El amanecer pintaba la ciudad con tonos dorados cuando Priya y Aditi llegaron al pequeño apartamento que ahora llamaban hogar. A pesar de todo lo que habían perdido, en ese momento, la sensación de haber ganado algo mucho más grande era innegable.
Priya se dejó caer en el sofá, sintiendo un agotamiento que iba más allá de lo físico. La lucha había terminado, pero las cicatrices que dejaba no desaparecerían tan fácilmente.
Aditi se sentó a su lado, tomando su mano entre las suyas.
—¿Cómo te sientes? —preguntó suavemente.
Priya exhaló, dejando que el peso de sus pensamientos se disipara con el aire que escapaba de sus labios.
—Libre —respondió, sorprendida de que la palabra se sintiera tan real.
Aditi sonrió y le acarició la mejilla. Habían atravesado un infierno juntas, pero al final, lo único que importaba era que aún se tenían la una a la otra.
Los medios estaban explotando la caída de los Chaudhary. La corrupción, los negocios turbios, las conexiones con el crimen organizado; todo estaba saliendo a la luz. Aditi había logrado lo que muchos creyeron imposible. Su reportaje había encendido la chispa que terminaría por consumir la vieja estructura de poder.
Pero incluso en la victoria, el miedo acechaba.
—No podemos bajar la guardia —dijo Priya, con la vista fija en la pantalla del televisor, donde desfilaban imágenes de su padre rodeado de abogados y reporteros.
Aditi asintió.
—Lo sé. Pero hoy, al menos por hoy, podemos permitirnos respirar.
Priya la miró y por primera vez en mucho tiempo, sonrió. No la sonrisa amarga de la venganza, ni la forzada de la supervivencia. Una sonrisa auténtica, cargada de la promesa de un futuro distinto.
Se inclinó hacia Aditi, dejando que sus labios se encontraran en un beso lento, sin la urgencia del pasado. Esta vez, no era un escape. Era un nuevo comienzo.
Fuera, el mundo seguía girando. El escándalo seguiría desarrollándose. Pero dentro de aquellas cuatro paredes, Priya finalmente sintió que había algo más allá del poder.
Algo por lo que valía la pena vivir.