que se sentía cómoda con Bruce, que disfrutaba su compañía más de lo que esperaba, que había algo en su forma de mirarla y sonreírle que la hacía sentir diferente.
—No lo sé —admitió en voz baja.
—Bueno, mañana lo averiguarás —dijo Mia con un guiño—. Pero si resulta que en vez de arreglar una máquina, terminas arreglando su corazón… más te vale contarme todo con detalles.
Rebecca soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Eres insoportable.
—Y tú estás en problemas —respondió Mia con una sonrisa cómplice.
Rebecca se quedó en silencio, removiendo su café con lentitud. No quería emocionarse con algo que tal vez no era real… pero tampoco podía evitar sentir ese pequeño cosquilleo de expectación por lo que pasaría al día siguiente.
Al día siguiente, la casa de Rebecca estaba sumida en el silencio y ella se quedó mirando la pecera, observando cómo su pez nadaba con total tranquilidad, sin preocuparse por nada más que su pequeño mundo de agua. Su mente, en cambio, estaba enredada en pensamientos que no la dejaban en paz.
Desde que Mia le había llenado la cabeza de ideas la tarde anterior, no había podido evitar cuestionarse ciertas cosas. Nunca se había detenido a pensar en Bruce de otra manera que no fuera como su compañero de trabajo, el genio obsesionado con la precisión, el tipo serio y meticuloso que contrastaba con su propio caos. Pero entonces recordó el fin de semana que pasaron juntos, cómo él la había seguido el juego fingiendo no saber patinar, la forma en la que le había sonreído con malicia cuando confesó su engaño. La forma en la que la miró en el parque, en silencio, como si intentara descifrar algo en ella.