Mikhael
Un año después
Acomode mi cabello examinando que cada detalle estuviera perfectamente bien. Bueno, la verdad es que lo hacía como una señal de nervios. Hoy era el gran día, el gran día en que volvería a casarme con Aitana. Era una boda bastante íntima y sería frente al mar. Así que de tanto en tanto la frescura del viento me sacudía la vestimenta blanca y ligera.
Los invitados ya estaban en sus asientos, entre ellos estaban la amiga de mi esposa junto con Albert; que estaban lidiando con mis hijos. Mi pequeña Emma y Evan. Ambos tenían el mismo color de mis ojos y cabello, honestamente eran una copia mía. Aitana estaba fascinada por ello. No dejaba de decir que ambos romperían corazones. Eso no me agradó mucho, no dejaría que mi niña fuera rodeada por tanto muchacho. Sacaría el revolver de ser necesario para que se largaran. Bueno, trataría de no ser tan violento, pero si haría que se largaran con sus aguijones a otra parte.
Dejé de lados mis pensamientos para ver a mi hermosa mujer acompañada por uno de mis hombres de confianza. Sus padres no estaban aquí, Aitana tomó la decisión de poner distancia con ellos, algunas veces los visitaba, aunque lo hacía sola, su padre no toleraba a nuestros hijos; ya lo había dejado bastante claro. Así que los visitaba pocas veces. Para ella rechazar a sus hijos es el equivalente a rechazarla a ella y la entendía completamente. Mis hijos no tenían la necesidad de presenciar rechazos innecesarios. Tenían a sus padres que los adoraban, y no necesitarían de terceros.
Cuando Aitana me tomó de la mano, el sacerdote empezó a hablar. Ella me sonreía muy feliz y eso me llenaba de dicha. Sus ojos tenían un brillo especial cada vez que me miraba; a veces lograba ponerme nervioso.
—¿Acepta usted Aitana Duarte a Mikhael Anderson como su esposo para amarlo, honrarlo y apreciarlo, a través de todos los altibajos de la vida, compartiendo los días en alegría y comodidad, desde éste día en adelante?
Ella no aportó la mirada de mí y con seguridad pronunció:
—Si, acepto.
Una vez contestó mi mujer el sacerdote se dirigió a mi.
—¿Acepta usted Mikhael Anderson a Aitana Duarte como su esposa para amarla, honrarla y apreciarla, a través de todos los altibajos de la vida, compartiendo los días en alegría y comodidad, desde este día en adelante?
—Si, acepto. En ésta y en las otras vidas siempre te querré a ti.
Le coloqué el mismo anillo de nuestra primera boda y ella también me colocó el mío. No quisimos otros, pues aún con las heridas del pasado ellas formaban parte de lo que construimos. Son parte de nuestra historia.
Ambos nos miramos y empezamos a pronunciar las palabras del libro de Ruth. Ambos habíamos leído el libro de “La última oportunidad” de Carlos Cuauhtémoc Sánchez y habíamos tomado tanto los consejos como las palabras para nuestra promesa en éste día. Al unísono ambos pronunciamos:
—No me pidas que te deje
»No quiero separarme de ti…
»Iré donde tu vayas.
»Y viviré donde tú vivas.
»Tu pueblo será mi pueblo.
»Y mi Dios será tu Dios.
»Donde tú mueras, quiero morir yo.
»Y allí deseo que me entierren.
»Que el Señor me castigue con toda dureza
»Si me separo de ti.
»A menos que sea por la muerte…
Sin poder contenerme más, la besé. Y ella me correspondió con el mismo amor.
Éste era un nuevo capítulo en nuestra vida, y estaría feliz de saber que ella era mi compañera en ésta historia. Ya no más Alec Montenegro o Robert Duarte. Ya no más venganza. Ya no más “El precio de una venganza”.
Fin