El precio de una venganza

3

Mikhael Brown

—¿Estás seguro de continuar con esto de la supuesta venganza?—mire enojado a Albert—. No creo que tú esposa merezca lo que estás a punto de hacer.

Él siempre ha sido la persona confidente de mis acciones y no le he ocultado las verdaderas intenciones que tengo con respecto a mi esposa. Él sabe que no me he casado por sentimientos de pureza, en todo caso son de absoluto odio.

Si bien Aitana no es la responsable de las acciones de sus padres, tampoco creo que ella sea una mujer buena y benevolente. No cuando creció en una familia como la suya. Si tiene que haber un daño colateral, no me importa.

—Por supuesto que pienso continuar con ello. Tú sabes que esa familia lo merece—me quite las gafas y lo miré seriamente—y si merece sufrir o no está de más. No me detendré.

—Bueno, si tú lo dices. No me meteré en tus asuntos. Pero dime , cómo van las cosas con tu suegro ¿está dispuesto a darte parte de sus “negocios” o no?

Me recargue en el respaldo de la silla y lo miré arrogante.

—Por supuesto, ya lo hablé con él y me dejará algunos territorios a mi mando.

Dado que ahora soy parte de la “familia” no lo pensó demasiado. Se que lo que lo convenció por completo fue el amor que demostré tener por su hija. Como un hombre dispuesto a dejarlo todo por ella.  ¡Ja! Como si fuera así.

Bueno, no voy a mentir. Por un momento me sentí tentado por Aitana. Su manera de mirarme me hace sentir bien, y a la vez cierta incomodidad. Le gustan las flores, salir a cenar bajo las estrellas y tantas cosas más que he sabido aprovechar para enamorarla.

Tengo que aceptar que es una mujer difícil de ignorar cuando sonríe. No es una sonrisa cualquiera, te hace sentir especial y amado. ¿Pero, será real? No lo creo. Tal vez es sólo para que me fije en ella y ya. Para hacerme creer que es una perita en dulce.

—Parece que todo va de acuerdo a tus planes.

—Por supuesto, me he encargado de que sea así—me quedé pensando por un momento—bueno, últimamente he dejado de lado a mi “esposa”, tal vez es hora de que le demuestre mi infinito amor.

 

 

 

Aitana Duarte

Me miró en el espejo una y otra vez. La lencería transparente que elegí me gusta, pero no sé que reacción tendrá mi esposo. Estoy nerviosa.

Las cosas no van muy bien y eso me hace dudar mucho. Me siento sensual, pero ¿a él le gustará? Espero que si.

Miro el reloj y espero pacientemente a recibirlo. Ojalá la cena no se enfríe. Que nervios ¡Cálmate, Aitana! Tienes que estar segura de ti.

Escucho ese sonido que advierte de la llegada de Mikhael y rápidamente adoptó una postura sexy.

—Aitana, hoy traje a…—¡No! ¡No! ¡No! — ¡¿Qué haces vestida así? Cúbrete!

La vergüenza se apodera de mí y rápidamente me cubro con la bata que deje en uno de los sofás. Estoy segura de que mis mejillas están a punto de estallar en rojo vivo.

—N-No sabía que traerías a alguien. ¿Por qué no me avisaste?—dije a penada por la situación.

—No sabía que tenía que avisar en mi propia casa—. Él sabe que decir para lastimarme.

—Sabes, Mikhael, a cabo de recordar que tengo un compromiso con una amiga.

Obviamente eso no era verdad, pero es bueno saber que entiende la situación.

—No es necesario, mi esposa se vestirá adecuadamente—su mirada decía que me apresurara—Vete a cambiar, amor—. Su amigo entiende la situación pero no mi propio esposo. Más miserable no puedo sentirme.

No dije nada y me dirige a la habitación.

 

«««»»»»

 

La cena entre los tres transcurrió como si nada. Mi esposo no menciono  nada de lo ocurrido y su amigo entre momentos me dirigía una mirada apenada. Me sentí incómoda hasta que Albert se fue.

—Amor, debiste avisarme. Se que es tu casa, pero ahora tienes una esposa. Ya no vives solo.

Se quedó un momento callado.

—Tienes razón, Aitana—sentí sus brazos abrazándome—me sentí enojado al saber que Albert te vio casi desnuda. Eres muy hermosa y él sigue siendo hombre.

No respondí nada y cambie de tema. Ya no quería hablar de ese momento tan bochornoso.

—No lo hicimos en nuestra luna de miel. Yo quiero hacer el amor contigo, Amor. ¿A caso tú no?

Creo que mi comentario lo tomo desprevenido y lo sentí tensarse.

—Quiero que sea especial, amor. Por eso no lo hemos hecho, no es por falta de deseo.

—¡Entonces hoy!...

—Otro día, deja que yo lo prepare para ti.

Asentí desanimada a su respuesta.

 

 




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