El precio del barro

Capítulo 18. "El último suspiro de la tormenta"

València – 3 de noviembre, 08:45 h

El aire estaba más fresco que en días anteriores, aunque el sol seguía luchando por atravesar las nubes densas que se mantenían sobre la ciudad. El horizonte no había cambiado, pero todo lo que había debajo de él lo había hecho. La tragedia de la DANA, esa tormenta que parecía una maldición en cada rincón de la Comunitat Valenciana, seguía dejando secuelas. Las calles aún estaban sucias, las familias sin hogar, y la política, tan devastada como el paisaje, comenzaba a dar señales de que el pueblo no olvidaría. Tampoco perdonaría.

La rueda de prensa de Maite Pérez había sido solo el principio. El pueblo pedía justicia, pero esa justicia no llegaría con facilidad. Los ecos de la tragedia resonaban en cada rincón de València, y las ciudades afectadas por la tormenta seguían siendo testigos de la falta de respuesta, de la burocracia que mataba más rápido que las aguas desbordadas. Canós y sus aliados, cegados por el miedo y la arrogancia, sabían que su final estaba cerca, pero seguían jugando sus últimas cartas, porque, en el fondo, entendían que sus destinos ya estaban sellados. La rueda de prensa de la ministra solo había sido la chispa que encendió la hoguera.

Torrent – 11:00 h

Miquel estaba de pie frente al puente de Torrent, mirando las aguas que, hace solo unos días, habían arrasado con todo. La imagen de los coches flotando, de las casas hundiéndose en el barro, de las calles convertidas en canales, seguía viva en su mente. La tragedia no era solo una cuestión de infraestructura, era la evidencia cruda de la incompetencia y de cómo la negligencia había costado vidas. Miquel sentía que el peso de todo aquello lo estaba aplastando. Sabía que la gente no olvidaría, pero él tampoco lo haría.

Clara apareció por detrás, con la mirada fija en el horizonte. No dijo nada. Tampoco él. El silencio entre los dos era más pesado que cualquier palabra que pudieran decirse. Habían vivido demasiado juntos en estos días para seguir ocultando lo que ya estaba claro. A lo lejos, se oía el sonido de una protesta, de una multitud que comenzaba a organizarse para exigir que los responsables pagaran por sus actos.

—El pueblo está levantándose —dijo Clara, rompiendo el silencio—. Pero la batalla no ha terminado. Los nombres de los que nos traicionaron siguen en la sombra, y las filtraciones… aún son solo el principio.

Miquel asintió. El dolor de lo que habían vivido estaba profundamente arraigado en su ser, pero no podía ignorar lo que sucedía alrededor. La ciudad estaba a punto de cambiar, y ellos con ella.

—Pero, ¿y nosotros? —preguntó Miquel, mirándola a los ojos—. ¿Qué pasa con lo que hay entre nosotros, Clara? Con todo lo que hemos pasado… ¿somos más que dos personas que luchan por la verdad?

Clara lo miró fijamente, sin apartar la vista. Sabía que su relación, que había comenzado como una colaboración profesional, se había transformado en algo mucho más complejo. Algo más cercano a la necesidad, al deseo de no dejarse llevar por la tormenta, de seguir adelante juntos.

—No lo sé —respondió Clara, su voz un susurro—. Pero lo que sí sé es que esto no ha terminado. No para nosotros. No para nadie. Y, de alguna manera, todo lo que hemos vivido nos está preparando para algo mucho más grande que la justicia. Para una transformación.

València – 14:10 h

El sol finalmente se abrió paso, iluminando las calles de la ciudad con una luz difusa que parecía traer consigo una sensación de paz momentánea. Las aguas ya no subían, pero el daño era irremediable. La DANA había mostrado la fragilidad del sistema, pero también la resiliencia del pueblo. Miquel caminaba por el paseo marítimo, observando las personas que limpiaban lo que la tormenta había destruido. No había vuelta atrás, no para ellos ni para los afectados. El cambio, sin embargo, ya estaba en marcha. La ministra había dado el primer paso, pero aún quedaba mucho por hacer.

Lucía, desde su regreso a Torrent, observaba todo a la distancia. Sabía que la elección de Miquel ya no dependía de ella. Que su lugar en la vida de Miquel había quedado atrás, entre las sombras de un pasado que no se podía cambiar. Pero, a pesar de todo, sentía que algo nuevo estaba naciendo. Miquel ya no era el mismo hombre que había dejado en el pasado. Él había cambiado, igual que ella lo había hecho.

Finalmente, se decidió. Marcó el número de Miquel, y cuando él respondió, Lucía no dudó.

—Miquel, quiero que sepas que te entiendo. Y que, aunque nuestras vidas hayan tomado rumbos distintos, te deseo lo mejor. Esta ciudad necesita hombres como tú, como Clara. No quiero quedarme en el pasado, y no quiero que tú lo hagas tampoco. Esto es lo que siempre quisimos, ¿no? Un futuro mejor.

Miquel, con la voz rota, respondió:

—Lo sé, Lucía. Y gracias. No te voy a mentir. Todo esto me ha dejado marcado. Pero también he visto lo que realmente importa. La gente. La verdad.

A las 17:00 h, Miquel recibió un mensaje de Clara. “Nos esperan en el centro de coordinación. Hay algo nuevo. Algo grande.”

Con el corazón acelerado, Miquel miró el teléfono y entendió que, al final, la DANA no solo había arrasado con las infraestructuras, sino con la mentira que había sostenido a la política durante años. La tormenta había dejado un vacío que, tal vez, ahora, podrían llenar con algo más fuerte: con la esperanza de un nuevo comienzo.

La ciudad, aunque herida, estaba lista para renacer. Y, quizás, él y Clara también.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.