La noche era densa, cargada de incertidumbre. El ataque a Aditi había cambiado todo. No era solo una lucha por justicia; ahora era una batalla por sobrevivir. Priya sintió la rabia ardiendo en su pecho mientras observaba a su amiga sentada en el borde de la cama, con un paño húmedo sobre su labio partido.
—No puedo permitir que te sigan lastimando —murmuró Priya, acercándose con cautela.
Aditi sonrió débilmente.
—Si te asusta, todavía estás a tiempo de alejarte de esto.
—No —Priya negó con firmeza—. Nunca. No después de todo lo que hemos hecho. No después de todo lo que hemos pasado.
Se quedaron en silencio por un momento. Afuera, la ciudad seguía con su ritmo inquebrantable, pero dentro de aquel pequeño apartamento, todo se reducía a ellas dos. La tensión que las rodeaba no era solo por la amenaza de los Chaudhary o por el peligro latente. Era algo más profundo, algo que había estado creciendo en cada mirada compartida, en cada roce fugaz.
Priya alargó la mano y tomó la de Aditi entre las suyas. La sintió temblar, pero no por miedo. Sus ojos oscuros se encontraron, reflejando la tormenta de emociones que las envolvía. Priya no supo quién dio el primer paso, solo que, en un instante, la distancia entre ellas desapareció.
El beso fue suave al principio, una exploración cautelosa, pero pronto se volvió más intenso, más desesperado. Priya deslizó sus dedos por el cabello de Aditi, sintiendo cómo la otra mujer se aferraba a su cintura, atrayéndola más cerca, como si el mundo fuera a arrebatarlas en cualquier momento.
No había dudas, no había miedo. Solo ellas.
La ropa cayó al suelo en el frenesí del momento, las manos recorrieron piel con una urgencia contenida demasiado tiempo. Cada susurro, cada jadeo, cada roce de labios sobre piel desnuda era una promesa silenciosa, un refugio en medio del caos. En aquella noche, se permitieron olvidarse de todo: de la corrupción, del peligro, del precio que estaban pagando por desafiar al poder.
Solo importaba el presente, solo importaban ellas.
Cuando finalmente quedaron abrazadas bajo las sábanas, con la respiración aún entrecortada y los cuerpos entrelazados, Priya apoyó su frente contra la de Aditi.
—No voy a dejar que te hagan daño —susurró.
Aditi cerró los ojos y sonrió, agotada pero en paz.
—Lo sé.
En ese instante, Priya comprendió que la verdad no solo tenía un precio. También tenía recompensas.
Y Aditi era la prueba de ello.