El Precio Del Poder

El peso del apellido

Capítulo 19: El Peso del Apellido

El auto avanzaba por las calles silenciosas de Mumbai mientras Priya miraba por la ventana, su mente atrapada entre la adrenalina de la fuga y el peso de lo que acababa de hacer. Aditi conducía con las manos firmes en el volante, pero su respiración entrecortada delataba la tensión que sentía.

—Necesitamos un lugar seguro —dijo la periodista sin apartar la vista de la carretera—. No puedes volver a tu departamento, ni quedarte en un hotel. La red de tu padre es demasiado grande.

Priya asintió lentamente, sintiendo un nudo apretarle el pecho. No había pensado en eso. Hasta ahora, había actuado impulsada por la necesidad de escapar, pero no había considerado las implicaciones a largo plazo.

—Conozco a alguien que puede ayudarnos —continuó Aditi—. Un contacto mío de confianza. Ha trabajado con denunciantes antes. Nos dará refugio hasta que podamos movernos con seguridad.

Priya miró a Aditi con cautela. Sabía que confiar en alguien más significaba correr un riesgo enorme, pero en ese momento, no tenía otra opción.

—¿Quién es?

—Un exinspector de policía —respondió Aditi—. Fue despedido hace años por no aceptar sobornos. Ahora ayuda a personas como tú… y como yo. Su casa es uno de los pocos lugares donde la influencia de tu padre no llega.

Priya tomó aire y cerró los ojos por un momento. Su mundo, tal como lo conocía, se estaba desmoronando. Pero no tenía tiempo para lamentarse.

—Está bien. Vamos allí.

Aditi giró a la izquierda, tomando un desvío hacia un barrio más humilde, lejos del lujo y el poder que siempre habían rodeado a Priya. Las calles eran más estrechas, las luces menos intensas. Había tiendas cerradas con persianas metálicas cubiertas de grafitis y motocicletas estacionadas frente a edificios desgastados por el tiempo. Era un mundo completamente distinto al que Priya estaba acostumbrada, pero por primera vez en su vida, se sintió invisible. Y eso era justo lo que necesitaba.

Finalmente, el auto se detuvo frente a una pequeña casa con ventanas enrejadas y una puerta de madera desgastada. Aditi apagó el motor y se giró hacia Priya.

—Escucha, él no es el tipo de persona que da la bienvenida con los brazos abiertos. No confía en nadie. Así que deja que yo hable primero.

Priya asintió y bajó del auto junto a ella. Aditi llamó tres veces a la puerta con un patrón rítmico. Segundos después, se escuchó el sonido de un cerrojo corriéndose y la puerta se entreabrió, revelando el rostro de un hombre mayor, con barba de varios días y ojos cansados pero alerta.

—¿Qué haces aquí, Aditi? —preguntó con voz ronca.

—Necesitamos ayuda, Raghu. Es urgente.

El hombre observó a Priya con desconfianza antes de abrir más la puerta.

—Entra. Rápido.

El interior de la casa era modesto, con muebles antiguos y una leve capa de polvo en las estanterías llenas de documentos y periódicos viejos. Raghu cerró la puerta con varios cerrojos antes de volverse hacia ellas.

—Explícame qué está pasando —pidió, cruzándose de brazos.

Aditi le lanzó una mirada a Priya, dándole la señal para hablar. Ella tragó saliva y dio un paso adelante.

—Mi nombre es Priya Kapoor —dijo, esperando ver su reacción.

Raghu no se inmutó, pero su mandíbula se tensó.

—Lo sé. Vi tu foto en los periódicos. Hija de Vikram Kapoor. Dime por qué debería ayudarte y no entregarte a tu padre ahora mismo.

Priya sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no apartó la mirada.

—Porque tengo pruebas que pueden destruirlo —dijo con firmeza—. Y porque si me entregas, no solo acabarás con mi vida, sino con cualquier posibilidad de exponer la verdad.

Raghu la observó durante varios segundos, como si estuviera evaluando cada palabra. Finalmente, suspiró y se dejó caer en un sillón viejo.

—Maldita sea, Aditi. Siempre me traes problemas.

Aditi sonrió con una mezcla de nerviosismo y alivio.

—¿Eso significa que nos ayudarás?

Raghu se frotó el rostro con las manos antes de asentir.

—Pueden quedarse aquí por ahora. Pero escúchenme bien: si tu padre descubre que estás aquí, ni siquiera yo podré salvarlas.

Priya asintió. Sabía que estaba caminando sobre hielo delgado, pero ya no había marcha atrás.

Esa noche, mientras Priya se acomodaba en un viejo colchón en el suelo, su teléfono vibró dentro de su bolsillo. Lo sacó con cautela y su corazón dio un vuelco al ver el mensaje en la pantalla.

“No creas que esto ha terminado. Aún eres una Kapoor. Y los Kapoor siempre vuelven a casa.”

No había nombre. No hacía falta. Priya sabía exactamente quién lo había enviado.

Su madre.




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