El Presagio de las Flores (libro del lirio azul)

Volumen 2: Crisol Acto 2

En la profunda oscuridad iluminados únicamente por la luz de una antorcha que lucha contra el imponente diluvio, el grupo avanza durante varias horas sin seguir un camino aparente.

Conforme el tiempo pasa, la lluvia empieza a arreciar permitiendo al grupo movilizarse con mayor velocidad, hasta finalmente llegar a su destino.

Un pequeño circulo de rocas rodeado por múltiples hectáreas de bosque denso las cuales no permitían el paso de ninguna persona; es en ese lugar donde los 15 niños se sientan.

Tras ubicarlos y darles instrucciones los hombres se retiran del lugar, dejando a los infantes completamente solos en la total oscuridad.

El grupo empieza su recorrido de regreso a donde yacían los caballos, cuando repentinamente entre los presentes, una mujer no puede evitar vomitar.

—¿Que está pasando ahí atrás? —pregunta el hombre que sostiene la antorcha.

—No es nada... —Aclama la mujer, rápidamente reincorporándose y retomando el paso.

—Oye, ¿estas bien? —Pregunta uno de los presentes.

—Esto... ¿esto de verdad es lo correcto? — pregunta la mujer —Me lo he preguntado por un tiempo; son solamente niños, ¿es correcto hacer algo tan drástico?

Ante su comentario los presentes no pueden evitar bajar la mirada, pero más temprano que tarde algo rompe con el momento.

—Alguien viene —Exclama el líder desenvainando su espada, al tiempo que el resto de los presentes lo imita.

La mirada de aquel hombre se centra en la oscuridad, esperando el momento idóneo para atacar a lo que sea que aparezca de ahí, pero tras unos segundos este se calma y baja su espada.

De entre las sombras una niña Dríada se hace presente, de Ojos rojos como los pétalos sobre su cabeza, así como cabellos rubios, con el torso totalmente ensangrentado a causa de una herida semiabierta.

—¿Por qué uno de los niños está aquí? — pregunta uno de los presentes.

—La recuerdo, cuando la vi pensé que estaba a punto de perecer por sus heridas, por lo que la lance con los que habían muerto —Expone otro de los presentes

La pequeña tenía un caminar lento a causa de su herida, pero incluso así había sido capaz de llegar hasta aquí y ver directamente a los ojos al líder de aquellos hombres.

—El resto de los niños se encuentran a 20 metros en esa dirección... —Aclama el hombre señalándole el camino.

Sin nada más que decir la niña siguió de largo, cruzando a través de aquellos hombres, quienes no fueron capaces de ignorar la sombría mirada de odio que la pequeña mantenía en todo momento; hasta finalmente desaparecer en la oscuridad.

—No espero que entiendas sus razones —Aclama el líder de aquellos hombres a la mujer —Pero cada uno de esos niños están aquí por voluntad propia.

Con esas palabras y el cese de la lluvia el hombre se retira la capucha del impermeable, revelando tener orejas largas, astas y pétalos en su cabeza, los rasgos de un druida.

—No trates de empatizar con ellos, pues en este punto lo último a lo que se pueden comparar son niños —Expone —como viste toda la inocencia de sus ojos ya se ha ido; al menos en ese lugar, podrán darle uso a todo ese odio que guardan...

Con esas palabras el grupo vuelve a movilizarse, alejándose del lugar lo más rápido que puedan, al fin y al cabo, lo último que querían era involucrarse con las personas de ese lugar...

El tiempo pasa y tras el paso de unos minutos el sonido de un crujir se hace sentir poniendo a los niños en alerta.

De un momento a otro los árboles a su alrededor empezaron a moverse formando un camino y la luz de un par de antorchas se empezaba a percibir, una en mano de un druida y la otra en manos de una Dríada.

—Todos los varones vengan conmigo —Aclama el Druida.

—Las Jóvenes vendrán conmigo —Secunda la Dríada.

Con esas palabras nuevamente el grupo es dividido y tanto hombres como mujeres toman sus respectivos caminos, mientras la luz del amanecer lentamente empezaba a iluminar esas extensas hectáreas.

A diferencia de la última caminata en esta ocasión las niñas no tardaron mucho en llegar a su destino; la base de un imponente risco, carente de cualquier apertura o método para escalarlo, a menos claro que seas una dríada.

Con un movimiento de sus manos la Dríada que las guiaba, manifiesta un agujero en el risco, permitiéndoles el acceso.

Una vez las niñas ingresan a través de la puerta de roca, la Dríada la cierra a sus espaldas, ocultándola de ojos ajenos, mientras las niñas ven con asombro aquello que con tanto esmero habían escondido.

Un campo de entrenamiento escondido, donde niñas, jóvenes y mujeres de todas las edades entrenaban con fervor; esto es lo que ellas estaban buscando, particularmente la niña de ojos rojos, cuyo corazón había empezado a latir con fuerza.

—Sean bienvenidas todas al crisol —Aclama la dríada que las ha estado guiando —Ahora que han llegado a este punto espero que entiendan que no hay regreso; ya vieron este lugar una vez, por lo que, si se rinden, desisten o no son capaces de soportar el entrenamiento, Las mataremos...

La mirada de aquella dríada era fría y punzante por lo que ninguna de las niñas dudo en la veracidad de aquella advertencia, mientras eran guiadas hacia uno de los edificios de la zona.

Al abrirse las puertas las pequeñas fueron capaces de notar a un par de individuos cubiertos de pies a cabeza en un traje negro, que toman a las niñas en cuidado.

—Solo llegaron 7 esta vez... —Aclama una de las vestidas de negro.

—Escuche que el último ataque no dejo casi damnificados, el imperio y los 3 reinos están empezando a volverse conscientes de nuestra presencia —Expone la segunda encapuchada sin importarle la presencia de las niñas —Al menos en el pasado se apiadaban de los niños, ahora no se permiten dejar testigos que sientan odio hacia ellos...

—Nuestra presencia solo ha empeorado la calidad de vida de los habitantes del continente... —Aclama la encapuchada.




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