El precio de una venganza

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Aitana

Cuando llegue a nuestro frío hogar, lo que me recibió fue un hombre iracundo. Una vena sobresalía de su frente; clara señal de un enojo contenido.

Me quite la gabardina y la dejé en el vestíbulo al igual que mi bolso.

El silencio me oprimía los pulmones, hasta que él acabó con la fuente de mi asfixia.

—¿Qué hacías afuera?—su voz se escuchaba muy baja, pero no por ello menos letal que un grito—. No te dignaste en avisarme sobre tu salida ¿has olvidado que ya no eres una mujer soltera?—dijo con altanería.

Aunque tenía algo de temor, la ira que se estaba acumulando en mi interior, me brindó las fuerzas o la tenacidad para responder despectivamente.

—Como si lo estuviera—él avanzó algunos pasos hacía mi dirección—. Mi esposo no está, apenas sale el sol eliminando el rocío de la aurora y tú también desapareces.

No estábamos gritando, no se encontraba el trato soez de mis padres, pero podía sentir las amargas emociones de una riña. Y por su rostro pude percatarme que él también estaba sintiéndose así.

—Sabes que trabajo, no voy a jugar ni hacerme manicura—se que debo detener la situación antes de que escale a más, pero no quiero—, lo hago para tú no muevas ningún dedo y sigas teniendo la vida a que tanto estás acostumbrada.

¡Lo que faltaba!

—No tengo trabajo, porque tú Mikhael, lo quisiste así—si antes tenía un poco de control, ya no me quedaba nada—, o se te ha olvidado de quién fue la grandiosa idea de no volver a renovar mi contrato con el bufete de abogados.

Tomé un respiro que llegó a mis pulmones mas no a mi alma atribulada.

—Para tu información, Mikhael. Prefiero comer frijoles a comer langosta sola y sin mi esposo—mi comentario lo desconcertó. Él guardo silencio y yo continué—Yo…yo estoy harta de ésta situación, no eres el mismo. Ya no puedo confiarte mis miedos, tú no me dejas. Te muestras reacio a hablar y yo no puedo sino guardar mi dolor—alineada por la situación remate con más—. Tal vez fue un error casarnos tan pronto.

Ya no sólo no lo comprendía a él, sino a mi misma. El enojo dio espacio a la tristeza nostálgica y mi corazón se quitó la coraza dura para desplomarse en llanto.

Proseguí con las palabras.

—R-Realmente nos equivocamos—no pude contener los sollozos al decirlo. Articular esas palabras que había estado ignorando no fue nada fácil. No quería reconocer que cometí un grave error—. Ya no…ya no puedo continuar, Mikhael. Te amo, pero no es suficiente.

 

 

 




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