La ciudad de Delhi se encontraba en silencio, como si el aire mismo hubiera dejado de respirar. Las calles que alguna vez vibraron con el bullicio de la vida, hoy reflejaban una quietud ominosa, el peso de un destino sellado en las sombras. En lo alto, el cielo se oscurecía, y el viento, cargado de incertidumbre, parecía susurrar las últimas palabras de un lamento.
Priya y Aditi habían sido capturadas. Las dos mujeres, luchadoras incansables, habían caído en la trampa de la conspiración que tejía la muerte. En el calabozo donde la luz no llegaba, sus cuerpos sangraban, pero sus corazones seguían latiendo con fuerza, desafiando el cruel destino que les esperaba.
Priya, con los ojos llenos de ira y esperanza, se aferraba al último vestigio de vida que le quedaba: el pequeño ser que llevaba dentro. Aditi, su amiga y hermana de lucha, aún tenía fuerzas para sonreírle, aunque la muerte ya estaba tocando a su puerta.
Priya asintió, aunque las lágrimas caían en silencio sobre su rostro. Sabía que el sacrificio de su vida significaba algo mucho mayor. Ese bebé que crecía dentro de ella no solo representaba su última esperanza, sino también una oportunidad para cambiar el curso de la historia.
La puerta de la celda se abrió, y los hombres que habían sido enviados para ejecutar la sentencia entraron con paso firme, armados con odio. Sin embargo, antes de que pudieran dar un solo paso, un brillo de luz cegadora iluminó la habitación.
Una diosa apareció en el umbral, envuelta en un halo divino. La energía a su alrededor era palpable, un poder ancestral que emanaba de ella. Sus ojos, de un brillo etéreo, miraron a Priya, y una voz profunda y serena resonó en su mente.
El caos se desató cuando los ejecutores intentaron atacar a la diosa, pero un gesto de su mano los hizo retroceder. La diosa tocó suavemente el vientre de Priya, y una luz pura envolvió su cuerpo. En ese momento, el bebé de Priya, que había estado en riesgo de morir al nacer, sobrevivió. La energía divina que lo tocó lo hizo inmune a las fuerzas del mal que buscaban arrebatarle la vida.
La diosa, con un suspiro, dejó caer una última palabra.
Con una explosión de luz, la diosa desapareció, dejando tras de sí una sensación de paz que no se podía explicar. Los cuerpos de los agresores yacían inmóviles, como si el tiempo se hubiera detenido. Priya y Aditi, aunque heridas, permanecían vivas en ese instante, como si el destino tuviera una última carta que jugar.
Pero Priya, exhausta y con el dolor de la pérdida, sonrió débilmente. Su sacrificio no había sido en vano. La vida de su hijo, marcada por lo divino, era un símbolo de que el cambio aún era posible, incluso en los momentos más oscuros.
Aditi, con una última mirada a su amiga, murmuró: "Te prometo que tu hijo no solo vivirá, sino que será el faro que nos guiará a todos."
Priya, con la última chispa de fuerza en su cuerpo, cerró los ojos, pero su sonrisa reflejaba una paz inmensa.
Y entonces, un eco profundo se oyó en el aire: