El precio del barro

Capítulo 19. "El despertar de las ruinas"

València – 4 de noviembre, 07:30 h

La ciudad aún llevaba en su piel las cicatrices de la tormenta. Aunque las aguas ya no subían, las secuelas de la DANA se sentían en cada rincón, en cada rostro. La luz del amanecer no traía solo la promesa de un nuevo día, sino también la sensación de que algo había quedado irrevocablemente alterado. El paisaje había cambiado, pero también lo había hecho la gente. Y con ellos, el destino de todos aquellos que luchaban por encontrar la verdad en medio del caos.

Miquel caminaba por las calles de València con la mirada fija, pero su mente estaba a kilómetros de allí, recorriendo las decisiones que había tomado, las que le habían llevado a ese momento. No había vuelto a ver a Lucía, y la distancia entre ellos se sentía definitiva. Lo que había sido un amor, un compromiso, ahora solo quedaba como un recuerdo difuso, sepultado por las decisiones que había tomado. Las mismas que le habían acercado a Clara.

Clara, a su lado, se mantenía callada, como si compartiera el mismo peso en el pecho. Ninguno de los dos había hablado mucho en los últimos días. Sabían lo que había pasado, lo que tenían que hacer, y lo que ya no podían dejar atrás. La tormenta no solo había arrasado las casas y las infraestructuras; había rasgado las almas de todos los que se habían visto obligados a enfrentarla.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Miquel, finalmente rompiendo el silencio.

Clara lo miró sin cambiar su expresión, pero sus ojos brillaban con una mezcla de cansancio y determinación.

—Cansada, pero lista —respondió con voz firme—. Ya no podemos quedarnos quietos. Lo que nos queda por hacer es más grande que todo lo que hemos visto hasta ahora.

La ciudad estaba en pie, pero a duras penas. Los recuerdos de lo que ocurrió seguían vivos en el aire, y no solo porque los medios lo repitieran constantemente. Las huellas de la tragedia se sentían en el peso de las palabras que se decían, en los susurros a cada esquina, en el deseo de justicia que nunca sería fácil de conseguir.

València – 9:30 h

La rueda de prensa que había convocado la ministra Maite Pérez era aún un tema candente. La noticia de la auditoría independiente que se había ordenado sobre los contratos de prevención de riesgos había comenzado a dar frutos. Se estaban descubriendo más contratos falsificados, más desvíos de dinero, y, lo más impactante, pruebas de un entramado de corrupción que llegaba hasta las puertas de la misma Generalitat. Canós ya no podía esconderse. La presión era insostenible.

En la sala de prensa, Maite Pérez miraba los resultados de la investigación con una mezcla de frustración y resolución. Sabía que la batalla aún no estaba ganada. No se trataba solo de los nombres que aparecían, sino de los efectos devastadores que esa verdad tendría sobre el sistema. Los que habían vivido de la mentira no se rendirían tan fácilmente.

Maite tocó el teléfono. Marcó un número y esperó a que alguien contestara. Al otro lado, la voz del fiscal sonó grave y cansada.

—Maite, tenemos todo lo que necesitamos. Pero esto es mucho más grande de lo que pensábamos. Hay más gente implicada. Y el riesgo de que se filtre a la prensa antes de que se haga algo… es alto.

Maite respiró hondo, mirando los documentos frente a ella. Sabía que el tiempo se agotaba. El país ya estaba despierto, y no había vuelta atrás. La verdad saldría a la luz, pero ¿sería suficiente? ¿Sería suficiente para que el pueblo tuviera la justicia que merecía?

Torrent – 10:55 h

Lucía finalmente decidió que no podía seguir esperando más. Había quedado atrás, pero su lugar en la vida de Miquel seguía pesando en ella, aunque ya no estuviera allí. La tormenta había arrasado su relación, igual que todo lo demás. Sin embargo, Lucía sentía que no podía dejar pasar el momento sin, al menos, asegurarse de que Miquel entendiera lo que ella había querido transmitir. De que no todo había sido en vano.

En un café en el centro de Torrent, se encontró con un amigo del pasado, alguien que había sido parte de su vida antes de que todo se desmoronara. Había algo en su rostro, algo en la manera en que lo miraba, que la hizo pensar que tal vez, al final, lo único que le quedaba era reconstruir desde el principio. La relación con Miquel, aunque siempre importante, ahora parecía ser solo un capítulo más en un libro lleno de páginas perdidas.

—¿Cómo estás? —le preguntó él, mientras revolvía su café.

Lucía lo miró con una mezcla de cansancio y esperanza.

—Estoy… buscando mi lugar. —hizo una pausa, mirando por la ventana—. La tormenta ha pasado, pero la ciudad sigue destrozada. Y yo también.

València – 12:30 h

Miquel y Clara llegaron a la Subdelegación del Gobierno. La sala de prensa estaba llena, las cámaras se enfocaban en los rostros que se preparaban para hablar, para dar la última conferencia sobre lo sucedido. Los últimos detalles de la investigación se estaban poniendo sobre la mesa, y el país entero estaba observando. Había algo diferente en el ambiente. La gente ya no solo esperaba respuestas; exigía justicia.

Clara se acercó a Miquel mientras él revisaba sus notas.

—Esto es lo que hemos estado buscando todo el tiempo, ¿verdad? —dijo Clara, mirando el mar de periodistas y funcionarios—. Pero también es lo más difícil. Porque no hay vuelta atrás.

Miquel asintió, mirando el rostro de Clara, sintiendo una conexión que crecía con cada día que pasaba. En todo este tiempo, a pesar de la tragedia, de las mentiras y de la corrupción, algo en él había cambiado. Clara había sido su apoyo, su fuerza, su voz cuando las palabras le fallaban. Y aunque no lo dijeran en voz alta, ambos sabían que algo nuevo había nacido entre ellos. Algo más que solo una relación profesional. Algo que estaba destinado a crecer.

A las 13:00 h, un mensaje anónimo llegó al teléfono de Miquel. Era corto, directo, y contenía solo una frase:




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