El precio de una venganza

9

Mikhael

El trabajo me había mantenido ocupado y verdaderamente lo agradecía, de no tener la mente ocupada me pondría a cavilar sobre mi esposa.

—Señor, todo quedó listo—informó el hombre que era mi mano derecha. Los negocios habían salido bien, los rusos tenían su hierba y yo el papel verde.

—Esta bien, indícales a los demás que se retiren—él hizo un gesto con la cabeza en respuesta y se marchó a dar órdenes a los demás.

El sol se estaba ocultando y era la señal para regresar a casa e interpretar el papel de buen esposo.

Miré desde el auto algunos edificios que pasaban frente a mis ojos a gran velocidad por lo que sólo podía discernir luces que se entre mezclaban unas con otras.

Hoy saldría con Aitana, tenía que mejorar mi relación con ella. Me convencí que era sólo por razones que nada tenían que ver con el amor o el afecto, pero una parte de mi no se convencía por completo.

Una ternura suave y tenue, pero cierta. Estaba haciendo acto de presencia.

Cuando llegue a casa y pasé por la puerta la encontré a ella. Su figura era esbelta y delicada; resaltaba a causa del vestido. Su cabello estaba suelto pero dejaba ver su elegante cuello. La beldad era evidente en la que ahora es mi esposa.

Mi corazón se aceleró como un mozalbete sin experiencia.

—¿Y? ¿Qué tal me veo?—dio un giro en su lugar—. Estoy ansiosa por salir con mi atractivo esposo.

—Te vez hermosa—soltar aquellas palabras fue tan natural que mi pecho se aceleró aún más y la sangre llego a mi cabeza. Por no decir mejillas. Ella se acercó y tomó mi brazo izquierdo.

Alzó la cabeza lo suficiente para encontrarse con mis ojos y dijo:

—¡Entonces vámonos, esposo!—no pude contestar, el brillo en sus orbes me tenían preso.

 

«««»»»

 

El restaurante que eligió fue todo lo contrario a lo que me imaginé que erigiría. No era silencioso, era alegré por donde lo vieras. Principalmente por la pista de baile en el que las parejas movían sus cuerpos en bailes alegres.

—Éste lugar lo conocí hace algunos años, cuando era una adolescente con aires de supuesta rebeldía—murmuró cerca de mí odió—. Me gustó mucho porque se vuelve imposible no contagiarse del buen humor. Incluso si estás triste aquí, puedes dejar tus preocupaciones en la pista y bailar al ritmo de la vida. Dejar tus penas y reír antes que llorar.

Me gustó la forma en lo que dijo. La nostalgia era presente, pero parecía llena de recuerdos agradables. Me gustó su sonrisa.

Caminamos hasta una de las mesas y cenamos entre conversaciones amenas y cuando pasó algún tiempo ella se levantó de su asiento y me tomó de mis manos.

—¡Vamos a bailar, amor!—no tuve tiempo a contradecir su petición pues ya estaba siguiendo sus pasos hacía la explanada de baile. Colocó una de mis manos en su cintura—. Tienes que colocarla aquí.

Ella me daba algunas indicaciones y me mimetice al ver a otras parejas bailar. Creo que era salsa. Cuando acabo una canción siguió una que reconocí. Anhelo empezó a escucharse en el lugar

¿Por qué Dios te hizo tan bella?

Eres pura, eres una estrella...

Esas letras empezaron a cobrar sentido al verla bailar llena de felicidad y una dicha inigualable.

Nuestros cuerpos se entendían muy bien, pues se movían en perfecta sincronía. Su forma de bailar me tenía en un trance que no me dejaba pensar sino sentir con todos mis sentidos.

Mi pecho vibró, mi alma vibró…todo en mi se sacudió.

 

 




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