El presente de los miedos

Capítulo 18

Sus dos manos agarraban mi nuca con presión, apegándome así con la mayor fuerza posible a él. Mis manos se encerraron inconscientemente en su cabello, sintiendo el dulce placer de sentir su lengua acariciando la mía.

 

Nuestros labios se conocían de antes. Es estúpido pensar eso, pero la perfección con la que se adaptaban los míos con los suyos me hacía llegar a esa conclusión. Su tibio aliento exploraba mi boca, sus dientes mordisqueaban con pasión y mimo mis labios y su lengua se entrelazaba con la mía magistralmente. Sentí que no quería dejar de tener ese contacto con él jamás. Sentí tanta adicción inmediata a sus labios rosados, a su mano necesitando contacto con mi cuerpo, a la suavidad de su piel y de su cabello, que me declaré en huelga con todo lo demás.

 

Elliot impulsó mi cuerpo con el suyo hasta que mi cadera chocó con el escritorio. Me besaba con el mismo deseo que una persona siente al pasar una noche sin dormir y de nuevo, ve que se pone el sol. Apenas me dejaba moverme por voluntad propia. Mi cuerpo parecía solo reaccionar a los movimientos que él me imponía mediante su boca.

 

—¡Josephine! —me llamó Jasmine desde el otro lado de la puerta—. ¿Cómo estás? He escuchado ruido.

 

Aparté delicadamente sus labios, aunque nuestra cercanía aún me permitía sentír el vaivén de su pecho al respirar.

 

—Es Jasmine —susurré—. Tienes que irte, Elliot.

 

—No quiero irme.

 

Fruncí el ceño. Yo tampoco quería que se marchara, pero era lo preciso.

 

—Elliot...

 

—¡Josephine!

 

Bufé y me acerqué hasta la puerta. Quité el pestillo y abrí una delgada franja, por la cual asomé mi cabeza.

 

—Jasmine... estaba durmiendo.

 

—¿Estás mejor? —preguntó.

 

Asentí y humedecí mis labios con la lengua. Aún podía sentir la presión de los suyos. Me palpitaban.

 

—Sí. Vuelve a la cama. Mañana hablamos.

 

—Vale, Jojo. Pasa buena noche.

 

—Igual.

 

Suspiré y cuando ella entró a su habitación, cerré la puerta y giré sobre mis talones. Elliot sonreía apoyado al filo del escritorio. De repente sentí que él pensaba que se había salido con la suya, pero yo aún seguía enfadada.

 

—Vete Elliot, vete porque si no...

 

—¿Si no, qué? —cuestionó con sorna.

 

—Gritaré, gritaré muy fuerte.

 

Elliot negó con la cabeza y se acercó hasta mí. No me moví, me quedé quieta al sentir el gran nudo atarse de nuevo en mi vientre. Él pasó la yema de su dedo pulgar por mis labios y cerré intistivamente los ojos.

 

—No vas a gritar —susurró en mi oído, agarrando con mimo mi cabello.

 

—No, no lo voy a hacer, pero quiero que te vayas. Puedes meterme en un lío.

 

—Vale, voy a irme —contestó finalmente. Me decepcionó un poco escucharlo—. Pero no quiero que sigas enfadada conmigo.

 

—Sigo enfadada contigo. Un beso no va a cambiar que me has humillado.

 

—No pretendía hacerte sentir así —dijo e irremediablemente, le creí—. Me importas, Josephine, me importas y entiende que eso me de miedo.

 

—Tú a mí también me importas, pero a diferencia de ti no siento miedo. No hay nada que temer.

 




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