El arresto de Vikram Kapoor había sido solo el principio. Su caída había dejado un vacío en la estructura de poder que los Kapoor habían construido durante décadas. Sin su influencia para protegerlos, otros nombres comenzaron a aparecer en las investigaciones. Empresarios, jueces, ministros... y, por supuesto, los Chaudhary.
Durante años, los Chaudhary habían sido aliados estratégicos de los Kapoor, tejiendo una red de corrupción que los mantenía intocables. Pero con las pruebas expuestas al público y la presión mediática aumentando, su estructura comenzó a mostrar grietas.
Priya observaba el caos desde la redacción del medio independiente de Aditi, donde había encontrado un refugio y un propósito. Informes llegaban a cada hora, revelando que las acciones de la familia Chaudhary estaban cayendo en picada. Algunos de sus negocios habían sido congelados por investigaciones financieras, y varios de sus aliados en el gobierno comenzaban a alejarse de ellos.
—Están tambaleándose —dijo Aditi, hojeando un expediente lleno de documentos filtrados—. Pero no caerán tan fácilmente.
—Lo sé —respondió Priya, cruzándose de brazos—. Pero ahora están solos. Sin mi padre protegiéndolos, se exponen a lo mismo que él.
Aditi la observó por un momento antes de preguntar:
—¿Qué sientes al ver todo esto?
Priya tardó en responder. La satisfacción estaba ahí, sí, pero mezclada con una inquietud que no podía ignorar. Sabía que esto no había terminado. Las ratas acorraladas son las más peligrosas.
—No me confiaría —dijo finalmente—. Harán todo lo posible por sobrevivir.
No tardó mucho en comprobarlo.
Esa misma noche, Aditi fue atacada.
Regresaba a casa después de una larga jornada cuando un automóvil negro sin placas la interceptó en una calle poco transitada. Tres hombres encapuchados salieron y la rodearon antes de que pudiera reaccionar. Uno la golpeó en el estómago, otro le arrebató el bolso. Pero cuando intentaron llevarla a la fuerza al vehículo, un vecino que pasaba gritó y los atacantes huyeron.
Aditi llegó tambaleándose al apartamento de Priya, con sangre en el labio y un pánico contenido en los ojos.
—Querían secuestrarme —susurró, con la respiración entrecortada—. Esto fue una advertencia.
Priya sintió un frío que le recorrió la espalda. Sabía que esto era un mensaje directo de los Chaudhary.
Nos están diciendo que nos detengamos.
Pero también sabía que no lo harían.
El precio de la verdad era cada vez más alto.