Pasaron dos días desde que Sophia estuvo en mi apartamento y me estaba volviendo loco, consumiendo lentamente con solo revivir el recuerdo de su cuerpo desnudo en mi cama. Después de todo, la idea de buscar venganza no había salido como esperaba, fue un daño colateral.
Con ese pensamiento me levanté de la cama con la garganta reseca, como si hubiese pasado la noche bebiendo, aunque lo único que me había consumido eran mis pensamientos. El amanecer se filtraba por las cortinas con una luz grisácea, opaca, la clase de luz que indicaba que hoy iba a ser un dia lluvioso y que no importa cuán cansado esté, debo cargar con mi propia sombra. Caminé hasta la cocina apenas con una camisa y mi boxer, encendí la cafetera y esperé con la impaciencia de un hombre que necesita esa primera taza como quien necesita una droga para no perder la cordura. El expresso empezó a gotear sobre el pocillo de porcelana y el aroma llenó el espacio, fuerte, amargo, exactamente como lo necesitaba despues de una noche de mierda. Tome la taza y la sostuve entre mis manos. El calor de la cerámica contrastaba con la frialdad de mis manos.
Esas dos noches. Solo habían pasado dos malditas noches desde que la tuve a mi merced, desde que su piel volvió a ser mía, desde que sus gemidos me envolvían en una bruma de exitación y todo su cuerpo se estremecía cuando la penetraba una y otra vez. Y todavía, a pesar de todo lo que me repito para convencerme de lo contrario, no he dejado de pensar en ella.
Sophia Smith.
Su nombre me quema el corazón incluso cuando lo pienso en silencio.
Quise hacer de esa noche un desahogo, convencerme que era solo sexo, un arranque de deseo que matara de una vez por todas la obsesión de años, quise vengarme. Quise reducirla a lo que dije: sexo, nada más. Pero a quien quiero mentirle... Cada caricia suya esa noche, la forma en como decía mi nombre, cada movimiento de su cuerpo cuando me montaba, cada mirada perdida entre las sábanas, me tatuó de nuevo. Como si nunca hubieran pasado los años. Como si nunca me hubiese traicionado. Como si nunca me hubiese aplastado como a una cucaracha cuando más la amaba.
Sorbí un trago de café y apreté los dientes. Amargo, hirviendo, perfecto para recordarme que estoy vivo, aunque por dentro me siento como un cadáver que camina sin ella.
La odio. Sí, lo digo sin rodeos: la odio. Odio lo que me provoca, odio cómo me tiembla la mano cuando la recuerdo desnuda en mi cama, odio la forma en que mi cuerpo todavía la desea como si no existiera otra mujer en el mundo. ¿Cómo se puede odiar y necesitar al mismo tiempo? ¿Cómo se puede sentir asco y hambre por la misma persona? No lo sé. Solo sé que me está carcomiendo y ya no quiero esto.
Cierro los ojos y vuelvo a verla aquella mañana, levantándose con mi camisa puesta, frágil y hermosa, mirándome con lágrimas contenidas mientras yo salía de la ducha, esa imagén me quebro, pero no podía demostrarlo y mucho menos creerle. Vuelvo a oír mi propia voz siendo cruel, escupiéndole en la cara verdades falsas y mentiras que ella me repetía que no eran verdad, pero ¿Cómo creerle? No podía, tampoco quería, ella solo lloró. Y yo, maldito cobarde, me escondí detrás de mi rabia porque la otra opción era aceptar que todavía la amo.
Sí, la amo.
Aunque me duela admitirlo.
Aunque jamás la perdone.
Aunque jure todos los días que ya no es nada para mí. La verdad era que Sophia Smith estaba tatuada en mi corazón.
El café se me enfrió en la mano, pero no me importó. Caminé devuelta a mi habitación aparté las cortinas. La ciudad estaba despierta, indiferente a mi guerra interna. Miles de personas iban y venían, y yo aquí, atrapado en una cárcel que se construyó hace cuatro años, pero yo mismo me iba a encargar de destruirla.
Me pregunto cómo demonios tiene tanta fuerza sobre mí todavía. Le di todo. Le entregué mi mundo, mi confianza, mis planes de vida. Y ella, con sus mentiras, con sus juegos, me escupió en la cara. ¿Cómo perdonar algo así? No puedo. No quiero, no lo haré. Aunque mi corazón grite lo contrario, aunque mi piel la busque en cada recuerdo, aunque mi cuerpo arda con solo pensar en la forma en que me decía mi nombre, no puedo volver a caer.
No otra vez.
No voy a permitirme otro derrumbe.
Ya conozco el infierno que es perderla, y no sobreviviría a un segundo, es mejor que ella y yo estemos distanciados, mi corazón se volverá adormecer y ella seguirá con su vida, desistir de mi loca venganza es lo mejor para mi.
El sonido del teléfono me sacó de mis pensamientos. Vibró sobre la mesa de noche, era Bianca. La mujer con la que comparto un compromiso, la que en teoría debería ser mi presente y mi futuro, la que no despierta en mí ni una décima parte de lo que me provoca Sophia. Contesté.
—Amor —su voz sonaba dulce, cargada de una calidez que en otro tiempo habría bastado para tranquilizarme—, ¿dónde estás? No he sabido nada de ti en dos días, no te había llamado porqué los desfiles me tenían agotada.
Tragué saliva.
—Me quedaré más tiempo del previsto —dije con tono seco, mirando el horizonte como si pudiera escapar de mis propias palabras—. No sé cuánto.
Hubo un silencio breve. Pude imaginar su ceño fruncido, esa forma que tiene de torcer los labios cuando algo no le agrada.
—No hay problema —respondió al fin, con un dejo de resignación—. Si es necesario, después te alcanzo, o me avisas y me mudo allá contigo.
Asentí, aunque ella no podía verme.
—Ya veremos —fue todo lo que dije antes de colgar.
Dejé el teléfono a un lado y respiré hondo. Sentí un peso en el pecho, un nudo de rabia, deseo y frustración. Bianca es buena mujer, correcta, impecable, hermosa, pero no es mi fuego, no es la llama ardiente que me quema en la cama. No es la chispa que me consume ni el veneno que me arrastra al abismo. No es ella.
Y sin embargo, es a Bianca a quien debo lealtad ahora. Es a ella a quien debería mirar con deseo y amor, a quien debería soñar en mis noches de insomnio, con quien debería desear una familia. Pero no. No puedo mentirme. La única que ocupa mis pensamientos, la única que se mete en mis sueños, la única que se aferra a mi piel como si jamás se hubiera ido, es Sophia.
#2123 en Novela romántica
#755 en Chick lit
venganza, secretaria jefe, amor celos ruptura deseo erotismo
Editado: 17.09.2025