Mikhael
—Responda, ¿qué sucedió con mis hijos?
La mujer que había atendido a mi esposa durante el atentado automovilístico estaba frente a mí, llorando a mares y suplicando que no le hiciera nada a sus hijos. Por supuesto que no lo haría, yo no toco a los niños, pero, necesitaba que creyera que si. Cuando fui al hospital me llevé la sorpresa de que había pedido el traslado a otro hospital. No me importó viajar en el avión durante una hora y media para buscarla en otro estado.
—No se lo puedo decir o matarán a mis hijos, por favor—rogó de rodillas.
Ignore a la empatía que quería surgir. Ella antepuso a sus hijos y es entendible, yo también lo haría. Por eso no dude en hacer un movimiento a mis hombres para que apuntaran con el cañón de sus pistolas a sus hijos.
—¡¡No!! ¡Por favor! Hablaré—se levantó al darse cuenta que su posición no la ayudaría a ablandar mi corazón—. Antes de entrar a urgencias para atender a su esposa un hombre me comunicó que habían secuestrado a mis hijos, que estarían bien siempre y cuando yo les entregara a los bebés de la paciente que estaba a punto de auxiliar. Me negué creyendo que no era verdad, pero al llamar al padre de mis hijos confirmé con horror que era cierto, habían sido secuestrados por la mafia. Así que mentí al decir que sus hijos estaban muertos, es verdad que estaban muy mal por ser prematuros, pero, estaban con vida—¿cómo pude ser tan tonto y fiarme de la palabras de ésta mujer? Debí ser cuidadoso—. Durante la operación una mujer entró haciéndose pasar por enfermera y ella me ayudó a que mis compañeros no se dieran cuenta del estado de los bebés. Ellos no lloraron por lo que todo fue más sencillo. Días después por fin pude ir por mis niños y vi al hombre que había planeado todo, era rubio y también es él quién tiene a sus bebés.
No lo puedo creer. Yo sabía que ese bastardo no se quedaría con los brazos cruzados. ¿Por qué diablos no fui más listo? ¡Joder! Ahora mismo quiero pegarme en la cabeza. Pero antes necesito planear el rescate de mis niños. Seguramente Alec tiene más seguridad por lo que no será fácil. Pero mis hijos están vivos y eso es lo más importante.
—Escucha—le dije—, no le haré nada a tu familia. Haré que te lleven por un tiempo a otro lugar y te cuidarán junto con tus hijos. Pero que quedé claro que esto no te exime de tus acciones y tendrás que afrontar las consecuencias.
Ella sintió agradeciendo y salí del lugar.
¡Mis hijos estaban vivos! Mi niña y niño están con vida. Aitana se pondrá feliz y dichosa cuando lo sepa. Pensé en decirle más tarde todo, pero es mejor que sea ya. Ya conocía el mal sabor de boca de las consecuencias de no hablar temprano.
Narrador omnisciente
—¡¿Cómo pudiste?! A caso no te duele, son tus nietos—señalo la mujer a su esposo Robert. El cual estaba en su asiento de cuero viendo los ademanes y gritos de su esposa. No podía importarle menos—, nuestros nietos.
El hombre de aura oscuro apagó el cigarro en su cenicero y miro a su mujer apoyando sus brazos sobre la mesa de caoba.
—Esos niños tienen la sangre de los Anderson, ¿y crees que voy a cambiarlos por mis territorios? Valen más muertos que vivos.
La mujer lo miró con absoluto horror, no pudiendo creer lo que él decía. Lo conocía, pero no pensaba que hablaría así de su propia sangre.
—Las riñas con ellos ya son del pasado. Es más, tú te encargaste de dejarlos tres metros bajo suelo. Son nuestros nietos los que tienen el derecho de repudiarnos, no nosotros.
—Yo nunca olvido, ¿a caso crees que es fácil olvidar que ese bastardo de Anderson se acostó contigo?—inquirió refriéndose al padre de Mikhael.
La mujer bajó la mirada con vergüenza. Es verdad que se equivocó, pero él no podía señalarla cuando él fue el primero en engañarla.
—No fui la única en equivocarse.
—Yo soy hombre—dijo como si eso lo justificara.
—¡Ja! ¿Esa es tu excusa? Vamos Robert eres más listo que eso.
Recordó las veces que había llorando por las infidelidades de su esposo y como ella sedujo a otro hombre por despecho.
La verdad era que ni los Duarte ni los Anderson eran unas palomas blancas. Ambos tenían un pantano de oscuridad que los perseguía y el verse envueltos en un amorío de amantes sólo fue una razón más de riña. Dos familias que se odiaban y al final culminó todo en la unión de los descendientes. Aitana y Mikhael se habían enamorado casi recreando el drama de Romeo y Julieta.
—De cualquier manera, no voy a mover ni un dedo por los vástagos de Aitana. Que ella y su esposito lo hagan. Para eso está entrenada, pero la tonta decidió servir a su “Dios”—dijo despectivamente haciendo comillas en el aire ante la última palabra.
—Nuestra hija ha elegido bien, nosotros somos los equivocados. Iremos al infierno Robert.
El hombre se acercó a su esposa y tomándola del cuello le brindó un “casto” beso.
—Que así sea, esposa.