El precio de una venganza

27

Mikhael

Mire al imbécil que tenía en frente, quería que se largara y me dejara en paz, pero sabía muy bien que esto era una de las consecuencias de no haber cumplido mi palabra con él y los demás; aunque había logrado persuadir a algunos con ciertos favores. Pero el bastardo de cabello rubio y ojos verdes no me dejaría de joder.

—Ya deje claro la situación. No voy a hacer nada contra Robert—no lo haría y punto.

Esto me daría muy mala imagen ante muchos, cumplir nuestra palabra es fundamental para los negocios, pero cuando mi familia está en juego, no hay mucho que pensar. No puedo lastimar a Aitana. Decirle la verdad ya la lastimará y si decido ir contra su padre agravaría más la situación.

—Tú ya hiciste un trato, podrás jugar con muchos, pero no con nosotros Mikhael.

Si, en definitiva supe hacerme de los peces gordos, o tal vez tiburones. El Don de los Montenegro había mandado a su perro a advertirme.

Robert tenía mucho poder y sobre todo se había adueñado de grandes territorios; incluido el de mi padre. Por lo que si su lugar quedaba ausente, muchos se pelearían por lo que él deje atrás. Pero, eso ahora se volvería en mi contra, Aitana es su única hija y ahora ella está embarazada. Indiscutiblemente la atacarían.

—Lo se, y mi respuesta sigue siendo la misma. No haré nada—dije tajante.

Él se quedó en silencio hasta que hablo.

—Veo que no cambiarás de opinión. ¿Será que tiene que ver con la hija de Duarte y el hecho de que las has preñado?

Preñado, mi mujer no era un maldito animal para que lo dijera así.

—Cuida tu maldita lengua, Alec. No me toques las pelotas—advertí.

El soltó un risa falsa.

—Bien, ya me has dado tu respuesta, Mikhael.

Cuando salió de mi vista pude soltar un suspiro de cansancio. Me talle la cara con frustración y Albert entró.

—Sabia que no terminaría bien.

Tomó asiento, pero antes lo vi servirse un trago de whisky.

—Ya dile de una vez todo a tu esposa. Sólo es cuestión de tiempo para que se entere. Y también su padre.

Yo sabía eso, no me lo tenía que decir. Sólo le agregaba más sal a la herida.

—¿No vas a decirme la típica frase de “Te lo dije”?—lo cuestioné fastidiado.

—No, ya lo sabes. Entonces ¿cuándo piensas decirle?—dijo para después beber su Jack Daniel’s.

Fije mi vista en el techo mientras me deje caer en el respaldo de mi silla, sintiendo el peso de mis acciones.

—¿Y cómo se supone que se lo diga? —dije con ironía— ¡Oh! Esposa, sabes, al inicio me case contigo para joder a tu padre, no porque te quisiera o te amara, simplemente para utilizarte a mi antojo y después deshacerme de ti. Después de todo sólo eras para mí la hija de los asesinos de mi familia. Pero ahora ya no es así y…—el sonido de algo estrellándose contra el suelo nos alarmó y rápidamente abrí la puerta de cedro.

—¿Ai-Aitana?—dije su nombre con temblor.

Ella estaba ahí, frente a mí. Con un vestido floreado, un pay embarrado en el piso y…con unos ojos nublados y llenos de tragedia.




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