Narrador omnisciente
Aitana se encontraba recargada sobre la pared de su amiga, la repentina noticia la impactó tanto que sentía que sus fuerzas se esfumarían en cualquier momento.
El toqué en la puerta de Victoria la obligó a abrir con las manos temblorosas.
Lo que la recibió fue el hombre que ayudaba a su esposo en los negocios; su mano derecha. Pero, no fue él quien acaparó su atención sino dos bebés que tenía en brazos.
—¿Esos bebés...?—se encontraba confundida. ¿De quién son los bebés y dónde estaba su esposo? Era lo que quería preguntar, sin embargo notó el cansancio y algunos rastros de sangre en el hombre por lo que lo dejó pasar.
—Estos bebés son su hijos, señora.
Aitana lo miró confundida. ¿De qué hablaba ese hombre? Sus hijos estaban muertos. En cenizas dentro de una caja.
El colosal entró y miro a la esposa de su jefe.
—Señora, éstos niños son sus hijos. Alec Montenegro, un hombre que se había asociado con su esposo para destituir a su padre, Robert. El señor Mikhael se negó a seguir con los planes y eso no fue de agrado para Alec, así que hizo pasar por muertos a sus hijos y los secuestro.
Ella lo miró turbada, angustiada sobre manera, pero apenas los asimiló tomó a uno de los bebés. Confirmando que definitivamente eran sus hijos, lo sintió.
«¡Mis hijos, mis hijos no están muertos! Están vivos»
Miró a su hijo, era pequeñito, con cabello negro como Mikhael y el color de sus ojos era desconocido pues el bebé dormía.
—¡Están vivos! ¡Mis hijos están vivos!
Tan pronto su felicidad se alzó en el punto más alto, una pregunta se instaló.
—Si estaban secuestrados y tú los tienes, significa que Mikhael los salvó. ¿D-Dónde está mi esposo?—su voz fue débil al decir la pregunta.
El hombre pasó saliva, sería duro, pero lo tenía que decir.
—Para recuperar a sus hijos el señor Mikhael tuvo que intercambiar lugares. Alec Montenegro dejó libre a los bebés, pero a cambio quiso la vida de su esposo. Pero nuestro jefe fue astuto y cuando se cercioró del bienestar de los niños le lanzó una granada explosiva a Alec. El señor corrió pero sufrió daños y lo llevamos al hospital. Cuando lo llevamos dentro de la camioneta, me ordenó traerle a sus hijos.
Aitana se cubrió con una mano los labios. Su pecho se apretó, su esposo se había arriesgado tanto y ella lo había dejado. La culpa era grande.
—Llévame, llévame con mi esposo.
¿Por qué pasaba todo eso? Sintió el cielo de saber que sus hijos estaban con vida. Y poco después sintió las brasas del infierno al saber que su esposo estaba mal.