El Presagio de las Flores (libro del lirio azul)

Volumen 2: Crisol Acto 3

Varias horas después...

La hora había llegado, y una tras otra las jovencitas fueron llevadas a una instalación subterránea con un acceso limitado de luz solar, no muy diferente a una cripta, no obstante, en lugar de tumbas, había camas de tierra con cadenas, muchas de ellas rotas.

Una a una las pequeñas fueron encadenadas a las camas de tierra, para que acto seguido las supervisoras extrajeran de sus urnas a los parásitos, posándolos en su el pecho bajo la ropa.

Tras unos segundos, las supervisoras sellaron las urnas y procedieron a retirarse de la cripta, sellándola desde el exterior, Y en la total oscuridad, solamente un único haz de luz se vislumbraba.

Al principio, solo se sintió silencio, los parásitos recorrían la superficie de los torsos de las jovencitas, algunos incluso subían hacia sus rostros, o se bajaban de sus cuerpos; pero al final siempre volvían.

Tras el paso de unos minutos se escuchó el sonido del llanto, algunas rieron por la sensación de las criaturas recorriendo sus cuerpos, pero al llegar a los diez minutos la situación cambiaria totalmente.

La primera de las jovencitas pudo sentir sobre su pecho las garras y los colmillos del parasito enterrarse violentamente, y el veneno corrosivo de esta criatura propagarse por sus venas.

Los gritos de aquella niña eran desesperados, y el dolor que la recorría la volvía incapaz de formular palabras, limitándose a gritar y retorcerse en una agonía personal, Afortunadamente esta no estaría sola.

El segundo de los parásitos posaría sus colmillos sobre su nueva huésped, cuyos gritos acabarían entre mesclados con los de la otra niña, inundando a las presentes en un profundo pánico.

La tercera y la cuarta serian parasitadas simultáneamente, al igual que la quinta y la sexta, al cumplirse veinte minutos, 6 de las 7 niñas presentes gritaban con locura y dolor, deseando ya sea caer inconscientes o morir con el fin de que se detenga.

Lamentablemente ninguna de las dos opciones ocurriría, pues todas ellas estarían totalmente conscientes durante todo el proceso...

No obstante, entre ellas aun había una cuyo parasito no se había establecido todavía, era la jovencita de los ojos rojos, quien podía sentir a la criatura inerte sobre su pecho, casi como si estuviese debatiendo si ella era un buen huésped para parasitar.

—¿Qué esperas?, Muérdeme de una vez... —Espeta la niña.

Pero el parasito solo se recostó sobre su pecho, no ataco ni se retiró del lugar simplemente se quedó quieto, una conducta bastante rara en su especie.

—¡Porque te quedas ahí!, ¡qué diablos esperas!, ¡Muérdeme!, ¡Muérdeme maldita sea! —Reclama la niña agitándose con colera.

Ella necesitaba poder y aquella desagradable criatura era la mejor forma de adquirirlo, no obstante, ella no podía forzar su parasitación, solo podía ver colérica en la oscuridad a aquella entidad quien solo la veía como si no tuviese valor, tal y como lo hizo aquella mujer.

—Por favor, por favor ayúdame, si no puedo hacer esto... entonces...

Con esas palabras la joven posiciona su cuerpo y extiende su cabeza al borde de la cama de tierra lugar donde con fuerza golpea su cabeza contra una esquina, ocasionándose una profunda herida.

La joven no desistió, y nuevamente con un segundo golpe, logra abrir más su herida, Tras lo que vio en su tierra natal, aquella pequeña había perdido el miedo a la muerte, a lo que realmente temía, era la idea de vivir sabiendo que no podía vengarse.

De elegir vivir una vida así preferiría matarse aquí y ahora...

Antes de poder efectuar su próximo y último golpe, el sonido de unas cadenas rompiéndose ante una fuerte presión se hizo sentir.

En la tenue oscuridad, una sombra se hizo presente levantándose de su lugar; La dríada albina había roto sus cadenas y cual fiera desbocada, ataca a la dríada de cabellos rojos.

—¡Dijiste que te molesta mi cara, Entonces yo te arrancare la tuya! — Exclama en un tono frenético Antes de romperle la nariz a la joven de cabellos rojos de un puñetazo.

La jovencita de ojos rojos aun consciente de lo que pasaba no podía creer lo que estaba viendo, pero lo que ocurría ante sus ojos solamente seria el principio.

La joven pelirroja con su propia fuerza acabaría por romper las cadenas, atrapando la cabeza de su atacante entre sus manos, rompiéndole la mandíbula de un cabezazo.

Las dos pequeñas se atacaron la una a la otra con violencia, en una pelea solo comparable a dos carroñeros tratando de canibalizarse; del mismo modo las otras niñas romperían sus cadenas empezando así un frenesí de sangre y violencia.

Aquella niña vio los monstruos en los que aquellas pequeñas se habían convertido, sus uñas perforaban a través de su carne hasta llegar a sus huesos y esas mismas heridas se curaban solas en cuestión de minutos.

Pero contrario a sentir miedo, aquella niña solo sintió celos, estaba celosa de que incluso ahora ella era la más débil, lo cual le generaba una gran frustración, una emoción a la que el parasito en su pecho reaccionó.

Paralelamente en otra sección...

Un par de dríadas atendían las heridas de una de sus compatriotas, quienes aunque sus heridas también se regeneraban como la de las niñas, estas no eran libres de contraer impurezas de la tierra, las cuales eran necesarias retirar periódicamente.

—Escuche que hay nuevas reclutas en el campamento —Señala la dríada atendida —Apuesto a que nuevamente se golpearon hasta la inconciencia.

—Ese tipo de cosas ya ni siquiera son un rumor en el Crisol —responde la doctora.

—Pero sabes, escuche algo bastante interesante en el oeste del continente —Expone —El Visir Rosengard fue asesinado, y todos los habitantes de la región de Rosenheim fueron totalmente exterminados en una noche.

—Rosengard, ese hombre era demasiado amable para este mundo, egoístamente se centró en su región y se opuso a la guerra contra el imperio en múltiples ocasiones, lo que le paso se lo merecía —Aclama la doctora.




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