El Precio Del Silencio.

Capítulo 8. Es solo venganza.

Luego de ese acalorado momento con Sophia, deciendo hasta la planta baja, mi chofer y mis asistentes aguardan por mí para irnos directo a la empresa. Martín me intercepta y me dice que debía hablar conmigo, se ofrece a llevarme a la empresa y le dije a mi chofer que dejara a mis asistentes allá, les di un par de instrucciones y me enfunde en el carro de mi primo.

El motor rugía mientras el carro avanzaba entre el tráfico. Mi primo me miraba de reojo, aún incrédulo y sabía lo que me diría.

—¡Pero qué carajo hiciste, Liam! —explotó, golpeando el volante—. Eso no era lo que habíamos planeado. Una expansión de ese nivel es demasiado dinero, ¿estás consciente?

Recargé la cabeza contra el asiento, con una calma fría que contrastaba con la furia de mi primo.

—Lo decidí en la sala de juntas —dijé, con voz grave—. La vi sentada ahí, tan tranquila, tomando notas como si la vida no hubiese pasado para ella. Como si nada hubiera ocurrido en estos cuatro años. Y me dio deseos de hacerla pagar…

—¿Venganza? —mi primo me interrumpió, incrédulo.

Yo apreté la mandíbula y clavé la mirada en la ventana.
—Sí. Venganza, verla fingir serenidad, después de tantas noches en mi cama. Fingir que no pasó nada, como si nunca hubiera existido. Pero te lo digo: esta vez voy a acabar con eso.

Me incliné hacia adelante, con un destello de crueldad en mis ojos.
—La voy a llevar a mi cama hasta cansarme de ella. Y cuando crea que puede respirar, voy a torturarla en su propio trabajo, hasta que entienda lo que significa jugar conmigo, ella jugo primero y yo ahora pretendo terminarlo.

Mi primo se quedó en silencio unos segundos, procesando mis palabras. Finalmente, bufó, negando con la cabeza.

—Simplemente… no pudiste hacerlo fuera de los negocios, ¿verdad? —dijo con un tono de reproche y resignación—. Tenías que mezclarlo todo.

Yo sonreí apenas, sin apartar la vista de la carretera.
—Porque esta vez, no se trata solo de negocios. Además soy consciente de la inversión, pero sabemos que con nuestro equipo de trabajo y haciendo un buen estudio en el sector ese dinero lo recuperaré en tiempo record y no solo eso, tendre jugosas ganancias.

Mi primo no pronunció palabra alguna, seguía sorprendido de mi decisión, pero era algo que ya estaba dicidido, iba a sacar a Sophia de mi vida y la forma más adecuada era aburriendome de ella y comprobar lo rápida y fácil que siempre fue.

Después que llegamos a la empresa me di cuenta que no tenía cabeza para balances ni para socios. Di un par de órdenes secas, marqué prioridades y cancelé lo demás. Esa fachada de control me bastaba para que nadie sospechara que mi mente estaba en otro lugar. O mejor dicho, en otra persona.

Sophia.

No iba a luchar ya con la verdad, debia reconocer que volver a verla me había sacudido más de lo que quería admitir. Había jurado que estaba muerta para mí, que lo único que quedaba era desprecio. Sin embargo, la verdad se mostraba de otra forma: lo que ardía en mí no era amor ni perdón, era un deseo crudo que me carcomía. Y no pensaba negármelo.

Al salir de la oficina, dejé todo atrás. Martin se quedo resolviendo el nuevo contrato con el señor Coleman en caso de darse, para mi no existía empresa, no existían juntas, no existía nada más que el penthouse y lo que decidí que iba a ocurrir allí.

Luego de llegar a mi edificio el ascensor privado me llevó hasta la cima, a ese refugio silencioso donde todo era mío, donde podía permitirme ser lo que nadie más conocía. Dejé las llaves en la entrada y me encaminé al baño.

Abrí la ducha y dejé que el agua caliente me envolviera. Apoyé las manos contra la pared, incliné la cabeza y cerré los ojos. El agua corría sobre mí como un ritual de limpieza, como si pudiera arrastrar lo que no necesitaba: el fastidio, el orgullo, los restos de emociones que me incomodaban. Lo único que debía permanecer era lo esencial: control, fuerza, deseo.

Salí y me sequé con calma. Frente al espejo, observé mi reflejo: los hombros tensos, la mandíbula firme, la mirada de un hombre que nunca cedía. Me vestí con algo relajado, lo suficiente para estar cómodo, pero sin perder la esencia que me definía.

Tomé mi perfume favorito, el imperial majesty y lo deposite sobre mi piel en los puntos exactos: cuello, muñecas, detrás de las orejas. Quería que el ambiente quedara impregnado de mí.

Baje y llegue a la sala, fui directo al mini bar y me serví una copa de whisky. El ámbar brillaba bajo la luz tenue, y al beberlo sentí cómo la calidez descendía por mi garganta, extendiéndose lentamente por mi cuerpo. Me acomodé en el sofá, dejando que el silencio del penthouse me rodeara. Cada sorbo era un recordatorio de que nada podía sacarme de mi eje. Nada, excepto ella.

Y ella estaba por llegar, me dije a mi mismo que debía ser fuerte.

El timbre sonó.

La puerta se abrió y allí estaba Sophia. Radiante. Perfecta, mas mujer, como si esos años la hubieran embellecido aún más. Su vestido resaltaba cada curva, su cabello caía en ondas, y sus ojos… sus ojos suplicaban.

No necesitaba palabras para saber qué buscaba. Ella quería hablar, quería que la escuchara, que le diera el espacio de explicar lo que yo ya había sentenciado. Y no. Esa puerta estaba cerrada.

Me limité a mirarla con frialdad, whisky en mano, mientras avanzaba hacia mí con pasos inseguros. Su voz era apenas un murmullo, un ruego contenido. No quise escuchar detalles, no permití que su historia contaminara mi decisión. Yo no quería su verdad. La única verdad que me interesaba era la que me dictaba mi cuerpo: la deseaba.

Eso, y nada más.

Ella acepto con la esperanza de que algún día la iba escuchar, pero eso no sucederia jamás. Finalmente se giro hacia la puerta. Su mano tocó la manija.

No lo permití.

En dos zancadas la alcancé y cerré la puerta con mi mano, inmovilizándola, le susurré suavemente en el odio: ¿A dónde vas gatita, vas a dejar a este león con hambre?




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