El presente de los miedos

Capítulo 25

Nuestras frentes se mantuvieron unidas hasta que ambos asimilamos lo que acabábamos de decir. Parecíamos más sorprendidos por lo que habíamos dicho que por lo que habíamos oído.

 

—Te quiero Josephine. Es una locura, lo sé. Pero te quiero. ¿Qué puedo hacer contra eso?

 

—Nada —contesté—. No hagas nada.

 

Devoré con necesidad sus labios. Lo había echado tanto de menos. Sentir su lengua acariciar la mía me aseguraba que el paso que acababa de dar no era el equivocado, todo lo contrario. Era la mejor decisión que había tomado en la vida.

 

—Cierra la puerta —jadeé.

 

—Vale.

 

Elliot asintió y la cerró con celeridad. Me aproximé hasta él, giré todo su cuerpo y volví a besarle con pasión. Me ardían los labios. Agarré su cabello con fuerza y le aprisioné entre mi cuerpo y la pared. Él mientras tanto agarraba, gustoso, mi cadera.

 

—En una de las habitaciones hay un pequeño sofá —resolló.

 

—¿En serio?

 

Asintió y ambos sonreímos de forma taimada.

 

Elliot me agarró por la cintura y me elevó, rodeando yo su cadera con mis piernas. Él comenzó a andar mientras nos continuábamos besando. Mis manos poco a poco se estaban volviendo especialistas en acariciar y enredarse en su rizado cabello.

 

Entramos a la habitación que había nombrado y me dejó sobre el sofá blanco, algo desgastado. Con una sonrisa ladina, me abrí de piernas. Necesitaba sentirle. Él se abalanzó sobre mí y comenzó a besar mi cuello, pegándome pequeños mordiscos que encendían todo mi ser.

 

Elliot me tumbó y comenzó a bajarme los pantalones. Cuando vio mis bragas de encaje comenzó a acariciarlas, y tras estimularme, las echó a un lado y comenzó a masajear mí clítoris mientras yo me retorcía por el placer que me proporcionaba. Su cabeza para agarrar su cabello y ahogar mis gemidos en él estaba lejos, por lo que tenía que conformar con encerrar mis puños en la tela del sofá.

 

En un rápido movimiento me senté a horcajadas sobre él. Elliot sonrió por la violencia que había empleado en ese movimiento.

 

—Quiero ver tu torso. Quiero tocarlo. Déjame, por favor —dije en su oído.

 

—Soy todo tuyo, mi niña.

 

Con desesperación cogí los filos de su camiseta y se la quité. Ver su tatuaje al completo me provocó un gemido. Dios, él era tan guapo y sexy. ¿Cómo podía haberme ocultado su torso tanto tiempo? Era el hombre más perfecto que había visto en mi vida.

 

Comencé a besar su cuello, sus hombros, su pectoral, hasta que llegué a su ombligo. Elliot agarró mi mentón y me impulsó de nuevo hasta su boca, devorando mis labios con salvajismo.

 

—Quiero hacértelo ya, Josephine. Te he echado muchísimo de menos.

 

Sonreí pícaramente y asentí. Desabroché sus pantalones y con su ayuda se los quité y también sus bóxer. Estaba muy excitado.

 

—No tengo preservativos —murmuró.

 

—Confío en ti.

 

Elliot suspiró y asintió. Alcé mis caderas y con un certero movimiento, se hundió en mí con profundidad. Tuve que arañar su brazo al sentir la presión. Elliot me ayudó a quitarme la camiseta y se bastó solo para deshacerse también de mi sujetador.

 

—Eres preciosa.

 

Estábamos totalmente acompasados, yo subía y bajaba mientras él oprimía su cadera. Colocó sus grandes manos en mis nalgas para acentuar mis movimientos. Le sentía en todo mi cuerpo.




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