Torrent. 27 d’octubre, 9:06 h
La mañana era clara, extrañamente serena para un otoño que venía anunciado como borrascoso. Miquel cruzó la calle Sant Doménec cargando una carpeta abultada y una sensación creciente de urgencia. Había dormido poco, en parte por el vino, en parte por el zumbido constante de las conexiones que Clara y él habían empezado a vislumbrar. Había algo más que una red de contratos inflados: lo intuía en la forma en que los nombres se repetían, en los pueblos pequeños donde nadie preguntaba, en las fechas que parecían cuadrar demasiado bien.
El primer café lo tomó en la Plaça Major, de pie, en el bar de siempre, donde el camarero le preguntó sin rodeos si volvía por “lo de l’aigua”. Miquel solo asintió. Aquel silencio cómplice era parte del ADN torrentí: sabían, pero no decían. Y eso, en su opinión, era ya parte del problema.
A las 9:43 tocó el timbre del adosado de su hermano Pau. La puerta se abrió antes de que pudiera llamar.
—Pensava que no vindries —dijo Pau, serio, con una camiseta manchada de yeso y unas ojeras de quien no duerme bien desde hace semanas.
—Volia parlar amb tu. I amb Rubén —respondió Miquel.
Dentro, el comedor olía a pintura reciente y a tabaco. Rubén, el primo, estaba en el sofá, móvil en mano, mirando algo que ocultó tan pronto lo vio entrar. Llevaba vaqueros caros y camisa entallada, el tipo de atuendo que alguien viste para parecer más legal de lo que es.
—Mira qui torna —dijo, sin levantarse—. El justiciero.
Miquel no respondió. Abrió la carpeta y sacó una hoja con sellos de conselleria, dos firmas ilegibles y un nombre que todos conocían: Obres Hidràuliques Costeres S.L.
—Esta empresa ha facturado 312.000 euros por una obra que no existe. En Benitancó. ¿Sabes qué hay allí? Un cañar. Ni canalización, ni válvula. Nada.
Rubén bufó.
—Si vens a buscar merda, trobaràs merda. Però no em fiques en això, Miquel. Jo només assessore.
—¿Tú firmaste esto? —preguntó, mostrando otro contrato, fechado en 2023, con el membrete de un plan comarcal de emergencia climática.
—Firma digital. La meua clau la fa servir més d’un —respondió, cruzándose de brazos.
Pau miraba la escena desde la cocina, removiendo un café ya frío.
—Això ens esclatarà a la cara, Miquel. Si comences a moure-ho, hi haurà gent molt poderosa que no voldrà que continues.
—Ya lo sé —respondió—. Però algú ho ha de fer. Ferran va morir per això. I si jo callo, és com si el matara una segona vegada.
Rubén se levantó. Su tono ya no era burlón.
—Tu no saps fins on arriba això. Ni qui mana de veritat. I quan t’adones, serà massa tard.
—Potser —respondió Miquel—. Però prefereixo saber-ho que viure enganyat.I el que veig es que en un riu de corrupció, la veritat s'ofega abans que la culpa. I pot ser que tard, però al final la veritat acaba surant enmig de tantes mentides i falsetats.
Salió de la casa sin esperar más. Mientras caminaba por la Avinguda al Vedat, el móvil vibró.
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—Miquel, necesitamos que vuelvas. Ya. El martes hay reunión con conselleria y sin ti no podremos justificar los informes de Alacant ni los datos de caudales del Vinalopó.
—No puedo volver aún. Estoy revisando unos archivos físicos que no se pueden consultar en remoto.
—¿Archivos de qué?
—De memoria —dijo, antes de colgar.
Torrent. Bar La Perla
27 de octubre, 12:33 h
La segunda reunión fue en La Perla, en un esquina de la Calle Azorin con Vicent, un técnico jubilado, antiguo compañero de Ferran en los años noventa. Le habló de una red paralela de informes técnicos falsificados, de adjudicaciones exprés en Rafeló de l'Horta, donde nunca se llegó a construir la estación de bombeo prometida.
—Mira, Miquel, això fa anys que passa. Però ara s’ha tornat més perillós. Hi ha diputats implicats. I un assessor del gabinet del president.
—¿Estàs segur?
Vicent bajó la voz.
—Ho estic. I et diré més: hi ha una empresa de nom Estructures Levantines que ha guanyat 14 concursos en 9 mesos. Tres seus. Però cap oficina real.
Al salir, Miquel notó que alguien lo observaba desde una furgoneta oscura aparcada cerca del kiosco. Fingió no verlo. Caminó como si fuera a comprar el periódico, pero giró hacia una calle peatonal. La furgoneta no lo siguió.
Torrent. Casa de la mare
17:45 h
Al llegar, su madre estaba viendo la tele en bajo volumen. Miquel se duchó y salió al porche con una cerveza. El cielo comenzaba a teñirse de gris. En la radio del vecino sonaba “El último de la fila”.
Y entonces, Lucía.
Lucía
—Hola. Te pillo bien?
—Sí. Estoy en casa.
—Llego el martes por la tarde. Congreso en la Politècnica. Crisis climáticas, planificación urbana. ¿Estarás por València?
—Creo que sí.
—Me gustaría verte.
—A mi también...
—Te llamo al despegar y concretamos
—Claro, besos.
Colgó con un suspiro. No sabía qué quería exactamente. Pero sabía que lo quería.
Torrent. Noche. 22:22 h
El correo de Clara llegó como un fogonazo:
“Tinc una connexió nova entre els informes de Ferran i un pagament estrany a la consultora d’Andorra. Demà?”
Respondió de inmediato:
“Demà. Al Trapezi. A les 12.30.”
Apagó el portátil. El cielo tronaba, como un motor lejano.
No sabía que, dos días después, a esa misma hora, muchos estarían ya muertos.