Yo, Liam Lancaster pertenecía a una familiia importante, joven, bien parecido, nunca pensé que una mujer jugaría asi conmigo, como Sophia Smith lo había hecho.
El dolor de mi corazón roto se asemejó a un puñal hundiéndose repetidas veces en el corazón y es completamente doloroso. Siempre había escuchado decir que el corazón podía romperse, pero en mi arrogancia de hombre ingenuo, enamorado y seguro del amor que Sophia me juraba, jamás creí que esas frases fueran más que metáforas. Ahora sé que no: el corazón sí se rompe. Y cuando se rompe, duele y duele mucho, como un eco que retumba en la sangre y te quema, que se queda repitiendo dentro de ti incluso cuando el mundo allá afuera sigue girando como si nada hubiera pasado.
Sophia Smith.
Ese nombre me causo una herida profunda.
Lo peor de todo esto fue la certeza que me dejaron sus palabras la última vez que la vi… la idea cruel de que nunca me había amado, de que todo había sido una farsa, un juego, una conveniencia, que solo estuvo conmigo por evidente interes y al parecer encontro un mejor prospecto que yo. Eso fue lo que me gritó la vida en ese entonces: que yo había sido un tonto, un hombre engañado por una mujer que me miraba con ternura solo para ocultar su verdadero interés.
Recuerdo esa última tarde que intente buscarla por última vez, mi corazón se reusaba a que todo acabará así, guarde mi orgullo y dignidad en una maleta y me fui directo a su casa, el cielo estaba nublado, anunciando tormenta, y yo corrí como loco a buscarla con el corazón en la mano. Había rumores, palabras lanzadas como dagas filosas, acusaciones de que Sophia me utilizaba, que tenía amantes escondidos, que lo nuestro no era más que un capricho pasajero hasta que ella encontrara alguien mejor. Yo no quería creerlo. ¡Dios sabe cuánto me negaba a aceptar esa posibilidad! Pero mi madre, con esa autoridad que siempre tuvo sobre mí, me repitió una y otra vez que la había visto con sus propios ojos, que Sophia no era la mujer que yo pensaba, que debía abrir los ojos antes de que arruinara mi vida por completo con una mujer que no valía la pena, por supuesto no le creí, no podía creerle...
Cuando enfrenté a Sophia, ella no lo nego y eso termino de lanzarme al vacío mas profundo. Ese silencio fue su condena y lamentablemente la mía. Yo la miré esperando que negara, que llorara, que se defendiera…que dijera que mi madre mentía, pero calló. Y ese callar fue su confesión. Sentí que todo mi mundo se desmoronaba. Yo, que la había soñado como mi esposa, como la madre de mis hijos, que había planeado una vida entera a su lado, de repente me encontré con las manos vacías, como si el futuro me hubiera sido arrebatado de golpe, como si la mujer que tenía delante de mi fuera una completa desconocida y finalmente lo dijo
—vete de una vez por todas y no aparezcas más en mi vida, déjame en paz.
—¿Me rechazaste y engañaste por que había desistido de la fortuna de mis padres cierto? —le dijo con una decepción profunda.
Ella calló
—si me hubieras esperado te hubiese dado todo cuanto quisieras.
—Basta Liam, entiende, yo no te amo.
Esas palabras mataron mi corazón.
Esa noche no dormí. Recorrí las calles como un fantasma hasta toparme con un bar y al amanecer, ya no tenía fuerzas, solo la certeza de que era un hombre infeliz. Llegue temprano en la mañana, con mi corazón llorando y un aspecto de vagabundo alcohólico, mi madre me encontró destrozado en el umbral de nuestra casa y con la mirada perdida. Ella me abrazó, me susurró al oído que todo pasaría, que las mujeres así no merecían lágrimas, que yo era joven, que la vida me pondría en el camino a alguien mejor y lloró conmigo. Pero lo que ella no sabia era que yo no quería a alguien mejor. Yo solo la quería a ella, lastimosamente ella no me quería a mi.
A los pocos días tomé la decisión más radical de mi vida: irme del país. Mi madre y padre me había dicho que aceptara la sucursal de New Jersey, que ellos sabían lo importante que era hacerme de un nombre propio para mi, pero que sería momentáneo mientras me tomaba un tiempo...pero no acepté. Una propuesta a radicarme en Italia con mi mejor amigo Duncan era más tentadora, tendria la oportunidad de expandirme y abrirme en el mercado europeo. La sucurla en New York estaría a cargo de mi primo Martin. Debia partir cuanto antes a Italia porque cada esquina me recordaba a Sophi; cada rincón de la ciudad estaba impregnado de su risa, de sus pasos, de nuestros recuerdos. No había lugar en el que pudiera respirar sin que su nombre me persiguiera.
Me marché con una maleta medio llena y el corazón completamente vacío, pero con la certeza de que lo superaría y ya no quedaría nada de ella en mi.
Los primeros meses en Italia fueron una tormenta. Todo me resultaba ajeno a New York: la lengua, la gente, las calles. Caminaba por inercia entre multitudes desconocidas, llevando conmigo una herida que nadie veía. Intentaba sonreír, fingir que era un joven más explorando nuevas tierras, pero dentro de mí solo había cenizas.
Mi madre me llamaba todos los días, sabía que se preocupaba por mi. Su voz era reconfortante para mi y una condena al mismo tiempo. Ella siempre trataba de animarme, de recordarme que yo no debía doblegarme ante el recuerdo de una mujer que había jugado con mis sentimientos. Decía que debía rehacer mi vida, salir, divertirme, conocer otras mujeres. Y yo lo intentaba. Pero nada me llenaba.
Con el pasar del tiempo conocía más mujeres de las que podía recordar, probaba labios distintos a los de ella y sí me rodeaba de cuerpos que me ofrecían calor momentáneo. Pero todo era un espejismo. Nada llenaba el vacío que ella había dejado en mi. Lo peor es que esa búsqueda frenética empezó a transformarme. Dejé de ser el hombre romántico, ingenuo, entregado al amor, para convertirme en alguien frío, alguien que usaba y era usado, alguien que no creía ya en promesas ni en miradas y así me sentía bien.
#3031 en Novela romántica
#1030 en Chick lit
venganza, secretaria jefe, amor celos ruptura deseo erotismo
Editado: 01.09.2025