Oscuridad. Todo lo que sentía era una profunda y aplastante oscuridad. Era como estar en el fondo del océano, rodeado de una quietud que me oprimía el pecho, como si el aire no existiera. No había luz, no había tiempo, solo este vacío interminable que me consumía, llevándome al borde de la desesperación.
Quería gritar, pero no había voz. Quería moverme, pero mi cuerpo no me respondía. Todo estaba en silencio… hasta que empecé a escucharla. Al principio, pensé que era un sueño, una ilusión creada por mi mente, pero su voz era clara. Ambar. Mi Ambar. Siempre podía reconocer su voz, incluso en el caos más profundo.
"Axel, te extraño... por favor despierta."
Su susurro rompía el silencio que me atormentaba. Era como un faro en medio de una tormenta, guiándome de vuelta a ella. No podía verla, pero podía sentirla. Estaba cerca, hablándome. Todos los días, su voz me alcanzaba, aunque mi cuerpo se negaba a reaccionar.
"Amor, las niñas están bien, ya sabemos que son niñas..."
Las niñas… nuestras hijas. Recuerdo cuando me dijo que estaba embarazada. Mi corazón casi estalló de felicidad. Era lo que siempre quise: una familia con ella. Ahora, su voz me recordaba que tenía algo por lo que luchar. Tenía que salir de esta oscuridad, por ellas.
"Axel, tienes que volver a nosotras."
Lo intenté. Dios, cómo lo intenté. Cada palabra suya me daba fuerza, me mantenía aferrado a la esperanza. Quería responderle, quería decirle que estaba ahí, que no la había dejado, pero mi cuerpo no me obedecía. Estaba atrapado en esta prisión silenciosa.
Había momentos en los que me rendía, cuando el peso de la oscuridad me hacía pensar que nunca volvería a verla. Pero entonces escuchaba su risa. Esa risa. Me aferraba a cada sonido, a cada palabra. Me hablaba de cosas pequeñas, de su día, de lo que había pasado con Kate y Dave, incluso de Alice y lo que le sucedió. Quería que supiera que la escuchaba, que cada palabra suya era una cuerda que me ataba a la vida.
Había días en los que su voz era más distante, y el miedo me invadía. ¿Qué pasaría si dejaba de hablarme? ¿Si dejaba de venir? No podía soportar la idea de estar solo en este abismo. Sin ella, no había salida.
"Axel, pronto podrás conocer a tus hijas..."
El eco de esa frase me retumbó en el pecho. Sentía su mano cálida sobre la mía, como un ancla que me mantenía a flote. Entonces supe que no podía rendirme. Por Ambar. Por nuestras hijas. Por la vida que habíamos construido. Tenía que volver a ella.
Empecé a sentir algo más allá de la oscuridad. Era sutil, un pequeño tirón que me sacaba de ese vacío. Quería moverme, quería luchar contra lo que me mantenía atrapado, pero la pesadez era abrumadora. Sin embargo, algo cambió. La luz empezó a abrirse paso, como si sus palabras hubieran encontrado una grieta en la oscuridad que me envolvía.
"Axel, te amo, y no te dejaré solo."
Esa fue la última frase que escuché antes de que todo se detuviera. De repente, la oscuridad ya no era tan pesada, y su voz, esa voz que me había acompañado en mis momentos más oscuros, me guió de vuelta a la realidad.
Lentamente, mis sentidos volvieron. No era inmediato, era como nadar en un mar espeso, luchando por alcanzar la superficie. Pero sabía que estaba cerca. Podía sentirlo. Y cuando finalmente mis ojos se abrieron, lo primero que vi fue a ella.
Mi Ambar.
********
Nunca pensé que sentiría algo tan poderoso como el momento en que vi nacer a mis hijas. Estaba convencido de que ya había experimentado todo lo más intenso que la vida podía ofrecerme: enamorarme de Ambar, luchar por ella, despertarme de ese abismo oscuro donde solo su voz me mantenía vivo. Pero nada me había preparado para lo que sentí el día en que nuestras hijas llegaron al mundo.
Todo sucedió tan rápido. Un momento estábamos en casa, discutiendo nombres y riéndonos mientras Ambar, con esa hermosa sonrisa, me tomaba el pelo sobre mi indecisión. El siguiente instante, el agua caía al suelo y la realidad golpeaba como una avalancha: las niñas venían.
Sentí una mezcla de pánico y emoción. Ambar, siempre tan fuerte, intentaba mantenerse calmada a pesar de las contracciones cada vez más fuertes. Yo… bueno, no puedo decir lo mismo. Mis manos temblaban mientras buscaba las llaves del auto y la pañalera. No sé cuántas veces me pregunté a mí mismo si estaba listo para esto, si sería un buen padre. Si estaría a la altura de lo que ellas necesitarían. Pero cada vez que miraba a Ambar, sabiendo que ella confiaba en mí, me daba cuenta de que no había nada en el mundo que no haría por ellas.
El trayecto al hospital fue una tormenta de pensamientos, pero cuando llegamos y Ambar fue llevada a la sala de parto, todo lo demás desapareció. Estaba a su lado, sosteniéndole la mano, diciéndole que todo iba a estar bien, aunque por dentro estaba tan nervioso como ella. Ver su rostro mientras luchaba para traer a nuestras hijas al mundo… no hay palabras para describir esa fuerza. Me hizo admirarla aún más.
Y entonces sucedió.
Primero una, luego la otra. Dos pequeñas vidas, dos pequeños milagros, envueltas en mantas blancas, llorando con fuerza, haciéndome sentir algo indescriptible. Las enfermeras me pidieron que cortara el cordón umbilical, y lo hice con manos temblorosas, con los ojos nublados por las lágrimas que no podía contener.
Mis hijas. Nuestras hijas.
Cuando me las pusieron en los brazos, sentí que todo a mi alrededor se detenía. Eran tan pequeñas, tan frágiles, pero a la vez tan llenas de vida. Vi sus ojitos cerrados, sus diminutas manos que parecían querer aferrarse a algo en el mundo, y supe que desde ese momento, mi vida entera giraría alrededor de ellas. Arianna y Mara. Decidimos que esos serían sus nombres. El de una, en honor a mi madre, y el de la otra, un tributo al nombre de Ambar, como un reflejo de su esencia.
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Editado: 05.05.2025