El presente de los miedos

Capítulo 20

6 de junio de 2014

 

Tras la rutina de mañana en el gimnasio con Elliot, me metí en la ducha del establecimiento ya que entraba a trabajar en menos de una hora.

 

El agua tibia comenzó a recorrer todo mi cuerpo y la sensación de relajación no tardó en llegar. Lo necesitaba, ya que aguantar al señor Rice no era una tarea bastante sencilla. Aunque el primer día nos había pedido que le llamásemos Marvin, mis compañeros y yo habíamos decidido hablarle con respeto para separarnos lo más posible de esa deplorable persona. La teoría que habíamos barajado de que simplemente el primer día estuviera nervioso y hubiera empleado palabras desafortunadas fruto de ello se había esfumado con la misma rapidez con la que él nos había demostrado que se trataba de un hombre sin escrúpulos, racista y machista.

 

—¿Se puede?

 

Elliot entró a la ducha individual con la ropa de deporte. Instintivamente crucé mis brazos sobre mis pechos.

 

—¿Qué haces aquí? —pregunté—. ¡Podrían verte!

 

—¿Y? —cuestionó con una sonrisa socarrona, acercándose a mí y arrinconándome contra la baldosa de la pared—. Nadie me ha visto.

 

—Elliot...

 

Él comenzó a besar mi cuello y me calló por completo. Sabía mis puntos más débiles. Pasé los brazos por sus hombros y con la punta de mis dedos toqué su cabello mojado. Así se veía más sexy aún.

 

Aunque llevábamos poco más de una semana, el ejercicio comenzaba a notarse. Además, Elliot, para volver a coger músculo, había comenzado una dieta de carbohidratos y no se le notaba tan delgado. Desde que habíamos comenzado a ir se le veía más alegre.

 

—¿Has leído el WhatsApp? —pregunté—. Han dicho de salir por la noche.

 

—Hmm... quedémonos en mi casa...

 

—Elliot... —Agarré su barbilla—, van a sospechar.

 

—¿Y qué? ¡Que sospechen! Incluso podríamos contarlo ya. No sé a qué esperamos.

 

—No estoy preparada, Elliot. Además, ¿qué quieres que le contemos? ¿Que follamos? ¿Qué les importa a ellos lo que hagamos en nuestra intimidad?

 

Elliot frunció el ceño y dejó de tocarme. Temí haber dicho algo equivocado, pero simplemente me había dedicado a decir la verdad. No éramos mucho más.

 

—Vale. Tienes razón.

 

Estaba molesto.

 

—Elliot...

 

—Ya nos vemos si eso allí.

 

Y sin darme tiempo a contestar, salió empapado de la ducha.

 

Me quedé pensando por un momento. ¿Qué había dicho tan malo? ¡Si era la verdad! Y a mí esa realidad me gustaba. No quería que todos se enterasen de lo que hacíamos en nuestra privacidad, al igual que a mí no me interesaba lo que hicieran los demás en la suya. Sin embargo Elliot parecía molesto con algo que había dicho.

 

Terminé de ducharme y me vestí con unos jeans vaqueros, el polo blanco del Starbucks y metí en la bolsa deportiva la ropa de antes.

 

Había planeado con que Elliot me acercara al trabajo, pero cuando salí vi que ya se había ido. O quizá aún estaba duchándose. Por la duda, decidí marcharme.

 

Le había comentado en varias ocasiones a Elliot mi idea de comprarme una bicicleta. La necesitaba con urgencia y ya había empezado a ahorrar. Con el dinero que me quedaba cada mes, quizá en unos cuantos –sin gastar nada en nuevas telas–, tendría el dinero suficiente para hacerlo.

 




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