El zumbido del aire acondicionado resonaba en la sala de conferencias mientras Ambar Herdenson repasaba mentalmente los puntos clave de la presentación. Las palabras flotaban en su mente, pero su concentración se desvanecía por el sutil malestar que sentía en su estómago. Acarició suavemente su vientre, tratando de calmar la inquietud. Cuatro meses de embarazo y ya estaba sintiendo los estragos del cansancio, aunque no permitiría que eso la detuviera.
—¿Lista para impresionar? —La voz profunda de Dave Simons resonó a sus espaldas, y Ambar se giró para encontrar la mirada verde de su jefe, tan intensa y cálida como siempre.
—Por supuesto, jefe —respondió con una sonrisa, aunque su tono era más para animarse a sí misma que para convencerlo.
Dave le devolvió la sonrisa, esa sonrisa que hacía que más de una de sus compañeras suspirara cuando él pasaba. Era el tipo de hombre que parecía salido de una revista, con su mandíbula marcada, su cabello negro perfectamente peinado, y esos ojos verdes que podían hacer que cualquiera se sintiera la única persona en la sala. Pero lo que más apreciaba Ambar era su amabilidad. A pesar de ser uno de los solteros más codiciados y de tener todas las razones para ser arrogante, Dave siempre se había mostrado atento, especialmente desde que ella había compartido la noticia de su embarazo.
—¿Nerviosa? —preguntó él, con un tono que denotaba más curiosidad que preocupación.
—Un poco. No todos los días tenemos que impresionar a un grupo de inversionistas millonarios, ¿no? —bromeó Ambar, aunque en su interior sabía que no era solo la presentación lo que la ponía nerviosa.
—Lo harás genial, como siempre. Confío en ti, Ambar. —Dave le dio una palmadita en el hombro antes de dirigirse al frente de la sala.
Ambar lo observó mientras se alejaba, sintiendo una extraña mezcla de admiración y tranquilidad. Era un buen jefe, no se podía negar. Aunque sabía que era el centro de muchas fantasías en la oficina, Ambar lo veía más como un amigo. Un amigo que, sin saberlo, estaba ayudándola a mantener su mente lejos de Axel King, el hombre que había destruido su corazón y que no dejaba de insistir en regresar a su vida.
—Vaya, ¿ya te robó otra sonrisa el jefe? —La voz de Kate la sacó de sus pensamientos. Su amiga y vecina, con quien había compartido muchas charlas nocturnas sobre todo menos el trabajo, se deslizó a su lado con una sonrisa maliciosa.
—¿Qué puedo decir? —bromeó Ambar—. Tiene ese efecto en las personas.
—Y en todas las solteras de esta oficina, y algunas no tan solteras —añadió Kate, arqueando una ceja—. Aunque, si soy honesta, no te culpo. Con esos ojos y esos músculos, es difícil no notar su... atractivo.
Ambar se rió, un sonido ligero que le alivió un poco la tensión.
—No me malinterpretes, es atractivo, pero Dave es solo... Dave. Además, mi vida ya es bastante complicada como para pensar en algo más —respondió Ambar, tratando de sonar casual, aunque sabía que había algo de verdad en sus palabras.
—Sí, claro. Pero, amiga, no puedes negar que sería un gran avance comparado con... bueno, ya sabes quién —dijo Kate, bajando la voz al mencionar a Axel.
—Definitivamente un avance, pero créeme, no estoy en condiciones de avanzar hacia nada en este momento —dijo Ambar, con una sonrisa forzada, deseando cambiar de tema—. ¿Vamos a repasar una vez más la presentación?
Kate asintió, entendiendo el mensaje. Mientras las dos se sumergían en los detalles del proyecto, Ambar no podía evitar pensar en lo irónico que era su vida. Ahí estaba, en medio de un importante proyecto, rodeada de compañeros que confiaban en ella, con un jefe que la apoyaba, y sin embargo, su corazón y su mente seguían luchando contra los fantasmas del pasado.
Mientras la reunión se preparaba para comenzar, Ambar se prometió a sí misma que, por el bien de su futuro y el de su hijo, dejaría esos fantasmas atrás. Pero sabía que esa batalla estaba lejos de terminar.
Ambar revisaba la presentación una vez más, pero su mente comenzó a divagar, llevándola a un recuerdo de hace algunas semanas. Había sido una tarde tranquila, una de esas raras ocasiones en las que tanto ella como Kate habían coincidido en llegar temprano a casa. Se habían sentado en el pequeño balcón que compartían, disfrutando de un café y observando cómo el sol se escondía detrás de los edificios.
—Kate, tengo algo que decirte —había comenzado Ambar, con cierta vacilación en su voz. No estaba segura de cómo su amiga tomaría la noticia.
Kate había alzado una ceja, curiosa.
—¿Es sobre el trabajo? Porque si es así, mejor me dices que tenemos un día libre inesperado —bromeó, con una sonrisa que siempre lograba levantar el ánimo de Ambar.
—No exactamente... —Ambar tomó un sorbo de su café, buscando las palabras adecuadas—. Es sobre una vacante en la oficina. Se abrió un puesto como secretaria en el área financiera, y pensé en ti.
Kate la había mirado, confundida al principio.
—¿En mí? Pero... Ambar, no tengo los estudios necesarios para ese puesto. Apenas terminé el instituto y solo he trabajado como cajera en la cafetería. —Kate había sonado insegura, algo raro en ella.
—Lo sé, pero tu experiencia como cajera es más que suficiente para comenzar. Además, conozco a Dave, y sé que no tendría problemas en darte una oportunidad. Serían 30 días de prueba, para demostrar que puedes hacerlo. —Ambar había insistido, su voz llena de convicción—. Eres organizada, eficiente, y te preocupas por hacer bien tu trabajo. No necesitas un título universitario para eso.
Kate se había quedado en silencio, procesando la información. Sus ojos, habitualmente llenos de chispa, mostraban una mezcla de esperanza y duda.
—¿Crees que realmente podría hacerlo? —preguntó finalmente, su voz más suave, casi vulnerable.
Ambar había sonreído, alcanzando la mano de su amiga y apretándola con suavidad.
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Editado: 27.04.2025