El precio del barro

Capítulo 1. "Olor a lluvia y tierra mojada"

Les Corts, Barcelona. Sede de Novaterra Systems
25 de Octubre 07:36 h.

Miquel Cervera caminaba sin prisa por el pasillo largo y estrecho de su oficina, le gustaba ser el primero en llegar y comenzar la jornada con un café humeante en la mano. El suelo de parquet crujía ligeramente bajo sus pasos, con un sonido casi imperceptible que le servía de ancla a la realidad, en medio de la monotonía digital de su trabajo. En su despacho, amplio y con grandes ventanales, rodeado de planos y pantallas, esa pequeña grieta sonora era lo único que parecía tener vida propia. Hacia 10 años que trabajaba en Novaterra Systems, empresa dedicada a la consultoria y auditoria de los sistemas de gestión de seguridad y protección civil, verificando el cumplimiento de normas y estándares. Algo que parecia hecho a su medida como ingeniero de sistemas, pero poco tardo en darse cuenta que lo que deseaban era mas su firma en los documentos de conformidad que la bondad de los proyectos. Con todo, se habian acostumbrado a que fuese el pepito grillo en las reuniones, cuestionando muchas veces lo que le llegaba al despacho.

Su mirada se detuvo en la pantalla del portátil, donde se desplegaban mapas topográficos de la Comunitat Valenciana. Colores fríos, líneas que señalaban ríos, embalses y zonas de riesgo. Era la cartografía de un desastre que presentía se avecinaba. Pronto habría otra Dana como tantas otras veces. Pero esos gráficos, por ordenados que parecieran, ocultaban una verdad que Miquel conocía demasiado bien: la tierra estaba saturada, vulnerable, las riberas urbanizadas y al borde del colapso. Solo hacía falta un empujón atmosférico para que todo estallara.

Los últimos días habían sido una cuenta atrás silenciosa. La DANA, que a diferencia de las borrascas no les ponían nombre, amenazaba con descargar su furia sobre la región. La AEMET llevaba días advirtiéndolo. Algo gordo parecía estar al caer. Ese juego de palabras en su mente le hizo sonreir tristemente. Las alertas por lluvias torrenciales crecían, pero los sistemas de prevención, bajo el escrutinio de Miquel, se mostraban insuficientes. Equipos sin mantenimiento, desmantelamiento de los grupos de emergencias por desavencias políticas, construcciones al lado mismo de los barrancos, planes de emergencia que no se actualizaban desde hacía años, cambios constantes entre los responsables y mucha inconsciencia. Más pensando en batallas políticas que en proteger a la ciudadania. Además, no tenía constancia de que se hubiera consituido el Centro de Coordinación operatifva integrado al que todos llaman CECOPI.

Él, como técnico, ya había documentado cada fallo, cada riesgo, y enviado informes detallados a la Conselleria. Pero el silencio administrativo era ensordecedor.

Se apoyó en la ventana y observó la ciudad que despertaba lentamente. Desde su oficina en Les Corts, el barrio se mostraba como un mosaico de contrastes: antiguas fábricas reconvertidas en lofts, calles plagadas de grafitis que contaban historias de lucha y arte, y la sombra imponente de los nuevos rascacielos que parecían desafiar el cielo grisáceo.

El aroma a café y el murmullo distante de la calle le recordaban que la vida seguía, ajena a las tormentas que se avecinaban. Pero Miquel, tenía un presentimiento; ese día no sería uno más. Necesitaba respirar aire fresco a pesar de llevar poco mas de media hora en la oficina.

Decidió salir a caminar para despejar la mente. Al bajar del ascensor se encontro con un compañero con el que intercambio insustanciales frases del tiempo. Una vez en la calle, miró al cielo encapotado respiró profundamente y se dirigió hacia el antiguo centro del barrio; la plaza Concordia, una zona de Barcelona que le ofrecía un refugio a medio camino entre la calma y el bullicio. Mientras caminaba, sentía el frío de la mañana filtrarse por debajo de la chaqueta, quizá era el momento de tomar un segundo café, pensó.

Les Corts tenía un ritmo propio. No era el corazón frenético de Ciutat Vella ni el brillo cosmopolita del Eixample. Era un lugar de avenidas amplias, plazas sombreadas y una mezcla curiosa de edificios residenciales y oficinas modernas. Al cruzar las calles Galileu y Joan Guell, los comercios pequeños comenzaban a abrir, dejando escapar el olor a pan y a tierra mojada.

Miquel pasó frente a una vieja librería donde solía detenerse a hojear novelas negras y ensayos sobre política y ética. Ese pequeño acto le recordaba que, a pesar de todo, había espacio para la esperanza y la reflexión.

Al llegar a la plaza, observó a un grupo de abuelos que charlaban animadamente en catalán, mientras los niños jugaban frente a la iglesia. La vida del barrio seguía su curso, indiferente a la tormenta que se acercaba, tanto meteorológica como política.

De repente, su móvil vibró en el bolsillo. Sacó el dispositivo y vio un mensaje sin remitente:

"Han encontrado a Ferran. Aguas turbias. En el barranco de Alzira. Dicen que fue un accidente. No lo fue."

Ferran Ortega. Su antiguo compañero en la dirección de emergencias hidráulicas. Uno de los pocos hombres íntegros en un sistema corrompido. Y también, uno de los pocos que conocía la verdad oculta bajo las aguas.

El mensaje fue como una piedra arrojada a un estanque tranquilo. Las ondas se expandieron por su pecho, haciendo latir su corazón con fuerza inusual. Cerró los ojos un instante, tratando de asimilar la noticia.

Guardó el móvil y respiró profundamente. Sabía que aquello era solo el comienzo. Que al barro seco que cubría la superficie ahora, se le sumaría el barro profundo, oscuro, el que mancha las manos y el alma.

Con manos firmes marcó un número que hacía tiempo no llamaba.

—Clara… soy Miquel. Necesito verte. Es urgente.

Dejó el café para otra ocasión y con el corazón acelerado desando lo andado volvió a la oficina. Cerró la puerta de su oficina tras de sí, consciente de que estaba a punto de cruzar una línea. El barro ya no se limpiaría tan fácilmente.




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