El precio de una venganza

8

Aitana

Al día siguiente de tan amarga discusión, él cumplió su palabra de estar presente. Desayunó conmigo y lo despedí con un beso en la mejilla y un “Que tengas buen día”, generalmente habría sido más amorosa, pero aún conservo los residuos de la disputa.

Aunque me encontraba lidiando con mi dolor, no me pasó desapercibido que él se esforzó en sonreírme y ser más colaborador al hablar; aunque sea del clima y otras banalidades.

Salí de nuestra casa hacia el roble que estaba junto a ésta. Muchas veces me refugié en la sombra de tan imponente árbol.

Me recargué en su tronco, casi podía sentir que dejaba atrás toda carga marital.

—Es bueno tenerte conmigo—lo acaricié como si fuera mi mejor confidente. Recordé como mi esposo me sorprendió en nuestro día de bodas con la casa y él árbol. Brinqué de felicidad y me abalance a Mikhael, él soltó una risa jovial por mi sincera reacción.

Ya veo que los árboles te hacen muy feliz, de haberlo sabido te hubiera obsequiado un bosque completo.

Lo mire con falsa bravuconería.

—No exageres.

Discurrir por los recuerdos me provocó un suspiro cargado de nostalgia. Sentí como si hubieran pasado años desde ese momento. Y pensar que sólo han pasado algunos meses.

«Verdaderamente el matrimonio no es cosa fácil»

El hilo de recuerdos continuó en la luna de miel que tanto había añorado meses atrás.

Esa noche me quitó el vestido tan despacio, que pude sentir las yemas de sus dedos tocar mi espalda. Mi cuerpo reaccionó con un escalofrío que me llegó hasta los lumbares.

La vieja usanza de ser virgen hasta el matrimonio no ha vencido para mí, y naturalmente estaba nerviosa, pero no por ello el anhelo de ser tocada de por mi hombre disminuyó. Al contrario, aumentaba más y más. No sólo quería ser tocada por él, también quería proporcionarle placer y enardecida lo toqué, desvestí, y besé como nunca lo había hecho con ningún hombre.

Aunque yo era algo chapada a la antigua, no seguía ni aceptaba por completo el hecho de ser sólo pasiva en la cama, mientras mi esposo se encargaba de todo. No señor. Eso era inaceptable para mí y lo supe cuando lo acorrale, colocándolo debajo de mi, balanceando mis caderas con las suyas sintiendo todo tipo de sensaciones por estar desnudos. A él pareció gustarle, o eso pensaba cuando de pronto el me bajó delicadamente y salió de la habitación. Todo terminó ahí. Sólo me había frotado contra mi esposo, y ya estaba arrepentida por el atrevimiento.

Más tarde le pregunté si lo había molestado mi acción y dijo que no. Comentó que quería que fuera aún más especial para ambos. Asentí poco convencida.

No quería arruinar el poco humor de gracia que tenía así que me adentre al baño y dejé que agua se llevara mis penas y mis recuerdos.

Más tarde estaba vestida con una indumentaria apropiada para cenar. Mikhael y yo acordamos salir a cenar ésta noche.

«¡Bien! ¡Sorprendamos a mi esposo!»

 

 

 

 




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