El precio de retroceder

Capítulo 12

En el futuro…

La sala de reuniones estaba iluminada con una fría luz blanca, reflejada en la mesa de cristal que ocupaba el centro de la estancia. Bruce Carter, con diez años más a cuestas y un semblante endurecido por el tiempo, permanecía en su asiento, serio, mientras el grupo de hombres trajeados que lo rodeaba lo miraban con evidente frustración.

Uno de ellos, un hombre de cabello canoso y expresión severa, golpeó la mesa con los nudillos antes de hablar.

—Señor Carter, esto ha llegado demasiado lejos.

Las miradas de todos se clavaron en Bruce, esperando alguna reacción, pero él se mantuvo impasible. Otro hombre, con voz cargada de irritación, tomó la palabra.

—Han pasado meses. Seguimos sin noticias de la señora Blanc. Su silencio nos está costando demasiado. ¿Cuánto más piensa alargar esto?

—No hay pruebas concluyentes, pero cada día resulta más evidente que la está encubriendo —añadió otro, entrelazando los dedos sobre la mesa—. La realidad es que, por su culpa, no tenemos absolutamente nada. Estamos donde empezamos, y hemos invertido demasiado dinero para quedarnos con las manos vacías.

Los murmullos de aprobación llenaron la sala. Todos parecían de acuerdo con esa afirmación, pero Bruce no se inmutó. Permaneció en silencio unos segundos más, dejando que la tensión se espesara en el aire antes de finalmente responder.

—A mí es al primero al que robó —su voz, firme y controlada, logró silenciar la sala de inmediato—. No solo se llevó el prototipo del equipo ni el suero. Se llevó mi confianza. Era mi compañera. Trabajamos juntos más de diez años

Las palabras flotaron en el aire, pesadas y cargadas de una emoción contenida que ninguno de los presentes supo descifrar del todo. Bruce inspiró profundamente antes de continuar.

—Yo también quiero encontrarla. Quiero recuperar lo que es mío.

Un nuevo murmullo recorrió la sala. Los hombres intercambiaron miradas, algunos con desconfianza, otros con duda. Finalmente, uno de ellos, con voz imponente, habló por encima del resto.

—Tiene tres días, señor Carter. Queremos resultados. Ya sea información sobre su paradero, la captura de Blanc o la recuperación del prototipo. Tres días —remarcó con gravedad—, o estará fuera.

Un silencio helado se instaló en la sala. Bruce los observó en silencio antes de inclinarse ligeramente hacia adelante, con la expresión impenetrable.

—Entendido.

Sin más, la reunión terminó. Los hombres se levantaron, recogiendo sus documentos y saliendo en fila del salón. Bruce, sin embargo, permaneció sentado, mirando la mesa sin verla realmente.

Tres días.

Ese era el tiempo que le quedaba.

La luz tenue del pequeño cuarto proyectaba sombras en las paredes descascaradas. Rebecca se miraba fijamente en el espejo, analizando sus ojos con una concentración casi obsesiva. Con sus dedos separó los párpados, buscando cualquier rastro del cambio que esperaba. Pero solo encontró el mismo color marrón de siempre.

Suspiró con impaciencia y, con un movimiento preciso, abrió una pequeña caja metálica sobre la desvencijada mesa. Dentro, un vial de líquido morado brillaba bajo la luz tenue. Con manos firmes, encajó un dosificador con pequeñas agujas cortas y subió la manga de su camisa. Sin dudarlo, presionó el inyector contra la piel de su antebrazo y dejó escapar un leve jadeo al sentir la sustancia ingresar en su sistema.

Pasaron varios segundos en los que se quedó quieta, esperando. Lentamente, volvió a mirar su reflejo. Ahora, los bordes de su iris estaban teñidos de un violeta intenso.

Aún funcionaba

Al darse la vuelta para recoger su gabardina, la puerta se abrió de golpe. Nick entró con una bandeja de comida en las manos, frunciendo el ceño al verla en pie.

—Deberías estar descansando —dijo con un tono de reproche mientras dejaba la bandeja sobre la mesa.

Rebecca bufó y se cruzó de brazos.

—Ya llevo aquí un mes, Nick. No necesito seguir descansando.

Nick exhaló con frustración y la miró con severidad. —Será mejor que no salgas. Hay demasiada actividad en el edificio. Están buscándote.

Rebecca ignoró el comentario y se puso la gabardina con movimientos rápidos. Nick estrechó los ojos, pero cuando ella se giró para mirarlo, su expresión cambió por completo.

—No… —susurró al notar el color morado en sus ojos—. ¡No puedes salir así!

Rebecca inclinó la cabeza con desafío. —No aguanto más encerrada aquí, Nick. Necesito saber qué está pasando afuera. Necesito saber si Bruce está haciendo lo que debería hacer.

Nick dejó escapar un suspiro cargado de frustración. —¿Y qué crees que vas a lograr? ¿Aparecer ahí fuera con los ojos morados y esperar que nadie te reconozca? ¿Que nadie haga preguntas?

—No me importa. —Rebecca se ajustó la gabardina y tomó un arma que estaba sobre la mesa, deslizándola dentro del bolsillo interior.

Nick intentó bloquearle el paso, pero ella lo apartó con facilidad y abrió la puerta. Antes de salir, se giró hacia él.




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