Ambar
La brisa cálida de la isla Mystikós seguía acariciando mi piel mientras el equipo se instalaba en el lujoso resort donde nos hospedaríamos durante los próximos días. Todo parecía ir sobre ruedas, hasta que un coche negro apareció en la entrada principal, dejando entrever una figura elegante y muy familiar. Mi estómago se tensó al instante.
Era Alice, la inversionista que en la cena había mostrado demasiado interés en Axel.
—¿Qué demonios hace aquí? —murmuré para mí misma, aunque una parte de mí ya sabía la respuesta.
Axel estaba parado a mi lado, su expresión inmutable, pero podía notar que estaba tenso. Sabía que Alice había intentado acercarse a él antes, y aunque él había mantenido las distancias, ahora con la situación diferente, no pude evitar sentir una punzada de celos.
—¡Axel, cariño! —exclamó Alice mientras bajaba del coche, su vestido de diseñador ondeando con la brisa. Se acercó a nosotros con una sonrisa de suficiencia que me irritaba de inmediato.
—Alice —respondió Axel con un tono seco, sin emoción. Noté que ni siquiera intentaba disimular su indiferencia.
—¿Qué haces aquí? —pregunté antes de que pudiera contenerme.
Alice me miró de arriba a abajo, y luego volvió su atención a Axel, ignorándome por completo.
—Vine a supervisar personalmente la inversión. Quiero asegurarme de que todo esté en orden. ¡Además, necesitaba una pequeña escapada! —se rió, sin perder el contacto visual con Axel. Pero lo que vino después fue lo que realmente encendió mis alarmas—. Lamentablemente, todas las habitaciones están ocupadas. ¿Crees que podría quedarme contigo en tu suite, Axel? Sería lo más lógico, ¿no crees?
El silencio que siguió fue sofocante. Noté que Axel apretaba la mandíbula, y por un segundo temí que fuera a aceptar solo para evitar problemas. Pero entonces, para mi sorpresa, él negó con la cabeza.
—No, Alice. No sería apropiado —dijo Axel con un tono cortante—. Pero tengo una solución mejor.
Me miró con una sonrisa traviesa, esa que usaba cuando planeaba algo que sabía que me incomodaría, pero que en el fondo, me encantaba.
—Ambar puede cederte su habitación. Ella es mi asistente, y lo más práctico sería que ella se quede conmigo en mi suite. Así estaríamos más cerca para trabajar en los detalles del proyecto.
Mi corazón dio un vuelco. ¿Axel sugiriendo que compartiéramos habitación? ¿Frente a Alice, ni más ni menos? Pude ver cómo la sonrisa de Alice se desvanecía por un segundo antes de que se recompusiera.
—Eso suena... eficiente —respondió Alice, con un tono apenas oculto de molestia, mientras me dirigía una mirada rápida, como si evaluara cuánto control tenía yo sobre la situación.
Me crucé de brazos y fingí estar evaluando la propuesta, aunque en mi interior celebraba que Axel me hubiera elegido a mí en lugar de ella. Este era un claro golpe a su ego.
—No estoy segura si es la mejor idea, Axel. No querría que se malinterprete nuestra relación profesional —dije, manteniendo la compostura, aunque mi voz sonaba deliberadamente casual.
Axel se inclinó un poco hacia mí, sus ojos fijos en los míos.
—No hay nada que malinterpretar. Sabes que solo quiero que estés cómoda. Además, —añadió con un tono más bajo, solo para que yo lo escuchara—Ambar. No querrás desaprovechar esta oportunidad, ¿verdad?
No pude evitar la sonrisa que tiraba de mis labios. Sabía que me estaba retando, y que lo estaba haciendo para tenerme más cerca. Pero, por más que quisiera resistirme, la idea de pasar más tiempo con él, aunque fuera en una suite compartida, me encantaba.
—Bueno, ya que lo dices así... parece una idea razonable —respondí finalmente, ocultando mi satisfacción bajo una máscara de indiferencia—. Está bien, Alice. Mi habitación es toda tuya.
Alice asintió, claramente frustrada por cómo habían resultado las cosas. Sabía que no podría competir en esta ocasión. Y aunque se mantenía firme y elegante, la decepción era palpable en su voz.
—Perfecto. —Respondió sin entusiasmo.
Esa misma noche, mientras Axel y yo nos instalábamos en la suite, el ambiente estaba cargado de tensión, pero no de la mala clase. Había algo eléctrico en el aire, una sensación de anticipación que ambos sentíamos pero ninguno mencionaba.
—Supongo que fue una decisión práctica —comenté mientras sacaba mi pijama de la maleta, tratando de mantener el tono casual.
Axel, que estaba sentado en el borde de la cama, me miró con una sonrisa torcida.
—Más que práctica, fue la decisión correcta. Nadie va a meterse entre nosotros, Ambar. Y definitivamente no Alice.
Sentí un calor recorrerme cuando mencionó eso. Me acerqué, sin poder evitarlo, disfrutando de su confianza y determinación.
—Vaya, vaya... Estás sumando puntos, señor King —dije en tono de broma, aunque en el fondo, mis palabras eran muy ciertas.
Axel sonrió, claramente complacido consigo mismo.
—Y estoy dispuesto a sumar muchos más.
Me dejó caer sobre la cama, agotada después de un día intenso lleno de viajes, reuniones, y tensiones con Axel. La noche habían llegado finalmente, pero lo que no esperaba era que solo hubiera una cama. Se suponía que Mystikós, la isla del proyecto, era de lujo. ¿Cómo era posible que hubiera solo una cama en una suite tan costosa?
Ambar frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho mientras veía a Axel, quien se quitaba la chaqueta con naturalidad. Él se movía con la seguridad de alguien que estaba completamente cómodo con la situación.
—¿En serio? —dijo Ambar, señalando la cama con la barbilla—. Una sola cama, Axel.
Él levantó una ceja, con esa sonrisa arrogante que siempre la sacaba de sus casillas.
—Es una cama grande. No veo el problema.
—Yo sí —replicó ella—. Esto no es parte de... —se interrumpió, sintiendo una incomodidad repentina en su vientre, una sensación extraña, como si algo se moviera.
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Editado: 05.05.2025