El amanecer filtraba su luz dorada a través de las cortinas de la mansión Kapoor, proyectando sombras alargadas en las paredes de la habitación de Priya. No había dormido. Se había pasado la noche en vela, con la memoria USB aún entre sus dedos, preguntándose cuánto tiempo le quedaba antes de que su padre descubriera lo que había hecho.
Un golpe seco en la puerta la hizo sobresaltarse.
—Señorita Priya —la voz de un sirviente sonó al otro lado—. Su padre la espera en el despacho.
El momento había llegado. Inspiró profundamente y se levantó, alisando la tela de su kurta antes de dirigirse hacia la puerta. Mientras recorría los pasillos, podía sentir la tensión en el aire, la forma en que los empleados evitaban su mirada. Algo había cambiado. Algo que iba más allá de su desobediencia.
Al llegar al despacho, empujó la puerta sin esperar una invitación. Vikram Kapoor estaba sentado detrás de su enorme escritorio de caoba, con los codos apoyados en la superficie y las manos entrelazadas. A su derecha, Arjun observaba la escena con el rostro impasible, pero sus ojos oscuros brillaban con algo parecido a la advertencia.
—Siéntate, Priya —ordenó su padre con voz firme.
Ella se mantuvo de pie.
—Sabes por qué estás aquí —continuó Vikram, apoyándose en el respaldo de su silla—. No voy a andarme con rodeos. ¿Has estado en contacto con Aditi?
Priya sostuvo su mirada. Sabía que mentir no serviría de nada.
—Sí —respondió con voz firme.
El silencio que siguió fue denso, sofocante. Vikram giró ligeramente su silla, observando la ventana como si estuviera contemplando su próximo movimiento.
—¿Y qué esperabas lograr con eso? —preguntó al fin, con una calma que resultaba más inquietante que la ira.
—La verdad —contestó Priya sin dudar—. No puedo seguir fingiendo que no veo lo que está pasando. Sé lo que has hecho, sé en qué está involucrada nuestra familia.
Arjun soltó una risa baja, casi incrédula.
—¿La verdad? —intervino—. Priya, no seas ingenua. Lo que has descubierto no es nada que no hagan todas las familias con poder en esta ciudad. ¿Crees que puedes cambiar algo con un par de archivos robados?
Priya se giró hacia él, su expresión endurecida.
—No es solo un par de archivos, Arjun. Es evidencia. Es suficiente para que todo este imperio se derrumbe.
Vikram exhaló pesadamente y se levantó, caminando lentamente hacia ella.
—Escucha, hija —su tono se volvió casi paternal—. Entiendo que quieras creer que estás haciendo lo correcto, pero el mundo no funciona así. Nosotros protegemos a los nuestros. Nos aseguramos de que nuestra familia prospere, sin importar el costo.
—¿Incluso si el costo es la gente inocente? —Priya sintió la ira quemarle en el pecho—. ¿Incluso si destruyes vidas solo para mantener tu control?
Vikram se detuvo frente a ella, su expresión aún serena, pero con una advertencia latente en sus ojos.
—El control es la única forma de sobrevivir en este mundo. Y tú eres una Kapoor. Tienes dos opciones: o aceptas tu lugar en esta familia y olvidas esta absurda rebelión… o te conviertes en una enemiga.
La amenaza estaba clara. No era una advertencia vacía. Priya tragó saliva, sintiendo la enormidad de su decisión pesar sobre sus hombros. Si se quedaba en la mansión, sería vigilada, manipulada hasta que cediera. Si intentaba exponer la verdad, se convertiría en un blanco.
—Voy a salir de aquí —dijo al fin, con una determinación que no sabía que tenía.
Vikram esbozó una sonrisa fría.
—¿Y adónde irás? No tienes a dónde huir. No puedes ganar esta guerra.
Priya sintió que su corazón latía con furia, pero no mostró miedo.
—No necesito ganarla. Solo necesito que la verdad salga a la luz.
Arjun se movió antes de que pudiera reaccionar, tomándola del brazo con fuerza.
—No seas estúpida, Priya —susurró con los dientes apretados—. No tienes idea de lo que estás haciendo.
Ella lo miró directamente a los ojos, sin apartarse.
—Y tú no tienes idea de lo que soy capaz de hacer.
Vikram hizo un gesto con la mano y Arjun la soltó con una leve sonrisa burlona.
—Déjala —ordenó su padre—. Que se convenza sola de que no tiene escapatoria.
Priya no esperó más. Se giró y salió del despacho con pasos firmes, sintiendo el peso de sus propias decisiones. Sabía que no podía confiar en nadie dentro de esa casa. La verdadera lucha acababa de comenzar, y no podía permitirse perder.