El Precio por Tenerla (en edición)

Capítulo: 2

Alonso.

Salgo del restaurante en compañía de mi tío, me acerco a Damián mi hombre de confianza.

—Necesito que le asignes un guardaespaldas a Natasha Rivas, por supuesto, que sea uno de nuestros mejores hombres, leal y discreto. —Demando. 

–Como ordene, Señor —contesta Damián y mi tío y yo, subimos al auto que nos espera. 

—¿Sabes quién es esa mujer Alonso? —pregunta mi tío.

—Por supuesto tío, es mi futura esposa y la madre de mis hijos —Le respondo sonreído.

—Esa mujer es la esposa de uno de los hombres más influyentes de la ciudad, de hecho ella por sí sola lo es. Y por si no escuchaste dije «esposa», casada, atada, prohibida, Alonso. —Enumera Augusto en tono de reproche.

—Nimiedades tío, nada que no tenga solución —respondo convincentemente.

—No quiero problemas de faldas, que afecten nuestros negocios, no voy a permitirlo —replica mi tío.

—Descuide tío, le aseguro que no habrá ningún problema. —Termino diciendo convencido.

Vamos camino al hotel, en el vehículo y mis pensamientos no dejan de  lado a esa hermosa mujer. En mi mundo las mujeres hermosas son el común denominador, pero hay algo en ella que me atrapó.  

La voz de mi tío me saca de mis cavilaciones.

—Esta noche iremos a una gala de beneficencia, tu atuendo debe ir complementado  con un antifaz. Tú sabes excentricidades de millonarios —informa  Augusto.

—Sí, ya veo —afirmo—. Ya resuelvo eso tío.

Bajamos del vehículo,  subimos al ascensor y cada uno se dirige a su habitación.  Al entrar en mi suite, me quito mi saco y la corbata; desabotono mi camisa y la tiro sobre la cama. Tomo el teléfono de la habitación y marco a la recepción.

—Buenas tardes, señorita —digo cuando responden mi llamada—. Soy Alonso Ferrara de la suite presidencial, necesito que me consiga un antifaz para  caballero que haga juego con un traje gris.

—Entendido  señor Ferrara, ya le envío al personal de la  boutique con lo solicitado —responde la joven.

Cuelgo el teléfono y me dirijo hasta el minibar de la habitación. Me sirvo un trago de whisky y cierro mis ojos, mientras bebo el delicioso líquido ámbar que se desliza por mi garganta. «¡Natasha Rivas! —pienso— de haber sabido que en este viaje conocería a la que será la madre de mis hijos, habría venido desde hace mucho tiempo».  

 

Natasha.

Cuando una mujer como yo, ha sido víctima del engaño de su esposo de manera reiterativa, sufre mucho en su autoestima. Empiezas a pensar que no eres lo suficientemente hermosa, inteligente o refinada; lo suficientemente mujer, amante o esposa.  

Comienzas a buscar las fallas en ti, como si fueras el origen del problema. Te ves al espejo y ya no te sientes tan atractiva o hermosa. Algunas veces, hasta te das lástima. Pero no es así, el problema no eres tú, el problema es de ese hombre que no ha sabido valorarte, ni mucho menos cumplir su promesa de amarte hasta que la muerte los separe. 

Esa no es una lección que se aprende en un día o en un mes, es el resultado de un proceso en el que te das cuenta que el matrimonio no puede ser una condena. No porque no puedas perdonar una infidelidad, sino porque quien te fue infiel ni siquiera ha sido lo suficientemente macho para reconocer su error y pedir perdón, de haber sido así, al menos te quedaría la satisfacción de decir lo intente, pero no resultó. 

Pero Andrés ha sido el tipo de hombre, que trata de disfrazar sus andanzas con negocios o con la excusa de que la prensa todo lo malinterpreta. Jamás lo he sorprendido con una mujer, nunca me ha aceptado una infidelidad, pero en el fondo uno mujer sabe cuando hay otra, cuando el deseo va menguando, cuando las reuniones hasta tarde de la noche se vuelven constantes, cuando cualquier excusa es buena para un viaje al que no es necesario que tú vayas, cuando la fragancia de mujer impregnada en la ropa de tu esposo no es la tuya ni mucho menos el labial color carmín que trae pintado en la camisa.  

Han sido años reforzando mi autoestima, reconstruyéndome  emocionalmente, entendiendo que mi vida no depende de Andrés, que soy una persona aparte y no una extensión de su cuerpo. Me he hecho de un nombre en el mundo de los negocios, soy una mujer influyente, no porque sea su esposa, sino por mérito propio.  De hecho nunca quise usar el apellido  de casada, eso sí hubiera sido un caos frente a nuestro inminente divorcio, porque sí estoy decidida a divorciarme. Toda mujer merece un hombre que la ame y la respete, pero si no inicia por amarse y respetarse ella, nunca podrá encontrar a ese hombre. «Así que lo siento por lo que no fue Andrés Azuero, tú te lo perdiste», pienso.  

Me veo en el espejo y me fascina la imagen que proyecta, mi vestido es color perla, con un escote profundo en la parte trasera que llega hasta donde termina mi espalda, unas cadenas con pequeños brillantes caen en la parte media de esta. La tela se ciñe a mi cuerpo de manera perfecta, en la parte frontal el corte es recto y se ajusta perfecto a mi busto.  Un juego de collar y aretes de brillantes, unos zapatos del mismo tono del vestido, un maquillaje delicado complementan el atuendo. Me coloco el antifaz plateado con brillantes en los bordes, me miro en el espejo y me siento sencillamente hermosa.  

Bajo las escaleras, encontrándome con mi chófer en la estancia.

—¿Está lista, señora? —pregunta Mario mi chofer.

—Sí, Mario, ya nos vamos —respondo.

—El Señor Andrés no ha llegado aún, señora. —Me informa.

—El señor ni siquiera me ha informado si asistirá, así que no tengo ninguna intención de esperarlo, Mario —digo.

—Se ve muy bien, señora. —Me halaga Mario con respeto. 

—Gracias Mario, nos vamos. —Le comunico y subimos al auto y Mario conduce hacia el hotel.  La cena de gala se realizará en un exclusivo club de esta ciudad, a ese lugar solo tienen permitida la entrada gente de la alta sociedad, es lo que llaman un lugar exclusivo.  




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