El Precio Del Poder

La llama y la jaula

Los ecos de la traición

La noche en la mansión Chaudhary se extendía con un silencio sofocante. Priya se encontraba recostada en su cama, con el vestido de gala aún puesto, su mente girando en espiral. No podía dejar de pensar en Aditi. En su mirada desafiante, en la verdad que le había revelado sin miedo, en la fotografía de ella con Arjun.

¿Hasta qué punto había sido un engaño?

Tomó su teléfono y miró la imagen una vez más. La forma en que Arjun miraba a Aditi, con devoción y deseo, era la manera en que jamás la había mirado a ella. Priya había aceptado su destino, había asumido que su matrimonio con Arjun era solo un acuerdo entre familias, pero esto... esto era algo diferente.

Había sido reemplazada antes siquiera de ser esposa.

Dejó caer el teléfono sobre la cama y cerró los ojos con frustración. Se sentía atrapada. Como si la vida que le habían diseñado fuese una jaula de oro sin salida.

Pero esa noche, por primera vez en su vida, sintió una chispa de rebeldía.

Encuentro en la oscuridad

El reloj marcaba la medianoche cuando Priya salió sigilosamente de su habitación. Bajó las escaleras con cuidado, asegurándose de que ningún sirviente estuviera despierto. En la entrada de la mansión, su coche negro la esperaba.

—A la sede del Hindustan Times —ordenó al chofer con voz firme.

Cuando llegó al edificio, todo estaba oscuro excepto una luz tenue en la ventana del tercer piso. Sabía que Aditi aún estaba allí. Sin dudarlo, tomó el elevador y se dirigió a su oficina.

La puerta estaba entreabierta. Priya entró sin anunciarse.

Aditi estaba sentada en su escritorio, descalza, con una camisa blanca holgada y los primeros botones abiertos. Su cabello caía en ondas desordenadas, y una copa de vino descansaba junto a su computadora.

—¿No puedes dormir, princesa? —preguntó sin levantar la vista.

El corazón de Priya latió con fuerza.

—Quiero respuestas.

Aditi alzó la mirada, sus labios curvándose en una sonrisa peligrosa.

—¿Sobre Arjun? ¿O sobre lo que sentiste cuando te lo dije?

Priya sintió que la sangre se le encendía. No solo de rabia, sino de algo más oscuro y desconocido.

Aditi se levantó lentamente, acercándose a ella con calma felina.

—Dime, Priya... ¿qué se siente saber que todo en tu vida ha sido decidido por otros? —murmuró, rozando apenas su brazo.

Priya no se apartó.

—¿Por qué me lo dijiste? —susurró.

—Porque sé lo que es ser prisionera. Pero tú aún no te has dado cuenta de que las rejas están abiertas.

Priya sintió que su respiración se aceleraba. No era solo la conversación. Era la forma en que Aditi la miraba. La cercanía de sus cuerpos en la oscuridad.

Entonces, en un acto impulsivo, Priya alzó la mano y rozó el rostro de Aditi con la yema de los dedos. Fue un contacto leve, casi accidental, pero Aditi no se apartó.

—¿Qué estás haciendo? —susurró Aditi, su voz más baja, más grave.

Priya tragó saliva. Ni ella misma lo sabía.

Pero cuando Aditi tomó su muñeca con suavidad y la guió hacia su cuello, cuando sus labios quedaron a solo un suspiro de distancia, Priya entendió que no era solo rabia lo que la había llevado hasta allí.

Era deseo.

Cruzar la línea

El beso fue lento, cauteloso al principio. Priya sintió el roce suave de los labios de Aditi sobre los suyos, la forma en que su aliento se mezclaba con el suyo. Era la primera vez que besaba a alguien sin que fuera un deber, sin que se sintiera como una formalidad.

Aditi la tomó de la cintura y la atrajo hacia sí. Priya sintió su piel arder bajo el tacto de la periodista, el contraste entre la suavidad de sus labios y la intensidad con la que la sujetaba.

Cuando Aditi la empujó suavemente contra el escritorio, Priya dejó escapar un leve jadeo.

—Si cruzas esta línea, no hay vuelta atrás —susurró Aditi contra su oído, sus labios rozando la piel sensible de su cuello.

Priya cerró los ojos. Toda su vida había sido controlada. Su destino estaba escrito. Pero en ese momento, con las manos de Aditi deslizándose por su espalda, sintió que por primera vez tenía el poder de decidir.

Y decidió no detenerse.

FIN DEL CAPÍTULO 5




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