El precio de retroceder

Capítulo 10

El rugido del motor se apagó al llegar de nuevo al garaje, y Bruce apoyó un pie en el suelo para equilibrar la moto. Rebecca, aún aferrada a su espalda, sintió cómo su respiración volvía a la normalidad después de la adrenalina del viaje. Pero, aunque la moto ya estaba inmóvil, sus manos no parecían querer soltarlo.

Se quedó así, con los brazos rodeándolo, sintiendo el calor de su cuerpo, la firmeza de sus músculos bajo la delgada tela de su chaqueta. Su mente le gritaba que lo soltara, pero su cuerpo se negaba a obedecer.

Bruce notó su falta de movimiento y bajó ligeramente la cabeza, viendo sus manos aún aferradas a él. Con una leve sonrisa, deslizó su propia mano sobre las de ella, cubriéndolas con suavidad.

Rebecca sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, y con un leve sobresalto, apartó las manos y se incorporó rápidamente, bajándose de la moto de un salto torpe.

—Bueno —dijo, esforzándose por sonar despreocupada mientras se agachaba para recoger las herramientas—, al menos ahora sabemos que la moto funciona perfectamente. Hicimos un buen trabajo.

Su voz salió más temblorosa de lo que quería, y sus movimientos, normalmente ágiles y precisos, se tornaron torpes. Un destornillador cayó de sus manos y rebotó en el suelo con un sonido metálico que resonó demasiado fuerte en el garaje silencioso.

Bruce se bajó lentamente de la moto, con una sonrisa aún en los labios. No apartó la vista de ella ni por un segundo.

—Sí… Un buen trabajo.

Su tono tenía un matiz diferente, algo más bajo, más profundo. Rebecca sintió su piel erizarse al escucharle, pero no levantó la mirada. Se obligó a centrarse en su tarea, recogiendo todo con una rapidez innecesaria.

Fue cuando se incorporó que lo notó.

Bruce estaba más cerca. Demasiado cerca.

El aire pareció volverse más denso cuando su espalda chocó suavemente contra la pared del garaje, acorralándola sin que ella se diera cuenta de que había estado retrocediendo.

Bruce no dijo nada. Simplemente la miró, con esa misma sonrisa ladeada, con esos ojos oscuros que parecían atravesarla. Rebecca sintió cómo su pecho subía y bajaba con cada respiración acelerada.

Entonces, sin previo aviso, él cerró la distancia y atrapó sus labios con los suyos.

El mundo pareció detenerse.

La intensidad del beso la tomó por sorpresa, pero su cuerpo reaccionó de inmediato, como si lo hubiera estado esperando desde hace tiempo. Sus labios se movieron con los de él en una danza apresurada, necesitada, como si ambos hubieran contenido ese momento por demasiado tiempo.

Bruce tomó la iniciativa en todo.

Su mano subió hasta su mejilla, sus dedos deslizándose por su piel con una delicadeza que contrastaba con la urgencia de sus labios. Luego, bajó lentamente por su cuello, hasta su cintura, atrayéndola más hacia él, eliminando cualquier espacio entre sus cuerpos.

Rebecca se sintió atrapada en el torbellino de sensaciones que la invadían. Sus manos, que momentos antes temblaban de nerviosismo, ahora se aferraban con firmeza a su chaqueta, como si temiera que él pudiera apartarse.

Pero Bruce no se apartó.

El beso se profundizó cuando inclinó la cabeza, dominándola sin esfuerzo, haciéndola ceder por completo. Rebecca sintió cómo sus rodillas amenazaban con fallarle, pero la forma en que Bruce la sostenía le aseguraba que no caería.

La calidez de su cuerpo, el roce de su piel, el ritmo frenético de su respiración mezclándose con la de él… Todo la envolvía, la consumía.

Cuando finalmente se separaron, ambos estaban jadeando. Rebecca sintió su aliento cálido rozando sus labios mientras Bruce permanecía cerca, sus frentes casi tocándose.

Él sonrió, una sonrisa cargada de significado.

—Sabía que eras terca, pero no pensé que te tomaría tanto tiempo hacer esto.

Rebecca, aún con el corazón latiendo con fuerza, entrecerró los ojos y le dio un leve golpe en el pecho.

—Cállate —murmuró, aunque el rubor en su rostro la delataba.

Bruce rió bajo y, sin darle tiempo a reaccionar, volvió a inclinarse para besarla de nuevo. Esta vez, más lento, más profundo. Como si quisiera asegurarse de que ella supiera que no pensaba detenerse.

Y Rebecca, lejos de apartarse, lo recibió con la misma intensidad.

Bruce no dudó en profundizar el beso, pero esta vez sus manos comenzaron a explorar con más decisión. Una de ellas descendió por su espalda hasta su muslo, presionando con suavidad hasta hacer que Rebecca levantara la pierna, instintivamente rodeando su cintura.

Rebecca sintió su respiración entrecortarse. El contacto entre sus cuerpos se intensificó y, por un instante, todo pensamiento racional se desvaneció. Sus manos se deslizaron por el pecho de Bruce, recorriéndolo con una mezcla de ansiedad y deseo contenido.

Él la sostenía con firmeza, su otra mano enredada en su cabello, inclinando su cabeza con la misma determinación con la que la besaba. Rebecca sintió cómo el calor entre ellos aumentaba, su piel erizándose bajo sus caricias. Y entonces, lo sintió.




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