El precio de una venganza

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Aitana Duarte

Increíble, las ojeras que tengo en el rostro no podrían ser más notorias. Anoche no pude dormir hasta muy tarde, prácticamente ya había amanecido.  Las peleas maritales no pueden ser mas estresantes.

Fui una ilusa, realmente pensé que los disgustos pueden ser hablados y solucionados. Pero si una de las partes no está dispuesta a hablar las cosas, es imposible.

Antes de tomar el maquillaje y cubrir las señales de mi insomnio, escucho la puerta abrirse. Avanzo a paso rápido y lo encuentro colocando su saco en uno de los muebles.

—¿Dónde estabas? Te hice llamadas y no me contestaste—una de las razones por las que no dormí—. Amor , realmente necesitamos hablar las cosas, de lo contrario no lo solucionaremos. Nuestro matrimonio puede ir en picada ¿no te importa?

Pude percatarme de sus ojeras al igual que yo. Si ambos sufrimos, no veo la razón de su falta de colaboración.

—No empieces, Aitana—con su dedos se masajeo las cienes—. Tengo dolor de cabeza, así que no discutamos.

—Esta bien.

No dije más y enseguida preparé el desayuno. Los hot cakes no salieron tan presentables como siempre los hago, pero no hay mucho que hacer.

Lo veo tomar asiento en el comedor y le sirvo el desayuno.

—Hoy es tú día de descanso en el trabajo—digo mientras me siento a su lado—. No hemos salido últimamente y me gustaría tener una cita con mi esposo.

Escuché que en el matrimonio es muy común que se dejen a un lado las salidas de pareja y no pienso dejar que eso suceda con nuestro matrimonio.

—No—su respuesta fue tan rotunda que no supe que decir inmediatamente—. Estamos casados ya no necesitamos hacer eso como unos muchachitos.

Lo mire con tristeza.

—Cariño, eso no tiene que ver con la edad. Si queremos que esto funcione tenemos que dedicarnos tiempo como pareja.

Dejó los utensilios a un lado y me observó con fastidio.

—Ya dije que no.

Realmente quería ser más fuerte. Tal vez yo soy demasiado inmadura. Las lágrimas bajaron lentamente por mis mejillas. Y él…

Él no hizo nada.

 

 

 

Mikhael Brown

Por un momento pude sentir punzadas de culpabilidad en mi pecho por causarle esas lágrimas, pero no hice nada por consolarla. No debo dejarme engañar por su rostro inocente. Creció en una familia que aplasta a otros hasta hacerlos mierda sin ningún ápice de duda. Ella también debió aprender a ser así y seguramente sus lágrimas son falsas. Es una manipuladora. Tiene que serlo.

Me paré del asiento.

—¿T-Te irás otra vez?—su voz salió con debilidad—. Mikhael, estás actuando extraño, antes de la boda eras muy distinto. ¿Por qué ahora actúas totalmente diferente?

La respuesta es obvia para mí. Ya la tengo en mis manos, no hace falta fingir un amor que no tengo por ella. Pero aún no se lo diré, al menos no hasta que logré mi objetivo.

—Estas viendo cosas donde no las hay. Estoy algo agobiado, es todo.

—Pero—no la dejé terminar y le dí un beso en la mejilla.

Me respondió con una sonrisa triste.

—Esta bien, lo entiendo. Tal vez yo necesito volver al trabajo y mantenerme ocupada—su respuesta fue más para ella que para mi.

Eso no era bueno. La necesito  asilada de las opiniones de otros.

—No lo necesitas, yo me haré cargo de ti—dije serio—y además ya has concluido tu contrato con el bufete de abogados.

—Estoy segura que puedo regresar y…—la tome de los brazos.

—Ya te dije que no, amor.

 

 




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