El precio de una venganza

7

Mikhael 

Pase un nudo por mi garganta.

«No. No, ella no puede estar diciendo eso»

A pesar del peso de la atmósfera; que de pronto se sentía insostenible. Me obligué a hablar.

—No. Debes estar diciendo disparates por el calor del momento. No puedes estar insinuando una posible separación.

Ella limpió con enjundia las lágrimas que seguían un camino por sus mejillas.

—No son disparates. Es la absoluta verdad, mírate y mírame. No hay ningún nosotros—congelado por la enervación no pude hacer nada sino verla—. ¿A caso esto te parece un matrimonio? Y lo peor es que apenas es el comienzo, no quiero imaginar que será en unos años de éste supuesto “matrimonio”.

Tal vez yo podía ignorar mis sentimientos hasta cierto punto, pero no era una piedra a prueba de semejantes palabras y el dolor en mi pecho lo confirmó.

Le dí la espalda.

—Lo vez, Mikhael—la escuché murmurar decepcionada—, apenas quiero hablar y tú no haces otra cosa que evitarlo.

Sabía muy bien que teníamos que hablar. Pero ella nunca entenderá el motivo de mi comportamiento hacia su persona. ¿Cómo voy a decirle que sólo me uní a ella en matrimonio por motivos malévolos de venganza? Si se llegará a enterar todo por lo que he trabajado se vendría cuesta abajo y a éstas alturas no me lo puedo permitir.

Lo peor de todo es que mi corazón ya no estaba totalmente frío. Ella cambió algo en mí que me impide avanzar como lo desearía.

Traté de recuperar el aplomo.

Ella empezaba a importarme más de lo necesario. Lo sé. Aún así recordé la imagen de mi madre bañada en sangre. Y recordé que esto no era un matrimonio real, si era preciso actuaría de ahora en adelante como un esposo perfecto.

—Discúlpame, Aitana. Se que me he comportado distante y frío. No voy a justificar mi comportamiento—voltee a mirarla—. Sólo puedo pedirte perdón.

Sus ojos estaban rojos, no menos que su nariz.

—Si puedes hacer más—dijo débilmente—, puedes cambiar tú actitud y comprometerte en la relación. Porque sola no podré.

Avance hasta llegar a ella y tomé sus manos. Eran pequeñas y pálidas, además de que en ese instante temblaban.

—Estoy dispuesto, amor.

Tras esas palabras ella me abrazó.

—También te pido disculpas, no debí mencionar un posible divorcio y también por sacar a relucir otros temas. Sólo agravé la situación. Lo lamento.

No respondí y me guarde todas las emociones contradictorias de mi interior.

«De ahora en adelante necesito tratarla mejor»

No sabía exactamente cuál era la fuente de ese pensamiento. Si era por el cariño que le estaba teniendo, o era por razones frías de una mente que añoraba venganza con gran fuerza.

 

 

 

 

 

 




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