El resto del camino a la casa de Liam fue rápido, pero intranquilo, había mucho deseo contenido entre ambos, se podía sentir en el aire. Saber que el iba a escuchar mi verdad me estremecía, no sé si iba a creer en mi, pero al menos yo me quitaría un peso de encima.
La casa a las afueras de la ciudad parecía surgir como un refugio apartado del ruido y de las prisas. Rodeada de grandes árboles que formaban un arco natural sobre el camino de entrada, se alzaba imponente, aunque no por su tamaño, sino por la serenidad que transmitía. Las hojas, mecidas por el viento, susurraban con un sonido que se confundía con el canto de los pájaros, simplemente era hermosa.
El portón de hierro se abrió lentamente, y el automóvil avanzó por el sendero empedrado hasta detenerse frente a la entrada principal. Allí, unas escaleras de piedra conducían a una puerta de madera oscura con detalles tallados a mano. Era un lugar cálido, lleno de vida, y sin embargo, en ese instante, el aire parecía cargado de tensión contenida.
Liam descendió primero, rodeando el auto con calma para abrirme la puerta. Bajé en silencio, seguía mirando la fachada de la casa, como si tratara de encontrar refugio en la belleza de aquel lugar.
—Ven —dijo él, sin apartar sus ojos de mi.
Caminamos juntos por las escaleras y, al entrar, un recibidor amplio nos recibió con un aroma a lirios y vino. Grandes ventanales dejaban entrar la luz dorada del sol, y en las paredes colgaban cuadros antiguos que contrastaban con el mobiliario moderno.
Liam no se detuvo. Caminó con paso firme hacia un salón amplio donde el primer detalle que saltaba a la vista era el bar, se colocó tras él con naturalidad, como si fuera su lugar de control.
—¿Quieres algo de tomar? —preguntó con voz serena.
Yo me quedé de pie, aún sin decidirme si avanzar del todo, observando cómo él tomaba una copa vacía entre sus manos. El contraste era evidente: Liam, dueño de la escena, y yo, atrapada entre el deseo de hablar y el miedo a lo que esas palabras pudieran desatar.
Él ladeó un poco la cabeza, insistiendo suavemente:
—Mínimo un vino… algo que te quite esta tensión de encima.
El silencio de la casa nos envolvía, solo interrumpido por el sonido del corcho del vino, sirvio dos copas y dejó una frente a mi.
—Míralo de este modo Sophia, si vamos hablar largo y tendido, no lo haremos con la garganta seca—dijo esto de forma sincera.
—Gracias—fue lo único que puede decir, después de tomar un sorbo del tinto entre mis manos.
—Ven sentemonos en el sofá –me dijo depositando una mano en mi espalda baja y guiándome a esté.
Me senté en el borde del sofá, con las manos temblando, incapaz de detener el frío que se me había instalado en el cuerpo desde que entramos en esta casa. Liam me miraba fijo, sentado frente a mí, como un juez esperando mi confesión. Sentí que me faltaba el aire, que el corazón me golpeaba tan fuerte que podía escucharlo en mis oídos.
—Liam… —mi voz se quebró apenas pronuncié su nombre—. Antes de empezar, te pido algo… déjame hablar. No me interrumpas, no me cortes. Escúchame hasta el final… y luego haz lo que quieras con lo que te diga.
Vi cómo sus cejas se fruncieron, cómo el músculo de su mandíbula se tensaba, pero asintió apenas, dándome esa oportunidad. Y yo, con lágrimas ya rodando por mis mejillas, abrí el baúl de un pasado que me había desgarrado en silencio.
—Yo no te dejé porque no te amara… —mis labios temblaban—. Lo que más deseaba en mi vida era ser tu esposa. ¡Dios sabe cuánto soñé con ese día! Contigo, con un hogar, con hijos corriendo por la casa… con despertar cada mañana en tus brazos, con formar una familia a tu lado.
Me tapé el rostro un instante, avergonzada de mi propio llanto, pero me obligué a seguir.
—Tu madre vino a buscarme una semana antes de nuestra ruptura, me amenazó cuando se enteró que lo nuestro realmente iba enserió, me dijo que lo había dejado pasar tanto tiempo porque pensó que solo era un capricho, pero que ya el matrimonio era diferente y no iba a permitir que tu arruinaras tu vida con alguien inferior. La primera vez, pensé que era solo odio, que era celos, que nunca podría separarnos. Pero luego… luego mandó a golpear a mi mamá. —Un sollozo me desgarró el pecho—. La vi en la cama, Liam, llena de moretones, apenas respirando… Y entendí que las amenazas eran reales.
Levanté la mirada hacia él. Sus ojos tenían una mezcla de incredulidad y rabia contenida, pero no habló.
—Ella me dijo que si seguía contigo, no solo destruiría a mi familia, también a ti. Que cerraría todas tus puertas, que acabaría con tus sueños. Y yo… yo no podía. No podía permitir que tu vida se arruinara por mí.
Me incliné hacia adelante, con el corazón en la garganta.
—Liam, tú me conocías… tú sabías quién era yo. Jamás te mentí, jamás busqué aprovecharme. Lo único que quería era amarte. ¿No lo recuerdas? —Mi voz se quebró otra vez, y cerré los ojos—. ¿No recuerdas cuando caminábamos de la mano por el parque, cuando me decías que conmigo el mundo parecía menos cruel? ¿No recuerdas cuando me jurabas que nunca habría otra mujer después de mí?
Me llevé las manos al pecho, como si pudiera sostener el dolor con los dedos.
—Yo lo recuerdo todo… cada beso, cada noche que fuimos uno solo. Recuerdo cómo temblaba en tus brazos, cómo me mirabas después de hacer el amor, como si no existiera nada más en el universo. Yo vivía de eso, Liam. Vivía de ti.
Las lágrimas me cegaron, pero no me importó.
—Sé que para ti es difícil creerme ahora, después de tanto tiempo. Sé que piensas que fui cobarde, que te abandoné sin explicación. Pero esta… esta es mi verdad. Y la digo aunque me odies, aunque me apartes de nuevo. Porque lo que sentí por ti nunca dejó de arder, aunque yo misma me apagara por dentro.
Lo miré, con los ojos empañados, esperando una palabra, un gesto, algo que me dijera que aún me veía… que aún me reconocía.
#2121 en Novela romántica
#755 en Chick lit
venganza, secretaria jefe, amor celos ruptura deseo erotismo
Editado: 17.09.2025